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Reflejar el mundo que está ahí fuera

Libros

 

Escribió 32 novelas de aventuras que le sirvieron para reflejar la vida de los pioneros del oeste y sus enfrentamientos con los nativos americanos, popularizando los ambientes de las regiones fronterizas. Pero lo conocemos especialmente por El último mohicano, escrito en 1826, una obra que recoge virtudes basadas en la amistad, la naturaleza, el honor y la valentía. James Fenimore Cooper (1789-1851) fue un autor de éxito en su tiempo, y su estela literaria fue seguida por dos de sus hijos, Susan y Paul.

Susan Fenimore Cooper (1813-1894), era la mayor, y llegó a ser una distinguida escritora y naturalista. De hecho, es considerada como la primera mujer naturalista, llamó la atención de Charles Darwin y publicó antes de que Henry David Thoreau sacara a la luz su Walden. Ella es más conocida por su diario de naturaleza de Cooperstown —ciudad que fundó su abuelo—, publicado por primera vez en 1850 con el título Rural Hours, y que ahora nos llega como Diario rural (Pepitas de Calabaza, 2018). Pero también escribió una novela, Elinor Wyllys, o The Young Folk of Longbridge (1846), bajo el seudónimo de Amabel Penfeather, además de cuentos infantiles y artículos sobre una amplia variedad de temas, incluida la naturaleza. En una época en que las oportunidades reservadas a la mujer eran más bien escasas, esta actividad creadora tiene aún más mérito.

 

 

En Diario rural Susan Fenimore centra su interés en el mundo natural, y trata de mostrar que la sociedad humana se podría beneficiar de una relación más significativa con su entorno natural. Demostrando un gran conocimiento de las especies de su entorno, sugiere que la Naturaleza es parte integral de la sociedad humana, de su historia. Sin duda, Susan esta sensibilidad por el entorno natural fue un legado de su padre, que también había prestado mucha atención a un paisaje que desaparecía, y específicamente a los nativos americanos. James Fenimore refleja las tensiones del siglo XIX entre la naturaleza y la civilización, entre el sacrificio y el progreso, entre el despojo y el desarrollo. Susan Fenimore, por tanto, era muy sensible ante la ignorancia de la gente respecto a las formas de vida que existieron en la Tierra mucho antes del ser humano, así como por la historia de los pueblos indígenas. De hecho, llegó a afirmar que los americanos blancos no pasaban de ser medio alienígenas en el país.

 

 

El Diario rural de Susan Fenimore es una crónica de los cambios estacionales de bosques, prados, aguas, vegetación y vida animal alrededor de su casa, y nada tiene que ver con el diario típico de limpieza que lleva a cabo la mujer del siglo XIX para registrar el progreso cotidiano espiritual y doméstico de su hogar cristiano. El relato está cuajado de paseos por el campo, descripciones y observaciones, sin rastros de visiones antropocéntricas del mundo. Las condiciones atmosféricas, el crecimiento de animales y plantas, el deshielo, el ir y venir de las aves, una llamada a entrar en contacto directo con la Naturaleza, a no quedarse en casa, aunque el tiempo sea desapacible… Tales son los contenidos de Diario rural, inauditos en una época de poco tiempo libre para la mujer, cuya principal tarea se centraba en las labores del hogar. Impensable debía ser aquello de pasar una mañana deambulando por el monte sin hacer nada.

 

 

Susan Fenimore no muestra el menor interés por el uso eficiente del tiempo ni por obtener un rendimiento económico de sus registros o por extraños y repetidos quehaceres domésticos, tan habituales entre las mujeres de su tiempo. Cooper desea saber “de qué nación ancestral la gente buena de este país ha heredado la propensión a la limpieza periódica”. Su escrito se ajusta más bien al ritmo de la Naturaleza, de las estaciones, y las entradas diarias no tienen un esquema definido, ni siquiera una extensión establecida. Lo que interesa es un contenido centrado en el entorno que rodea a la observadora, no el continente. Es curioso el uso del “nosotros” en lugar del “yo”, acaso porque desea encontrar la complicidad del lector, lograr su compromiso con el conocimiento y admiración del entorno. Destaca, así, el interés en la tierra, no en sus opiniones personales ni en sus cualidades como escritora. La llegada de la primavera, los continuos paseos por el campo, la mirada desde la cima de una colina, el ir y venir de los habitantes del bosque, el ver cómo los animales observan a quienes les observan son asuntos que desfilan por su Diario rural como reflejo de un mundo que está ahí fuera, más allá de nuestros límites personales, aguardando a ser descubierto y admirado por todos, esperando que todos nos sintamos parte y abandonemos esa actitud de supuesta superioridad y aniquilación que nos caracteriza, ese cuidado descuido de la Naturaleza.

 

 

Susan Fenimore Cooper señala que nosotros somos los que invadimos la tierra de otros seres, quienes alteramos el orden natural de las cosas, quienes expulsamos a los residentes nativos de sus hogares limpiando la tierra, cortando árboles, destruyendo hábitats. Hemos irrumpido sin previo aviso y sin invitación. Al igual que las aves nos proporcionan sus hermosos trinos y las ranas sus sonatas nocturnas, nosotros, como especie inmigrante, debemos aprender a compartir espacio en un entorno ya establecido, abrir nuestros sentidos hacia ellos.

 

Lectura recomendada:

Fenimore Cooper, S. (2018). Diario rural. Pepitas de calabaza, Logroño.

 

Nota: todos los dibujos expuestos fueron realizados por Susan Fenimore Cooper