Blog
Literatura en tiempo de crisis
Es difícil pensar en un momento en que necesitamos con urgencia conectar con la Naturaleza, en un tiempo en que le estamos dando la espalda. Tiempo de crisis. Se habla desde hace mucho de emergencia; climática, ambiental, da lo mismo. Corren malos tiempos para la lírica ambiental, para los espacios abiertos, el agua, el aire, los seres vivos. Sí, para nosotros también. Pero cabría preguntarse si es tanto una crisis para la Naturaleza como para nuestra actitud hacia ella, una crisis severa de nuestra forma de pensarla, de vivirla, de conectar con ella. Muchos nos sentimos en medio de un desierto por más que tratamos de poner voluntad e imaginación ante las amenazas contra el entorno, cercano o lejano, pues todos habrían de habitar en nuestra mente. Sentimos impotencia. Si realmente estamos decididos a actuar, deberíamos encontrar algún puente entre nuestras vidas y las de quienes comparten con nosotros los espacios vitales, entre nuestras necesidades y las del planeta. ¿Dónde podemos recurrir? Tal vez nos ayude el género literario que contribuyó a crear el movimiento conservacionista, la literatura de naturaleza.
Desde Henry David Thoreau, John Muir, Aldo Leopold o Rachel Carson, la escritura de naturaleza ha explorado tanto lo que debemos a la tierra, las vidas que la viven y los elementos que la conforman, como lo que nos ofrece. Sin embargo, el género actual continúa siendo marginal. La problemática ambiental figura en el puesto número quince entre los que más preocupan a la población (1). Dos cosas podrían pensarse: o bien no tenemos una clara percepción de tales problemas, o bien nos traen sin cuidado. Dicho esto, casi sería mejor abstenerse de hacer comentario alguno sobre los gustos literarios en un país donde se leen mayoritariamente éxitos de ventas y obras de autores consagrados o que se dedican al famoseo. Los esquemas se repiten. Si algo funciona, ¿por qué cambiarlo? Leemos poco, por falta de interés o de tiempo, tal vez porque preferimos dedicar nuestro ocio a otras cosas. Si encuadramos la literatura de naturaleza en la categoría de ensayo, pues no existe de otro modo, tendremos que reconocer que tal género solo interesa a cuatro de cada cien lectores.
Considerado por muchos como el padre de la ecología y el sistema de vida silvestre de Estados Unidos, Aldo Leopold fue conservacionista, ingeniero de montes, filósofo, educador, escritor y entusiasta del aire libre. Entre sus ideas más conocidas está la “ética de la tierra”, que exige una relación ética y afectuosa entre las personas y la naturaleza. En esencia, la idea de una ética de la tierra es sencillamente preocupante: sobre las personas, sobre la tierra y sobre el fortalecimiento de las relaciones entre ellos. La ética ordena a todos los miembros de una comunidad que se traten unos a otros con respeto por el beneficio mutuo de todos. Una ética de la tierra expande la definición de “comunidad” para incluir no solo a los humanos, sino también a los demás componentes de la Tierra: suelos, aguas, plantas y animales, o lo que Leopold llamó “la tierra”.
Aldo Leopold
En su obra Almanaque del Condado Arenoso, Leopold revela la vasta y trascendental criatura que significa tanto para el venado, el coyote, el vaquero, el cazador, el pino y la montaña: el lobo. Leopold escribió que, desde el día que vio morir a una loba, ha percibido a los lobos conducidos al borde de la extinción y las montañas sin lobos defoliadas por manadas de ciervos en expansión. Se devasta lo que más crea y asombra. Luego quizá nos preguntamos por qué, pero no cuestionamos nuestras actitudes.
Estas y otras sensaciones son las que está destinada a transmitir la literatura de naturaleza, tratar de responder a la llamada de los espacios abiertos y la biodiversidad que los habita. Ha de combinar para ello una cierta dosis de descripciones del mundo natural con una buena proporción de reflexiones personales con el ánimo de implicar al lector, despertar sensaciones acaso dormidas que lo vinculen a la Naturaleza.
Este género no es hoy peor que en tiempos de Thoreau o Leopold. Es posible que nosotros nos hayamos vuelto más indiferentes y alejados de la Naturaleza. En otro tiempo la gente vivía más en contacto con su entorno, y las cosas contadas por los escritores resultaban más familiares y cercanas. Ahora esa distancia es bastante mayor, razón por la que necesitamos una literatura que nos hable de las cosas de la Naturaleza, con un lenguaje dirigido a quienes apenas reconocen y perciben lo que ocurre al otro lado de la ventana o más allá de los límites de la ciudad. Necesitamos escritos que nos permitan ver cómo es realmente nuestra relación con la Naturaleza. No se trata de leer para convertirnos en activistas del medio ambiente, sino para comprender que todos, desde nuestro ámbito personal, tenemos un papel que desempeñar a favor de la Naturaleza.
La literatura de naturaleza ha de ser un oasis en el desierto de insensibilidad e incoherencias que nos atenaza, una vía de expresión de nuestros vínculos con la tierra, una llamada a la conservación de todas las formas vivas y de los paisajes que habitan. Esta literatura se ha de convertir en una ventana de reflexión sobre nuestras actitudes, nuestra falta de compromiso con la Naturaleza, reflexiones y vivencias en torno a entorno, sensaciones que mantienen viva la presencia de los paisajes. Se ha de transformar en una filosofía desarrollada desde la pequeñez del ser humano frente a la grandeza de los espacios abiertos. El contacto duradero con la Naturaleza inspira la construcción de una ética que refuerza nuestra relación con la biodiversidad y los paisajes. Se trata de un viaje de ida y vuelta. La literatura de naturaleza se postula como un eficaz e infalible remedio contra el afán dominador del hombre sobre la Naturaleza.
De escribir la naturaleza habla Antonio Sandoval Rey en este ilustrativo artículo.
(1) Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), estudio de noviembre de 2019