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Naturaleza virgen

Libros

“Cuando las equivalencias físicas del pensamiento desaparecen, también el pensamiento o la posibilidad de pensar se pierde. Y cuando se destruyen los árboles y los bosques, bien sea por accidente o de manera deliberada, la imaginación y la memoria se marchan con ellos.”

Para Robert Macfarlane la naturaleza es una pasión que ha sabido describir de modo magistral con palabras. Y eso es básicamente Naturaleza virgen, una descripción poética de la naturaleza, un libro inspirador, emocionante, motivador de incursiones al entorno. Existe una expresión en alemán, zeitgeist, que viene a ser algo así como el espíritu del tiempo, pero que se podría entender como una comparación entre un estado anímico personal y el estado en que se encuentra la naturaleza que rodea a la persona. Sé que es algo complicado de entender, pero será mucho más fácil para quien sienta una firme conexión con la naturaleza que le rodea, una empatía, porque “lo humano y lo natural no pueden separarse”.

Robert Macfarlane relata una serie de viajes y estancias en espacios abiertos en Irlanda, Escocia e Inglaterra, unos espacios que llegan a ser algo muy especial para quien alcanza a conocerlos: un río, un seto, un valle, una montaña, un bosque, una costa, una isla, una marisma… “Las tierras vírgenes son necesarias porque nos recuerdan un mundo más allá de lo humano. Los bosques, las llanuras, las praderas, los desiertos, las montañas, la experiencia de estos paisajes, pueden proporcionar a las personas una «sensación de grandeza sobrehumana que hoy en cierto modo hemos perdido»”, escribe citando también a Wallace Stegner, autor a su vez de La carta de lo salvaje.

Y todos esos viajes y estancias se traducen en experiencias, tal vez fugaces en el tiempo, pero eternas en el devenir de quien las tiene, vitales, “encuentros cuyo poder para emocionarnos es tan inexpresable como irrefutable”. Macfarlane, gran buscador de espacios solitarios y callados, explorador de contactos con el aire limpio y las estrellas, nos habla de esos encuentros por pura necesidad de airear sus sentimientos, por un deseo irrefrenable de compartir su intimidad con el lector.

Así, poco a poco va conformando un mapa personal a pequeña escala de la naturaleza, a la que trata de aprender, desvelar sus misterios. Él mismo lo expresa con estas palabras: “Mi propio mapa empezaba a llenarse de lugares, avanzaba hacia un estado, si no de finalización —eso nunca sería posible—, sí de coherencia. No pretendía construir un mapa definitivo; me bastaba con haber sabido captar y absorber algo de los lugares por los que había pasado y reflejar la transformación que habían producido en mí, cómo me habían llevado a pensar de un modo distinto.”

Siguiendo los pasos de otros apasionados por el aire libre, y como ellos “comprometido en una búsqueda cuyo significado no comprendía, pero cuya necesidad no podía soslayar, Macfarlane trata de averiguar si la naturaleza existe allá donde va, a veces durante días enteros, llegando a alcanzar una relación especial con todo aquello que conforma el paisaje natural, evitando el contacto humano en la medida de lo posible y refugiándose donde puede. Se convierte así en explorador de un mundo de agua, aire, tierra y vida, un mundo al que la mayoría de la gente es ciega, pues no sabe ver donde mira.

Con toda seguridad, la lectura de Naturaleza virgen elevará nuestra imaginación a cotas insospechadas y perdurará en nuestra memoria, especialmente si sabemos ver y escuchar, si anhelamos una nueva relación con la naturaleza.