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Arrugas

Interpretación de la Naturaleza

 

La mayor parte de las plantas son obstinadas y paradójicas. Se agarran con fuerza a la tierra y crecen huyendo de ella contra los dictados de la gravedad, casi siempre adoptando un porte rectilíneo, un aire distinguido, como si desearan reafirmarse. Observemos un bosque de galería, un pinar, un hayedo, ejércitos de soldados enhiestos en perfecta formación de revista. Un vendaval, una nevada o un movimiento de tierras pueden doblegar alguno de estos orgullosos fustes, pero si aguanta el desafío, seguirá creciendo en busca del sol. No hay, sin embargo, afán de rebeldía en esta forma de crecer de las plantas, sino necesidad de encontrar la fuerza de la luz, que es condimento esencial en la fabricación de su propio alimento y el de otros seres, nosotros entre ellos. Su vida, y la nuestra, depende de ese encuentro con el sol.

Nos llama la atención en uno de esos paseos por el bosque la rugosa piel con que se envuelven los troncos y nos preguntamos por qué y la razón por la que otros conservan un suave cutis. Vamos a hacer un sencillo experimento. Cojamos dos hojas de papel de cocina unidas por esa línea de puntos que sirve para ir tomando hojas sin destrozar el rollo. Si cogemos una de ellas, tendremos que humedecerla ligeramente por el centro de extremo a extremo. Hecho esto, tiramos suavemente hacia afuera con ambas manos. Lo más probable es que en pocos segundos el papel se rompa por la línea de puntos o la banda húmeda.

 

 

Bueno, pues es lo mismo que sucede con la corteza de los árboles, que se agrietan en bandas longitudinales a medida que el tronco crece en grosor. De alguna forma, es como si su piel se estrechara. ¿No nos sucede a nosotros lo mismo con una camiseta cuando engordamos? En los árboles se rompe esa piel en las zonas donde ya está muerta. Ahora bien, con el fin de evitar la entrada de hongos o la acción barrenadora de insectos, la corteza genera nuevas células de líber y cierra la herida. Veamos esto con más detenimiento.

Entre la corteza exterior y la madera interior del árbol se encuentra una delgada capa responsable del crecimiento del tronco, el cámbium. Esta capa genera madera hacia dentro y corteza hacia fuera. Cuando el tronco sufre un golpe y se produce una herida, vemos la madera desnuda. Eso significa que el cámbium está dañado, e inmediatamente se dispone a cerrar la herida, lo cual dejará una cicatriz en el tronco. Estas lesiones se producen por causas naturales (un rayo, la caída de un tronco vecino, mordeduras o picoteos de animales…) o provocadas por la acción del hombre (resinado, roce de maquinaria, hendiduras con objeto cortante…). Si a un árbol le quitamos un buen trozo de corteza, nunca tendrá tiempo de cerrar esa herida y lo más probable es que muera en pocos años víctima de infecciones que atacan al cámbium.

 

 

El buen estado de salud del cámbium es esencial para el crecimiento de la planta. Esta franja fabrica cada año una capa de madera, el xilema o duramen, que nosotros podemos apreciar en los anillos de crecimiento. El xilema, lo que llamamos vasos leñosos, es responsable del transporte de agua y sales minerales desde la raíz hasta las hojas, esto es, la materia prima de lo que más tarde será el alimento de la planta. El cámbium también fabrica otra capa de floema, que conocemos como vasos liberianos, tejido encargado del transporte de nutrientes desde las hojas hasta la raíz. El cámbium, por tanto, es responsable del crecimiento en anchura de la planta. Conviene destacar unos detalles diferenciadores entre el duramen y la albura. El duramen es la zona donde se almacenan las sustancias de desecho o, dicho de otro modo, es la parte muerta del árbol. No obstante, es la parte más dura y resistente, la que proporciona consistencia al tronco y las ramas. La albura, en cambio, es la zona viva y cambiante de la planta. Envuelve al duramen, suele ser de color más claro, más húmeda y menos consistente.

 

Corte transversal de varios troncos. Puede observarse una clara diferencia en el tronco del tejo, a la izquierda, y menos evidente en los pinos silvestre y rodeno. En otros árboles apenas se pueden distinguir duramen y albura.

 

Así pues, una vez provocada la herida, el cámbium procede a la sutura, sin que eso suponga interrumpir la generación de líber o floema, cuya parte exterior va muriendo al no recibir agua y nutrientes. Esta es la corteza protectora, la piel externa del tronco. En algunas especies se presenta con profundas grietas de hasta varios centímetros de profundidad. Es el caso del pino rodeno, la encina o el fresno, por ejemplo. En otras, sin embargo, se muestra suave y lisa, especialmente a medida que se aleja del suelo, como en el abedul, el álamo blanco o el serbal de cazadores.

Los surcos que se forman no son indicadores de decrepitud o mala salud del árbol, pero vienen que ni pintados a ciertos animales que utilizan la corteza de los árboles como rascadero de su pelaje, caso de los jabalíes y ciervos, o como agarradero en sus idas y venidas por el tronco, caso de los pájaros carpinteros o trepadores azules. Tampoco las grietas indican la edad del árbol, pues unos ya las tienen en su juventud y otros no las conocen ni en los últimos años de su vida. Puede ser, en todo caso, signo de crecimiento en anchura, de que el árbol se encuentra en plena actividad vital y que necesita proteger los tejidos generadores de madera y los vasos conductores de vida.

Ahora que hemos desvelado otro de los secretos mejor guardados de las plantas, que hemos intimado algo más, podemos continuar con nuestro paseo por el bosque.