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El ecologista escéptico
El siglo XX podrá ser recordado como el periodo en que la especie humana demostró su preocupación por su propia existencia y la de los demás seres vivos. Del siglo XXI ya hay quien defiende que será heredero del anterior en esa preocupación. Es cierto que hay argumentos a favor de esta idea: las sucesivas Cumbres de la Tierra, los Objetivos del Milenio, la Carta de la Tierra, etc. Se alzan incluso voces que argumentan con solidez que las cosas no están tan mal como se pintan. Es el caso del profesor de estadística y ecologista Bjørn Lomborg (2008), que sostiene que las cosas están mejorando, lo cual no significa, dice, que estén del todo bien.
En su libro El ecologista escéptico (Espasa, 2008) expone que estamos tan acostumbrados a escuchar machaconamente la letanía sobre lo mal que está el mundo que terminamos por asumirla como una verdad incuestionable. Solo hay un problema: que esa letanía no se apoya en datos reales y es alimentada por muchas organizaciones ecologistas, comentaristas particulares y medios de comunicación. Lomborg, minimizando o desmintiendo a fuerza de datos estadísticos las alarmantes afirmaciones del Worldwatch Institute, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) o Greenpeace, y consciente de su posición contraria a la mayor parte de la clase científica, defiende que la destrucción de los ecosistemas es una idea que no se corresponde con la realidad, que no es cierto que estemos acabando con la energía y los recursos naturales, que cada vez habrá más alimentos para la población mundial, que la pobreza se está reduciendo, que el calentamiento global no supondrá un problema devastador para nuestro futuro, que no perderemos tanta biodiversidad como se dice, que la lluvia ácida no está devastando nuestros bosques y que el aire y el agua están cada vez menos contaminados. O sea, que estamos en el buen camino.
Fuente: wikipedia.org
Es incuestionable, como advierte Lomborg, que una golondrina no significa que haya llegado el verano, ni un árbol hace bosque. Que debemos considerar los datos y analizar las tendencias a largo plazo. Pero ¿no es eso lo que hace la ONU cuando expone la situación del mundo sobre pobreza, hambre, superpoblación, agua, salud o contaminación? ¿No es eso lo que hacen los científicos del IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático) cuando alertan sobre los posibles impactos del clima? ¿Es cierto, como afirma Lomborg, que para los científicos “resulta complicado presentar información que vaya en contra de los intereses institucionales”? ¿Qué interés pueden tener unos y otros en engañarnos? Lomborg, como buen economista, no científico, maneja el lenguaje de las cifras con gran soltura y dice lo que al poder le gusta oír. Sí, es posible que no esté desapareciendo casi el 50 % de los bosques de la Tierra como dicen los más pesimistas, sino que “solo” se pierda el 20 %. Pero los estamos perdiendo. Puede que en el tiempo de una generación no se pierda cerca de la mitad de las especies existentes como afirman los primeros, sino que dejaremos de contar con “solo” un 0,7 % en cincuenta años. Pero las estamos perdiendo.
Más allá de si se están muriendo cada año quince o diez millones de niños menores de cinco años a causa del agua contaminada, el caso es que esos niños están muriendo y no hacemos lo suficiente para evitarlo. Ojalá no se estén muriendo tantos millones de personas en el mundo a causa del hambre como dice la letanía, pero el caso es que seguimos conociendo noticias de hambrunas y lugares donde la pobreza y la desnutrición gobiernan a nuestros semejantes, que no reciben el mínimo aporte alimenticio diario ni el apoyo del Primer Mundo. Quizá en un futuro a medio plazo las energías renovables sean más baratas que el petróleo, por lo que no tendría sentido preocuparse por el calentamiento climático. Pero, mientras tanto, se están produciendo más episodios de inundaciones, sequías, olas de calor o las ahora llamadas ciclogénesis explosivas allí donde predijeron los científicos desde los años ochenta.
¿A quién debemos creer, a quien afirma que el precio del trigo ha experimentado una continua caída desde 1800 (Lomborg) o a quien sostiene que los precios de los cereales son hoy entre un 60 y un 80 % más altos que la media de los últimos cinco años (Acción contra el hambre). Dejemos de marear la perdiz y de manipular el lenguaje y las cifras según convenga. Es probable que al final tengamos que admitir que ni nos hemos recuperado tanto como defiende Lomborg, ni estamos tan mal como nos repite la letanía que trata de anular con sus argumentos. Seguramente todos estaremos de acuerdo en que el estado general de salud de la Tierra no es bueno. Y lo peor es que, dejando el estudio de datos para los científicos, la realidad muestra que poseemos un potencial de negligencia hacia lo que nos rodea que posiblemente no tenga parangón en todo el universo. Aun aceptando que no estamos tan mal como creíamos, ¿quiere eso decir que ya no es necesario hacer nada por la conservación de la biodiversidad o por la mejora de las condiciones de vida de todos? La observación cotidiana de esa realidad, repleta de gestos incívicos y tocados por la mala educación, no permite augurar un futuro de optimismo. Cada día se transmiten mensajes en la escuela que pocos minutos después son desmentidos en la calle o en casa. ¿A qué deben atenerse los niños? Tal y como está la situación actual podemos hacernos una serie de preguntas: ¿Hemos mejorado algo como especie con el paso del tiempo? ¿Qué es lo que está pasando en realidad? ¿De dónde procede tanta destrucción? ¿Qué podemos hacer nosotros? ¿Tenemos opción a reclamar una serie de derechos sin hacernos responsables de nuestros deberes? ¿Por qué cada uno de nosotros no se acepta a sí mismo como responsable del otro? ¿Se ha conseguido plenamente el reconocimiento del hombre como realidad en todos los ámbitos de su existencia o quedan algunos agujeros por tapar? ¿Será cierto, como sostiene Porto Alegre, la meca de la antiglobalización, que “otro mundo es posible”?