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El árbol inspirador

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Es posible que no recordemos a John Fowles por su faceta como profesor en Francia, Grecia e Inglaterra. Antes de eso estudió en Oxford, donde descubrió a los existencialistas franceses y admiró especialmente a Albert Camus y Jean Paul Sartre. Pero tampoco es este su lado más conocido. Ya en los años cincuenta empezó a considerar la posibilidad de dedicarse a la escritura. Nos vamos acercando, pero nos falta algún título. Quizá nos suenen obras como El coleccionista o La mujer del teniente francés. La primera se convirtió rápidamente en un éxito y la segunda recibió varios premios y pasó a la gran pantalla con Meryl Streep como protagonista. Así tenemos perfilada la figura de nuestro hombre que, sin embargo, no se asoma a esta ventana por ser novelista, sino como escritor de un precioso ensayo en el que nos invita a reforzar nuestra conexión con el mundo natural, a perdernos en él. Esta obra se titula El árbol.

John Fowles derrama parte de su vida en este bonito ensayo para narrar su particular relación con el arte y el campo, pero también para expresar su apoyo a la conservación de la naturaleza. Comienza su relato en los campos de frutales a los que su padre dedicaba tiempo, esfuerzo e ilusión, hasta el punto de considerarlos a un nivel emocional similar al del resto de la familia. Sin apenas darse cuenta, este afecto descompensado por los árboles abrió una brecha en la relación de Fowles con su padre, un hombre lleno de aprensiones hacia todo lo salvaje.

Sin embargo, la pasión por el campo prendió su llama en nuestro hombre, creciendo el deseo por estrechar su vínculo con los espacios abiertos, lo salvaje, las colinas, los bosques. Amante de la vida en el medio rural, con todas sus limitaciones, pero con su amplio abanico de oportunidades para elegir cómo vivir, con su sistema de valores propios de la naturaleza, Fowles reconoce que los árboles no saben crecer aislados, que son criaturas mucho más sociables que nosotros, que su desarrollo en comunidad crea o apoya la asociación de otros grupos de plantas, insectos, aves, mamíferos o microorganismos. El bosque auténtico, dice, al igual que cualquier otro lugar al que podamos denominar auténtico, es el resultado de sumar los fenómenos que se producen en él.

Acuarela sobre un paisaje nocturno, de Caspar David Friedrich

 

Empeñado en comprender el mecanismo de la naturaleza, trata de no contemplarla como un obstáculo, como un enemigo, hasta el punto de creer que la clave de su obra literaria reside en la afinidad que mantiene con la naturaleza. Por eso defiende la idea del hombre/mujer verde como emblema de la estrecha relación que debe existir con el entorno más cercano. Si se logra esta comunión, se pone en práctica una ciencia y un arte, más que una emoción. Pero nunca podremos entender por completo la esencia de la naturaleza, nunca sabremos respetarla si no diferenciamos el concepto de lo salvaje de la idea de utilidad. No debemos llegar a la naturaleza pensando en obtener un beneficio personal, a pesar de las múltiples y variadas bondades que nos ofrece. John Fowles no es, como vemos, uno de esos que piensan que la brecha abierta entre el hombre y la naturaleza se podría cerrar con una vuelta a una sociedad comprometida ecológicamente, consciente de que poco a poco la población mundial se está haciendo más urbana, lo que no facilita el deseado acercamiento a lo natural.

A pesar de todo cree que la naturaleza no está en peligro, sino que aún es accesible a quienes quieran acercarse a ella y deleitarse con su contemplación. Lo que verdaderamente está en peligro es nuestra actitud hacia ella. Fowles hace su particular viaje por el bosque sin planificación alguna, siguiendo el camino que mejor le parece en cada momento, algo parecido al proceso de escritura de una novela. Es, por tanto, un homenaje a la libertad, a la búsqueda de la soledad y el silencio. “La soledad en la naturaleza nunca me ha asustado ni la décima parte de lo que puede llegar a asustarme la soledad en las ciudades y en el interior de las casas”, llega a afirmar. Es posible así hallar en el bosque espacios muy sensuales y descubrir su esencia en un sinnúmero de manifestaciones sensoriales, y la palabra se hace insuficiente para describir apenas un breve destello de lo percibido. No puede imaginarse Fowles cómo lo entiendo.

Paisaje de Jean Baptiste Camille Corot (1796-1875)

 

Expresa su preocupación por la conservación de la naturaleza, inquietud que no nació hasta bien entrado el siglo XIX. Sin embargo, denuncia que en la actualidad podríamos hacer mucho más de lo que estamos haciendo por mejorar la situación, porque contemplamos la naturaleza desde una óptica de creciente desapego emocional que no tiene solución en los movimientos conservacionistas. “Mientras sigamos considerando que la naturaleza es algo que está fuera de nosotros, que está más allá de nuestras fronteras, como un elemento extranjero, apartado, la habremos perdido por completo, tanto en el exterior como en nuestro interior”, escribe Fowles.

Este desvelo por la conservación de la naturaleza, por el placer de contemplar las bellezas que atesora nuestro derredor, se adereza de modo magistral con la gran sensibilidad con que describe en su libro los paisajes que recorre y que recuerda de su infancia y juventud, o el bosque adornado por una quietud intensa, “como si estuvieran prohibidos aquí los patrones más básicos de la creación y hasta los pájaros”, dice, lugares que uno quiere para sí mismo y no desea compartir con los demás. Reconoce Fowles haber llegado a la escritura gracias a la naturaleza. ¡Cuántos amantes de la lectura y de lo salvaje debemos dar gracias por ello!