Blog
La educación lenta (2)
En educación los ritmos acelerados son perjudiciales y favorecen la desigualdad y la exclusión. “Los niños que ya en las primeras edades tienen agendas llenas de actividades, regladas o no, pensadas y dirigidas, las escuelas que ocupan absolutamente el tiempo de la infancia, las etapas secundarias en las que predomina una presión absoluta sobre el horario escolar y no escolar…, todo ello son fenómenos de una sociedad que no valora el tiempo necesario para educarse y comprender a fondo los conocimientos más imprescindibles”, dice Doménech. Es necesario, por tanto, pararse y reflexionar. El problema es que no tenemos tiempo para pensar en el tiempo, en que la clave es la relación entre profesión y vida.
Se habla mucho de la escuela del futuro, basada en una tecnología avanzada que debe sustituir a las herramientas tradicionales. Pero en ese empeño perdemos de vista la educación emocional. La tecnología está bien, pero ha de venir acompañada de una reflexión sobre el tiempo y el espacio, y debe estar al servicio de un nuevo modelo de educación en el que la calidad se imponga sobre la cantidad, un modelo en el que el debate sobre el tiempo sea un debate global que afecte a toda la sociedad, no solo a profesorado y alumnado, sino también a familias y administración educativa.
“La educación lenta no es una propuesta nostálgica que quiera dar pasos atrás respecto a la educación actual”, dice Joan Doménech, para proponer a continuación “una nueva mirada sobre el tiempo y los procesos educativos, un replanteamiento individual y colectivo que afecte al parco escolar, familiar y social”. Y para esto no es necesaria una nueva reforma educativa, sino un cambio que interese a los comportamientos de las personas. De ahí la importancia de atender a las emociones, de desacelerar procesos, de hacer frente a situaciones cotidianas.
Elogio de la educación lenta analiza la influencia que ha tenido el concepto de tiempo en la configuración de las sociedades y las culturas, y subraya el triunfo del reloj como instrumento determinante del devenir de los acontecimientos. La velocidad y el consumo se han convertido en signos identitarios de una sociedad que no sabe que la infelicidad del mundo se debe a la incapacidad de dedicar un tiempo a la reflexión. Al contrario, “no llenamos nuestro tiempo teniendo en cuenta lo que hacemos y la calidad de lo que hacemos, sino simplemente por la cantidad de tiempo que ocupamos”.
En un momento en el que vivimos más decimos que no tenemos tiempo, y solo se nos ocurre alargar el día para poder abarcar más, cuando lo que deberíamos hacer es seleccionar las actividades e informaciones que nos vayan a ser realmente útiles. “Todo pasa tan deprisa que la información, la educación y los aprendizajes también pueden acabar convirtiéndose en objetos de consumo listos para ser adquiridos y, antes de disfrutar de ellos, los eliminamos o cambiamos.”