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La vida en los bosques
“Cuando escribí las páginas que siguen, o más bien la mayor parte de ellas, vivía solo, en los bosques, a una milla de cualquier vecino, en una casa que yo mismo había construido, en la orilla del lago Walden, en Concord, Massachusetts, y me ganaba el sustento solo con el trabajo de mis manos”.
Así comienza Walden o la vida en los bosques, un relato en el que Henry David Thoreau provoca una sana envidia en el lector amante de la Naturaleza. Eso lo puede conseguir alguien capaz de abandonar la vida muelle, la supuesta vida civilizada, la vida social de su natal Concord, un cómodo trabajo de agrimensor y fabricante de lápices para refugiarse en una cabaña hecha con sus propias manos en medio del bosque, al borde de una laguna, la laguna Walden a escasos kilómetros de la ciudad, desde donde retratar las sensaciones que la vida en soledad le inspiran, rodeado de naturaleza salvaje. “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme solo a los hechos esenciales de la vida, y ver si puedo aprender lo que esta tenga que enseñarme”, escribió.
Esto es algo que pocos pueden hacer en nuestro tiempo, solo algún afortunado de pluma ágil y mente clara, alguien que vive donde y con quien quiere, alguien como Joaquín Araújo comprometido con la vida conforme a los principios de la Naturaleza. Pero en aquellos años de mediados del siglo XIX, quien tal cosa hiciera acaso sería candidato a ganarse la burla de otros, que seguramente no sabrían percibir el entorno como nuestro amigo Thoreau. “No es raro que se me diga: «Se me ocurre que debe sentirse usted solo allí, y ansioso quizá de hallarse cerca de la gente en días de nieve y lluvia, especialmente de noche», a lo que yo me siento tentado de replicar: «Este mundo que habitamos no es sino un punto en el espacio. ¿A qué distancia creéis que viven los dos más alejados habitantes de aquella estrella que veis, la anchura de cuyo disco no puede ser apreciada siquiera por nuestros instrumentos? ¿Por qué habría de sentirme solo? ¿No está nuestro planeta en la Vía Láctea? No me parece, en verdad, que esta pregunta que me habéis hecho sea la más importante. ¿Qué clase de espacio es el que separa a un hombre del prójimo y le hace sentirse solitario? Yo he llegado a la conclusión de que no hay movimiento alguno de las piernas que pueda aproximar dos mentes separadas. ¿De qué queremos vivir cerca principalmente?”
El que se ha considerado como padre de la ecología moderna, convirtió el sencillo acto de caminar en la naturaleza en un arte. Más allá de la simple contemplación del paisaje, Thoreau predica la posibilidad de que el caminante se diluya en la Naturaleza para ser uno, y todo ello lo relata con extrema sensibilidad. Sentía el hecho de caminar como una necesidad vital, pero no se alejó demasiado de su cabaña. Durante dos años recorrió su entorno próximo, observó a los habitantes del bosque, habló con ellos, los conoció y los respetó. De estas vivencias nació una ética que se tradujo en una nueva forma de vivir, pero fue —es— una ética que aún no ha terminado de calar entre nosotros. Era una forma de entender la vida difícil de entender, la vida sin prisas, lo que ahora conocemos como movimiento slow. “Cuando actuamos sin prisas y con prudencia, nos damos cuenta de que sólo lo grande y valioso posee existencia permanente y absoluta y de que las cuitas y placeres vanos no son sino sombra de la realidad. Ello resulta estimulante, sublime”, afirma Thoreau.
Huraño y excéntrico, Thoreau decía: “Encuentro saludable el estar solo la mayor parte del tiempo. La compañía, aun la mejor, cansa y relaja pronto. Me encanta estar solo. Jamás di con compañía más acompañadora que la soledad. Las más de las veces solemos estar más solos entre los hombres que cuando nos encerramos en nuestro cuarto. El hombre que piensa o trabaja está siempre solo, doquiera se encuentre. La soledad no se mide por la distancia que media entre una persona y otra.”
No estaría de más seguir el consejo que el propio Antonio Machado hacía en 1907: "Leed, pues, intelectuales españoles, si aún no lo habéis aprendido de memoria, el libro de este intelectual que soñó como latino y como sajón puso en práctica su sueño". La lectura de Walden nos muestra de inmejorable forma cómo la Naturaleza se convierte en escuela del pensamiento, educadora de la mirada y de la mente. Sí, sí, el paisaje también educa.