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Intemporales

Literatura de naturaleza

Se necesita un tacto especial para coordinarse con la otoñada y llegar en el momento preciso del encendido de colores. Cuando llegamos demasiado pronto o demasiado tarde nos queda la impresión de haber faltado a una cita. Tras el espectáculo cromático quedan los arces tristemente revestidos, plañendo las últimas hojas en silencio, cascadas de sugerentes nostalgias que aumentan nuestro campo de visión, permitiendo apreciar una arboleda que se hace horizonte. Son legión las meditaciones que aviva este arcedo, uno de los mejores baluartes de nuestros bosques mediterráneos, de los más significativos para quienes la Naturaleza lo significa todo.

 

Arce de Montpellier (Acer Monspessulanum)

 

Un diminuto escudo medieval andante recorre los finos tallos espinosos del agracejo. No parece que tenga alas y, sin embargo, las guarda plegadas en forma de triángulo, con bordes amarillos y pardos o negros a modo de advertencia. A esto contribuye eficazmente el llamativo color rojizo de sus patas. Un pequeño semáforo en pleno bosque que los botánicos denominan aposemático. ¿De qué quiere prevenir a otros insectos y depredadores de su entorno? Esta chinche de bosque oculta un secreto algo desagradable: desprende un olor apestoso que tal vez logre el objetivo de ser rechazado por otros. Al parecer, el olor es similar al del cianuro. Debe ser efectiva esta estrategia defensiva. Así parece indicarlo un enorme abejorro que ha acertado a aproximarse a una chinche del endrino, de aire aparentemente pacífico, que continúa su paseo indiferente. Tampoco los herrerillos se sienten atraídos por este maloliente insecto.

 

Chinche del endrino (Dolycoris baccarum)

 

La dehesa de Carrascosa de la Sierra es otro magnífico ejemplo de bosque mixto. Sus añosos quejigos despiertan sensaciones y adormecen fogosidades, prolongan tiempos y reducen vanidades, permiten alejar inquietudes y reforzar encuentros. El calendario en este bosque no pasa a un segundo plano, simplemente desaparece, se olvida. Es uno de sus principales valores. Los árboles se han levantado del suelo con paciencia. Poco les ha importado el tiempo, pues lo tenían a favor. Los troncos se han retorcido lo indecible en su lenta búsqueda de la luz. He aquí el secreto de su belleza, que solo desvelan al jabalí y al buitre, al zorro y la golondrina, al ciervo y la garduña. Y a miradas curiosas como las nuestras.

 

Quejigos (Quercus faginea)

 

Y si de mantenerse al margen del tiempo se trata, pensemos en la sabina. Impetuosos vientos, tierra pobre y pedregosa, escasez de agua… La dureza de los elementos obliga a veces a adoptar una solución drástica: la lentitud. De nada sirve tener prisa. Un crecimiento pausado, paciente, proporciona a la madera una rigidez que no obedece a norma alguna. Imputrescible, inasequible al paso del tiempo. Así es la madera de sabina. El árbol se toma su tiempo para levantarse hacia el cielo desde el lugar elegido en la tierra. Algunos han sido merecedores de culto por ancestrales civilizaciones, que los consideraban seres mágicos, divinos. Pero pocos árboles como la sabina se alejan tanto de nuestro ritmo temporal, creciendo pausadamente, explorando la tierra con sus raíces infinitas. Pocos árboles como la sabina merecen tanto un homenaje en forma de abrazo.

 

Sabina (Juniperus thurifera)

 

Por allí anda el arrendajo. No pasa nada en el bosque sin que se entere el arrendajo, que luego lo pregona a los cuatro vientos. Como para confiarle un secreto. Es el auténtico cotilla de la arboleda. Más discreto, pero dotado de una feliz musicalidad, es el ruiseñor, definido por Sebastián de Covarrubias como “avecita que con su canto nos alegra y regocija en la primavera”. En estos momentos el ruiseñor merodea en el barranco por donde desagua la fuente.

Poner los cinco sentidos en la observación de la naturaleza, acercarnos a ella con el respeto debido, supone algo más que disfrutar de ella. Significa formar parte de su comunidad de vida, integrarse en ella, ser naturaleza, comprometerse con su discurso, convivir con otras formas vitales, allí donde realmente somos todos iguales. Aunque nuestros tiempos no sean los suyos.