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Blog

Mixtura botánica

Literatura de naturaleza

 

El camino nace en la estrecha carretera que se dirige hacia el norte desde Las Majadas, y no tarda mucho en alcanzar las amplias praderas de Cañada Espinosa. Ignoramos el motivo de tal apelativo punzante, pero el término cañada nos traslada a un pasado en el que la ganadería fue determinante para el desarrollo económico y poblacional de la provincia de Cuenca. Nos encontramos en el segundo tercio del otoño, pero el día es muy agradable, casi primaveral. Un puñado de vacas sestean apaciblemente, la mayoría tumbadas sobre la hierba, y nos ven pasar flemáticas, inexpresivas. Un toro nos mira, el cuerno izquierdo caído sobre el ojo. Tranquiliza saber que el ganado es manso. Los terneros, en cambio, desconfían y se levantan buscando la protección de la madre, que sigue rumiando distante.

Mixtura botánica. Pinos albar y negral, quejigos, encinas, enebros, sabinas, matorrales rojizos de agracejo escoltan nuestros pasos. Las hojas de este arbusto espinoso presentan una amplia graduación de colores desde el ocre al escarlata que se fusionan entre sí como los pigmentos que se filtran en el pincel de un acuarelista, en claro contraste con el verde intenso del bosque y la pradera.

 

 

Rosales y majuelos exhiben sus centelleantes bayas, perforadoras del aire vacío, ardientes lágrimas rubíes bajo la atenta mirada del sol. Tiempo de serenidad en el corazón de un bosque mixto ejemplar. Es momento de recibir la verdadera recompensa del monte, su belleza, ofrecida gratuitamente a todo el que pasa. Estas arboledas heterogéneas, misceláneas de vida, eficaces combinaciones de exigencia y austeridad, eran más habituales en el pasado. El mercantilismo reclama ahora centrar la atención de los gestores forestales en esas especies de rápido crecimiento, aunque su comportamiento ante el fuego sea tan impetuoso como el de la tea, aunque su actitud ante el agua sea de absoluta avidez.

Un clima templado, con lluvias moderadas, veranos cálidos y bastante secos, e inviernos suaves. Esto es lo que tenemos en torno al Mediterráneo, nos guste o no, y esto es lo que configura un ecosistema rico y variado, el más diverso de la zona templada, solo comparable a los bosques tropicales, algo que justifica sobradamente que dediquemos parte de nuestro azorado tiempo a conocer mejor lo que acaso, tal vez erróneamente, creemos conocer.

 

 

Hace algunos días venimos observando que la presencia de procesionaria puede ser importante el próximo invierno. Los pinos que orlan el camino parecen confirmarlo. Estos refugios de seda —nombre más apropiado que “nidos”— acogen a las orugas durante el día, hasta que llega la noche, momento que aprovechan para atiborrarse de acículas de pino. Nuestra primera reacción suele ser la de eliminar estas larvas como sea. Contra quienes hablan de la oruga como una implacable plaga de consecuencias bíblicas, solo podemos persistir en que cuenta con adversarios que nos empeñamos en ignorar con demasiada frecuencia: aves insectívoras como el carbonero, el herrerillo o el cuco, otras como el mirlo, el cuervo, la urraca o la abubilla, insectos como la avispa, la hormiga o la cigarra, mamíferos como el lirón careto o el murciélago… No es necesario romper lanzas en favor de este incómodo vecino peludo, salvo para recordar que es un herbívoro más y que forma parte de la cadena alimenticia de nuestro ecosistema mediterráneo, que es alimento para otras especies, que romper esa cadena redundaría en perjuicio de esas especies y de nosotros mismos. Un monte sin insectos es un espacio sin vida. Por eso, siempre que podamos deberíamos participar en campañas de fabricación o colocación de cajas nido o, al menos, no destruir las que ya están colocadas. Los problemas de urticaria que provoca se pueden prevenir sorteando el contacto con las orugas.

 

 

El silencio está siendo roto por una bandada de avecillas cuya pacífica asamblea hemos perturbado sin querer. Nos detenemos y las escuchamos, varias veces, hasta que deciden interrumpir su debate y abandonar el parlamento en la copa de algún árbol. Tal vez esperen en otra ladera a que nos alejemos para continuar con la algarabía. Poca diferencia encontramos con el parloteo al que se destinan ciertos foros humanos. Posiblemente la desordenada charla de estos pájaros sea más inteligible. Y, sin embargo, algo parece estar cambiando, algo que impide escuchar la misma armonía que antes. Será la crispación a la que nos vemos abocados por la crisis de valores que nos atenaza, o será la crisis climática que entre todos estamos modelando con tanto interés y que afecta a la biodiversidad de modo tan evidente. Será, tal vez, el escaso interés que despierta la problemática ambiental general, lo que nos provoca un indudable desencanto. Nos preguntamos si aún es tiempo para la lírica al natural. Esperamos que sí, pues solo en contacto con la Naturaleza hallamos el refuerzo necesario para el ánimo abatido. La banda sonora de los espacios abiertos marca una notable ruptura con la fragosidad de lo cotidiano, con todo aquello que comprime nuestra voluntad, con todo lo que reprime nuestro vigor.

 

 

De cualquier manera, a pesar de nuestra torpeza colectiva, ¿cómo podemos perder la esperanza en la capacidad que alberga la vida para salir adelante? Carpe diem. Es momento de reforzar vínculos con el entorno que nos envuelve y mirar en la misma dirección de nuestros proyectos vitales. Varias veces nos hemos propuesto recoger semillas para intentar la regeneración de nuevas vidas que habiten espacios yermos. Bajo las vastas copas de los quejigos se extiende una alfombra de hojarasca dorada y ocre que apenas deja ver un puñado de cúpulas vacías de bellota. Alguien se nos ha adelantado para deleitarse con estas suculencias. Tendremos que probar en otro momento o con otras semillas, convencidos de que, a medida que la vegetación regrese o se mantenga en su sitio, creará inevitablemente nuevos nichos, y los sonidos, aromas, panorámicas y texturas continuarán siendo diferentes. Una terapia integral. La vida que prospere bajo su tutela será resistente y versátil, sabrá sobrevivir con los recursos disponibles, seguirá murmurando entre ramas y piedras. La tierra conservará activa su respiración. Una imperturbable gramática de movimiento animará el borde del camino. Los setos reafirmarán su vocación de albergar jilgueros y pinzones y en los ríos y lagunas las aves acuáticas abrirán la cremallera del cielo reflejado, mientras golondrinas y abejarucos se reunirán en tropel a lo largo de los tendidos eléctricos. El significado de lo salvaje perdurará.

Llegamos al vientre de lo que deberíamos considerar una joya botánica, el arcedo de la Dehesa de los Olmos, de una belleza abrumadora. No abandonamos el bosque mixto, pues el atractivo arce de Montpellier convive con monumentales quejigos de varios metros de perímetro. No lejos del camino encontramos uno de tronco retorcido que precisaría de varias personas para abarcarlo en su totalidad. Varios siglos nos observan. Contemplar estos árboles centenarios nos ayuda a recordar lo insignificantes que somos y lo grande que es el mundo natural. Viejos troncos yacen inertes en el suelo, troncos derrotados por el tiempo, dispuestos a proteger y generar nuevas vidas. Entregas no exentas de belleza perdurable en medio de la desnudez a la que el bosque se ve abocado. Estos árboles ahora vencidos se elevaron para dibujar una magnífica vista del páramo hace varias vidas humanas, encanto que todavía se conserva gracias a sus herederos.

 

 

La temperatura transmite tantas sugerencias que hasta el mundo invertebrado se hace eco de ellas. Sobre el suelo pedregoso se desplaza torpemente una gran chicharra hembra, verde, envalentonada ante nuestra presencia, tanto que parece hacernos frente. De interminables y delicadas antenas, ostenta con orgullo su oviscapto no menos largo curvado hacia arriba, con el que perfora el suelo para depositar sus huevos.

En estos viajes dejamos atrás nuestros problemas humanos y logramos librarnos de nosotros mismos. Son las vidas de otras criaturas las que realmente importan. Así ofrecemos nuestra mente para que la Naturaleza nos purifique. Recuperamos el control del que a menudo se apodera lo cotidiano. Un medio de renovación que acaso forme parte del ciclo de la vida.