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Cuestiones que me traen de cabeza (y 2)

Interpretación de la Naturaleza

En el artículo anterior nos preguntábamos cómo y por qué se produce la floración y posterior propagación del polen. Pues bien, la fase reproductiva termina con la producción de semillas, que supone el final del ciclo vital de la planta. La geobióloga Hope Jahren (1) espolea nuestra curiosidad con esta idea:

“Una semilla sabe esperar. La mayoría de las semillas esperan un año antes de empezar a crecer; una semilla de cereza puede llegar a esperar hasta cien años sin ninguna dificultad. Debe darse una combinación única de temperatura, humedad y luz, junto a otros factores adicionales, para convencer a una semilla de que salte al exterior y se decida a cambiar. Para que aproveche su primera y única oportunidad de crecer”.

La abundancia de frutos en una encina o un quejigo se debe a un invierno especialmente crudo puesto que, como señala Wohlleben (2), “probablemente quieren propagarse rápidamente, antes de que con su muerte se pierda su dotación genética”. Lo mismo ocurre si el verano es muy seco. Pero ¿por qué produce tantos frutos a la vez? Pensemos en un árbol con gran fructificación. Sus frutos van cayendo poco a poco al suelo y por ahí andan corzos y jabalíes poniéndose las botas a base de bellotas. Lo fácil sería pensar que el árbol va a perder todos sus frutos a costa del voraz apetito de los fitófagos, de modo que los frutos deben darse prisa en germinar para reducir su atractivo culinario. Pero no siempre es así. Algunas especies están diseñadas para que sus frutos no germinen de forma inmediata, ya que, por un lado, los plantones no tendrán tiempo para lignificar y el invierno les pillará poco resistentes al frío. Por otro lado, este mismo frío será una invitación para comensales como corzos y ciervos, que verán los plantones resistentes como un suculento manjar. No, es mejor esperar a la primavera para brotar mezclados con otras especies.

Bellotas de quejigo (Quercus faginea)

 

Sin embargo, como esta estrategia no siempre funciona, hay árboles que utilizan otra: la de producir frutos cada varios años, evitando así el desperdicio de energía. Estas especies se llaman veceras —un año tienen buena producción y al siguiente mala— y los fitófagos deben trasladarse a otros lugares para buscar alimento en los años de mala producción. El origen de esta fructificación dispar hay que buscarlo en la disminución de reservas durante los años buenos por medio de una inhibición de la floración. Así, el año de “vacas flacas” el árbol aumentará sus reservas para el siguiente año. Es cierto que muchos frutos serán engullidos inevitablemente, pero otros muchos tendrán la oportunidad de germinar. Un plan perfecto.

Frutos de laurel (Laurus nobilis)

 

Pero, por si las moscas, hay especies como el serbal común cuyas semillas son capaces de aguantar en el suelo varios años y germinar solo cuando las condiciones son apropiadas. Es lo que se llama latencia o letargo, y ello depende de la concentración de oxígeno en el suelo, de la disponibilidad de agua, de la exposición a la luz y de la temperatura ambiental. Hasta que estas condiciones no sean las adecuadas, no germinará una nueva planta, como decía Jahren. Mientras tanto, bien podemos afirmar que el suelo tiene un verdadero banco de semillas a la espera.

Cuando en otra ocasión tratamos de cómo la vida se esparce ya advertíamos que algunas especies permiten “el vuelo y alejamiento del fruto o las semillas a cierta distancia del árbol progenitor” para evitar la competencia que se hacen entre ellos. No obstante me pregunto dónde tendrá más posibilidades un retoño para medrar, en compañía de otros adultos o aislado. Wohlleben sostiene que en una zona abierta “las condiciones son mucho más duras que en la fresca y húmeda sombra de un bosque ancestral”. Y ello porque está convencido de que los árboles se comunican entre sí, se cuidan, son sensibles. Nos suena esto, ¿verdad? Según parece, cuando una amenaza se cierne sobre un individuo —el ataque de un escolítido o los dientes de un herbívoro, por ejemplo— una serie de sustancias químicas transmiten el mensaje a otros ejemplares congéneres del entorno, de modo que estos se preparan haciendo que sus hojas sean más tóxicas o atrayendo a otros insectos depredadores. Es lo que se llama trabajo en equipo. Es posible que la extensa red de hongos que se extiende por el subsuelo transmita de alguna forma este tipo de mensajes. Parece claro, por tanto, que un individuo aislado se encuentra más vulnerable que viviendo en comunidad.

Frutos del tilo (Tilia platyphyllos)

 

Sin embargo, ¿no parece lógico pensar que un proyecto de árbol necesita espacios abiertos para recibir el ineludible aporte de luz y calor? Si una semilla cae en medio de un bosque, ¿no verá retardado su crecimiento por la sombra y la competencia de individuos cercanos? Tal es el caso del álamo temblón, el abedul o el sauce cabruno. Pero sea cual sea la opción elegida, la Naturaleza se propone desafiar nuestra capacidad de asombro día a día.

 

(1) JAHREN, Hope: La memoria secreta de las hojas, Paidós, Barcelona, 2017

(2) WOHLLEBEN, Peter: La vida secreta de los árboles, Obelisco, Barcelona, 2016