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Modernos dinosaurios dejando huella
Dice Tristan Gooley (1) que “necesitaríamos una vida entera para conocer al dedillo las huellas exactas de todos los pájaros que podemos encontrar, pero hacen falta solo unos minutos para dominar la lógica básica de las formas de las patas de las aves”. Y como queriendo dar las primeras pistas para principiantes, añade que los pájaros que acostumbran a posarse en las ramas —petirrojos, carboneros, mirlos…— necesitan dedos orientados hacia atrás y hacia delante, pero las aves terrestres —gallinas, perdices, faisanes…—no necesitan el espolón. Las rapaces tienen garras para capturar a sus presas, mientras que las aves acuáticas cuentan con patas palmeadas para desplazarse por el agua. Los córvidos —cuervos, cornejas, urracas…— presentan unas rugosidades características en la parte inferior de los dedos, por lo que sus huellas tienen un peculiar aspecto segmentado.
Tipos de huellas de aves (Fuente: castillalamancha.es – Estrategia de Educación Ambiental)
Si atendemos a la forma de desplazarse, veremos que las aves que andan a saltos —gorriones, arrendajos, herrerillos…— imprimen sus huellas a pares, pero otras caminan o corren —lavanderas, mirlos, zorzales…—, marcando sus patas una delante de otra. Si las condiciones atmosféricas lo permiten, estas huellas se conservan en el suelo durante bastante tiempo. Nosotros solo necesitamos bajar el ritmo de nuestros paseos para observar con más atención y no perder detalles importantes, siempre que realmente tengamos interés en interpretar la escritura de los animales.
El canto de un pájaro, como trato de mostrar en las estaciones de escucha, establece una especie de alianza, un entendimiento entre el ave y la persona que atiende y entiende su llamada. Cualquiera puede ir recorriendo una trocha junto al seto o en el corazón de la arboleda y detenerse para escuchar el trino de un zorzal, el borboteo del arroyo o el susurro de la enramada. Una experiencia que proporciona enorme placer a quien posee la necesaria sensibilidad. En cualquier paraje natural, en cualquier momento del año. Si lo pienso bien, a cada canto, a cada sonido espontáneo, a cada silencio le puedo atribuir un significado: equilibrio, prudencia, alegría, melancolía, excitación, timidez, serenidad…
Transitando un camino junto al arroyo, me atrae el enfático gorjeo que me hace pensar en una curruca capirotada. Me detengo y el pájaro me ofrece entonces una imagen nítida de su pecho gris claro, más oscuros el dorso y las alas, y azabache el píleo, como si luciera una boina calada hasta los ojos. Probablemente no debe andar lejos su nido, pero procura no revelar su ubicación, pues gusta la curruca de la densidad del sotobosque y frecuenta poco los espacios abiertos.
Curruca capirotada (Sylvia atricapilla)
Es admirable cuán precavidos y vigilantes se muestran estos pájaros, aun desarrollando su actividad en el corazón de la espesura. Da igual que estén recogiendo una brizna de hierba seca, un delicado manojo de líquenes, un pellizco de musgo para el nido, o rebuscando alguna larva en la corteza de un árbol, o entonando su canción en lo alto de una rama. Por más que trate de ocultarme cuidadosamente para observarlos, siempre habrá un movimiento que llame su atención y les haga huir como flechas. Después de un buen rato de espera, es frustrante que esto suceda. Entiendo, sin embargo, su desconfianza porque nunca se sabe con quién se van a encontrar en el campo. No obstante, quiero pensar que una persona que trate de observar las costumbres de la diversidad de vidas no debe albergar malas intenciones. Pero eso no siempre lo saben los animales.
Continúo mi paseo por el bosque, pues solo paseando, sin prisas, con serenidad, es posible leer el libro de la naturaleza. Hacia la mitad de un pino de buen porte descubro el agujero excavado por un pájaro carpintero. Resulta bastante habitual escuchar el repiqueteo de estos incansables artesanos de la madera, no tanto sorprenderlos en plena tarea. Asombra la paciencia y constancia que despliegan estas aves cuando construyen su nido, perfectamente redondo, como si hubieran usado un imaginario compás. Una vez que han perforado el tronco unos centímetros, prosiguen su tallado hacia abajo, hasta culminar la obra de unos veinte centímetros de profundidad. Solo entonces estará listo para ser habitado, sin más aditamentos interiores que la propia madera.
El nido que ahora tengo a pocos metros sobre mí se encuentra estratégicamente situado bajo una gruesa rama, tal vez para evitar que la lluvia profane la calidez del hogar. Recuerdo haber visto otro en un rollizo tronco de un tilo. La rama estaba inclinada, casi mirando al suelo, y quizá el objetivo del ave era poner las cosas difíciles a un depredador como la gineta o la garduña. La astucia e inteligencia de los animales son valores menospreciados por muchos miembros de nuestra especie.
(1) Gooley, T. (2019). Guía para caminantes. Ático de los Libros, Barcelona.