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Que lo vean nuestros nietos (y 2)

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Seguimos haciéndonos eco del libro La sexta extinción. El futuro de la vida y de la humanidad, de Richard Leakey y Roger Lewin. La semana pasada decía que las cinco grandes extinciones acabaron con entre el 65 y el 95% de la vida del planeta. Los propios paleontólogos han renunciado a explicar la causa de las extinciones en masa por considerar el tema demasiado complejo para entenderlo. Una cosa parece clara: a pesar de estas catástrofes, la biodiversidad no ha dejado de crecer, alcanzando su punto máximo cerca de nuestro presente. Aquí es donde entra en escena el Homo sapiens. Calificado como la culminación de la evolución porque ha sido capaz de adaptarse a todos los entornos del planeta, esto ha permitido que nos proclamemos merecedores de estar en la cima del mundo natural, algo así como ser la punta de flecha del progreso, la expresión de la perfección. De hecho, la idea de considerar al ser humano como un ser especial y aparte, y al resto del mundo como una propiedad a la que explotar a nuestro antojo, se ha mantenido vigente hasta bien entrado el siglo XX.

Sin embargo, poco a poco se han ido difuminando las fronteras entre los humanos y el resto de los seres vivos. Al fin y al cabo, no somos tan especiales. Nuestra especie no es sino una más entre los millones con las que compartimos el planeta y con las que formamos una comunidad de diversidad casi sin precedentes. Pero ¿cuántas especies hay en la Tierra? La respuesta es bien sencilla: no se sabe. Hay estimaciones que oscilan entre cinco y cincuenta millones, y otras que alcanzan los cien millones. Pero la cuestión es que se ignora, y en la actualidad hemos llegado a conocer entre el 1 y el 2% de toda la biodiversidad, lo que significa que la mayor parte de la vida es prácticamente invisible.

Tras resaltar la grandiosa variedad biológica que existe en la Naturaleza, Leakey y Lewin nos recuerdan que los ecosistemas no siempre se encuentran en equilibrio, ya que hay circunstancias que alteran su estabilidad. Las poblaciones experimentan fluctuaciones como consecuencia de la competencia, las enfermedades, la variabilidad climática, la depredación o la escasez de recursos. Y no solo no hay equilibrio en el mundo natural, sino que este no es una “máquina coordinada” que lo busque a toda costa. Lejos de allanar el camino, los humanos han provocado a lo largo de su historia un impacto de primer orden sobre las comunidades ecológicas, demostrando de paso la gran sensibilidad de los ecosistemas a la irrupción de nuestra especie.

La capacidad del hombre para invadir todos los ecosistemas le ha llevado a alterar el equilibrio de los mismos, hasta el punto de provocar extinciones importantes. Leakey y Lewin citan a modo de ejemplo al dinoterio, el gliptodonte o el mamut lanudo, reconociendo que existen pocas pruebas fósiles al respecto. No cabe duda, sin embargo, de que hemos dejado una huella indeleble allí donde nos hemos asentado. Es el caso de Nueva Zelanda, adonde llegaron los maoríes hace unos mil años. La acción combinada de la caza y la alteración de los ecosistemas derivó en el exterminio de las moas, unas aves de gran tamaño y de aspecto torpe. Igualmente se produjeron extinciones de especies coincidiendo en el tiempo con la actividad humana. La eliminación o fragmentación de los bosques, la introducción de especies foráneas y la explotación directa, como la caza, son nuestras herramientas.

Reconstrucción de la caza de moas a principios del siglo XX (Fuente: en.wikipedia.org)

 

Hoy por hoy no podemos negar que buena parte de los problemas que afectan a la biodiversidad tienen su origen en la intervención humana. Dicen que aún queda tiempo para evitar el colapso, pero creo que hay un pequeño problema: la solución está en manos de la educación y la ciencia, y no está el horno para bollos, por desinterés y falta de dedicación de los gobiernos. Lo dijo Edward O. Wilson en un artículo publicado en 1985, La crisis de la diversidad biológica: un desafío para la ciencia: “Si los astrónomos descubrieran un planeta más allá de Plutón, la noticia saldría en primera plana en todo el mundo. No ocurre lo mismo cuando se descubre que el mundo vivo es más rico de lo que se sospechaba, una realidad que es de capital importancia para la humanidad.”