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El sentido del asombro
Era bióloga, escritora, ambientalista y zoóloga, pero ante todo era una mujer divulgadora de las maravillas de la Naturaleza. Sus ganas de conocer y dar a conocer le llevaron a observar y denunciar los efectos de los pesticidas sobre la vida silvestre. Era el tiempo del DDT, lo que desembocó en un precioso libro conocido como Primavera silenciosa. Se llamaba Rachel Carson.
Escribió este libro en 1962, dos años antes de morir, y en él dio la alarma sobre la contaminación provocada por el desarrollo industrial. Atacar los cimientos de la economía hizo que fuera acusada de radical, pero para muchos fue un símbolo inspirador del movimiento ecologista, un germen del interés por el medio ambiente. Este es uno de los numerosos y valiosos mensajes que nos dejó en sus páginas:
“De todos nuestros recursos naturales, el agua es el más precioso. La mayor parte de la superficie terrestre está, con mucho, cubierta por mares que la rodean, aunque entre tanta abundancia nosotros nos encontremos en escasez. Por extraña paradoja, la mayor parte de la abundante agua de la tierra no puede emplearse en la agricultura, la industria o el consumo humano a causa de la pesada carga de sales marinas, y éste es el motivo de que la mayoría de los habitantes del mundo esté bien experimentando directamente o bien amenazada de críticas restricciones. En una época en que el hombre ha olvidado sus orígenes y está ciego respecto a sus necesidades más esenciales para la supervivencia, el agua, a la par de otros recursos, se ha convertido en la víctima de su indiferencia.”
Pero más allá de revelar las agresiones que infringimos a la Naturaleza, su principal legado fue mostrarnos que la mejor manera de preservarla es experimentar su grandeza. Y esto es lo que rezuma de otro de sus pequeños tesoros literarios, El sentido del asombro (Encuentro, 2012), una preciosa balada a la belleza de los pequeños descubrimientos que nos asaltan en nuestros paseos al natural y un canto contra la indiferencia.
Nacido como encargo para una revista con el título Help your child to Wonder (Ayuda a tu hijo a asombrarse), Carson vio la oportunidad de reflejar su pensamiento antes de morir, pues ya era víctima de un cáncer que le causó finalmente la muerte. No tuvo hijos, pero sí un sobrino, Roger, al que acogió tras la muerte de su madre y con el que pasaba horas paseando y admirando su capacidad para asombrarse de todo lo que le rodeaba. Esta experiencia fue el germen de una certeza: una vez despertado el asombro, este se convierte en la necesidad de disfrutar de la Naturaleza y la propia vida.
En las páginas de este pequeño gran libro encontramos ideas como esta:
“Para mantener vivo en un niño su innato sentido del asombro, se necesita la compañía al menos de un adulto con quien poder compartirlo, redescubriendo con él la alegría, la expectación y el misterio del mundo en que vivimos.”
El observador atento aprende a reconocerse a sí mismo cuando se relaciona en equilibrio con las demás formas vivas, y junto a ellas forma parte indisoluble del entorno. Reconoce, por tanto, que un crimen contra la Naturaleza es un crimen contra nosotros mismos. El bienestar humano no es sin el bienestar de la Naturaleza.
Estas y similares reflexiones nos asaltan tras la lectura de este bello e inspirador ensayo.