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Aguantando el chaparrón

Interpretación de la Naturaleza

El viento, el polvo de lluvia y, por momentos, la niebla, se han confabulado para transformar la luz de la tarde casi en noche clara. Las fuertes ráfagas de aire sacuden árboles y arbustos haciéndolos oscilar de un lado a otro. Fustes y ramas chasquean elevando su queja sonora, como si se lamentaran de la que se les viene encima. La visibilidad disminuye rápidamente, y la lluvia avanza escalando montes y atravesando el bosque. La tormenta se ha desencadenado.

Por poco que estemos familiarizados con la actividad del senderismo, conocemos las mínimas precauciones que debemos tener en cuenta antes y durante la marcha: no hacer fuego, llevar el equipo necesario, ir provistos de agua y comida, no abandonar residuos, no hacer ruidos innecesarios, respetar a las demás criaturas… Lo que probablemente no esté en la mente de todos es qué hacer en caso de tormenta, un fenómeno eléctrico que va acompañado de rayos, relámpagos y truenos, y que en la montaña o el bosque suele provocar inquietud. El rayo es una descarga eléctrica entre dos nubes o entre una nube y el suelo. Vaya, precisamente donde está el caminante.

 

 

Sabemos que la distancia entre nosotros y la tormenta se mide según el tiempo que tarda en oírse el trueno desde que vemos el relámpago, pero no viene mal recordar que un rayo es capaz de fundir metales, romper piedras, partir árboles o derribar paredes (1). Que cada uno se imagine lo que puede pasar a una persona. Por eso conviene alejarse de instalaciones eléctricas y telefónicas, árboles aislados, torres, etc. El monte está lleno de árboles centellados, esos que han servido de diana a las furias de cielo. La descarga provoca una larga incisión que recorre el tronco de arriba abajo, y parte de la corteza se desprende en fragmentos que se esparcen por el entorno. Si el rayo llega al suelo, puede quemar hasta las piedras formando fulguritas, extrañas figuras resultantes de la fusión de arena y piedras. Pero no hay mal que por bien no venga: esa zona de la corteza del árbol, que resulta parcialmente quemada y queda más expuesta a los elementos, es aprovechada por los pájaros carpinteros para repiquetear frenéticamente en busca de larvas.

 

 

Bueno, ¿y cómo se las arreglan los animales en plena tormenta? Está claro que ellos tienen que aguantar el chaparrón como venga, pero tienen sus propios recursos para hacerlo. En primer lugar, los grandes mamíferos se protegen contra el frío con la grasa corporal. Segundo, se cubren con un abrigo natural cuyos pelos se orientan hacia abajo (2), y como si fueran las tejas de un tejado, impiden que el agua llegue a la piel. Si la lluvia cae en vertical, el cuerpo del animal se mantiene seco. En cambio, si la lluvia cae en oblicuo, empieza a tener un problema. En tal caso, deben recurrir a otro tipo de estrategias, como buscar un lugar resguardado y dar la espalda a la lluvia para proteger la cabeza, o incluso salir al claro tras la tormenta en busca del apacible calor del sol. Si permanecen en la fronda, se seguirán mojando con las gotas que caen de los árboles. Lo peor llega con la nieve, especialmente si la temperatura no es muy baja, ya que los copos se deshacen sobre el lomo a medida que van cayendo y se introducen entre los pelos. En cambio, si la temperatura es muy baja, como mucho se va acumulando sin traspasar la capa de pelo. Por tanto, estos animales están bien preparados para el frío.

¿Qué pasa con los que viven en madrigueras? Los pequeños mamíferos soportan peor la humedad y el frío porque ambas circunstancias les obligarían a buscar más comida para recuperar la energía perdida. Deben evitar sobreesfuerzos. Los conejos suelen construir sus madrigueras en taludes y barrancos, procurando que la entrada no esté demasiado expuesta a la lluvia. El ratón de campo también practica galerías que profundizan en el subsuelo y terminan en una cámara algo más elevada y cubierta de hierba y hojarasca. La entrada, además, es más pequeña. Al tejón le gusta un suelo protegido por vegetación arbustiva. En todos los casos hay conductos y salidas de escape para huir del peligro o prevenir desbordamientos. A pesar de todo, estos habitáculos no están exentos de inundaciones, de modo que sus inquilinos, si no se han ahogado, tendrán que rehacerlos o buscar otro emplazamiento. En fin, nunca llueve a gusto de todos.

 

 

En cuanto a las aves, algunas como la urraca se toman la molestia de construir su nido con algo parecido a un techo, no solo para proteger a sus huevos y pollos de miradas indiscretas, sino para resistir las inclemencias climatológicas (3). Pero lo que todas tienen en común es su particular impermeable, las plumas, que, además de su función para el vuelo y el cortejo, están configuradas de tal forma que impiden el paso del agua hasta la piel y regulan la temperatura corporal. Algunas aves disponen de una especie de polvo en su plumaje que actúa como impermeabilizante. Otras lo hacen gracias a una sustancia grasienta que distribuyen con el pico. Ambas estrategias nos ayudan a entender por qué las aves dedican buena parte de su tiempo a cuidar su librea y acicalarse metódicamente. Cada cual aguanta el chaparrón como puede.

 

(1) Viñas, J.M. (2014). Preguntas al aire. Alianza Editorial, Madrid.

(2) Wohlleben, P. (2017). La vida interior de los animales. Obelisco, Barcelona.

(3) ARAÚJO, J. y otros (1991). Enciclopedia Salvat de la fauna ibérica y europea. Salvat Editores, Barcelona.