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Centros de vida silvestre

Interpretación de la Naturaleza

 

Un paisaje familiar, que tantas veces hemos recorrido, nos envuelve y tranquiliza. El lejano horizonte queda dibujado por suaves montañas revestidas por penumbra y brumas. La contemplación de este solitario y vasto paisaje permite que los sentimientos se replieguen en nuestro interior, definiendo los límites de nuestro ser. Una delicada racha de viento desvaído trae hasta nosotros el leve y distante murmullo del río ocultándose bajo las copas de los árboles. Montes, arboledas, barrancos, canchales, velos de nubes deslizándose por las laderas…, y el tiempo pasa volando, impreciso, ausente, indiferente. El sol templado, que va y viene, nos amodorra por momentos. Una paz singular se apodera de nosotros. Opulencia, color, serenidad, vitalidad, delicadeza… Así es el bosque. Pero se quedan cortos los apelativos. ¡Qué pobre es el lenguaje! ¡Qué rica es la naturaleza!

Aún quedan en otoño algunas aves que albergan una extraña confianza en un verano tardío. Acechan por encima y en torno al arroyo. Las telarañas brillan en el rocío de la mañana. Los mirlos, con las debidas precauciones para evitar los colmillos de un gato o las garras de un gavilán, revolotean y silban juguetones en el soto y hacen compañía al esquivo ruiseñor bastardo, que no abandona la húmeda umbría, entre fresnos, sauces y chopos. Como si hubiera olvidado toda cautela, un oscuro mirlo se exhibe en una rama y mira a su alrededor. Luego desciende al suelo y se introduce en la espesura de aliarias y celidonias, tal vez buscando alguna lombriz despistada. Rezagados abejorros piden una prórroga del breve veranillo de Santa Irene y andan todavía en busca de los últimos restos de néctar. Perezosas avispas aprovechan las horas centrales del día para tomar el sol, tal vez persuadidas de que abejarucos y aviones comunes ya se fueron a otros pagos. Es mucha la vida que aún se mueve en setos y ribazos, arbustedas y prados.

 

 

¿Por qué los setos de arbustos, densos, casi impenetrables, que bordean nuestros campos y caminos no gozan de una regulación que favorezca su conservación? Zarzas, rosales, madreselvas, majuelos, hiedras… Nos sorprendería la diversidad de vida que contienen y protegen, vidas que están en juego, incluyendo sus propias vidas. Setos preñados de suculentos manjares, pulpas maduras, deliciosos azúcares, una repleta despensa abierta para insectos, aves, pequeños mamíferos; una generosa oferta para agradecidos visitantes y habitantes; cobijo para quienes huyen de los depredadores o encuentran un habitáculo perfecto.

 

 

No resulta fácil detectar ratones de campo en la naturaleza, pero se logra prestando la suficiente atención. Son demasiado pequeños, cautelosos y veloces. Sin embargo, sí podemos saber que andan por ahí, en la espesura del seto, en la pradera, junto al camino. Huellas en la arena o la nieve, un agujero en el suelo, restos de comida y, con un poco de suerte, un pequeño nido entre la hierba construido con una madeja de pajas secas. Son algunos de los rastros que van dejando a su paso mostrando la vida que pulula en el suelo. Ese ovillo fue empleado por una camada y abandonado cuando las crías se fueron a las dos semanas de nacer. Si esa madeja está aún verde, significa que está siendo usada y conviene dejarla.

 

 

¿Cómo podemos proteger estos impagables setos cuando los mismos operarios de la administración creen que la mejor gestión de estos espacios es la que no exige labores de conservación? En aras de una mayor comodidad para el tráfico rodado, se prefiere la tala indiscriminada antes que una poda razonable, sostenible, equilibrada. ¿De verdad los responsables del estado de la vida silvestre no tienen nada que decir? Como defendía cierto presidente de aquel lejano país, lo mejor para evitar los incendios forestales es eliminar los bosques. ¿A quién le importa la riqueza de formas vitales, los nidos de aves, los recursos nutritivos, la conservación de especies? Con frecuencia son los setos el centro de la vida silvestre, y a ningún habitante del mundo rural se le ocurre la corta desordenada de estos reservorios animados, mucho menos en plena temporada de reproducción. Hay que detener la destrucción sin sentido de una cobertura vegetal tan importante.