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Blog

Pensar como un corzo

Literatura de naturaleza

 

Primera hora de la mañana. Una mañana fresca en el corazón del verano. Una mañana que aún no ha concedido permiso para que el sol bañe el fondo de la hoz. Las aguas del río bajan tranquilas, tan verdes como siempre. La oropéndola comienza su actividad a lo largo de la ribera, de rama en rama, entre enhiestos chopos que se mecen al compás de la brisa, y en los pinares de repoblación se mueven pájaros carpinteros, arrendajos y urracas. Las picazas atienden sus labores de registro en la carretera, por si algún incauto transeúnte ha cruzado el asfalto a destiempo.

A mi izquierda, en la ladera, pastan tranquilamente dos corzos ajenos a mi paso. Continúo caminando sin apartar la mirada de ellos, consciente de que, si me detengo, será la señal de aviso para que los animales inicien la carrera hacia la espesura. Entre el camino y el río hay poca distancia, tal vez una veintena de metros, algo menos en algunos tramos. A estas horas no hay casi gente paseando y el tráfico es muy reducido. Aprovecho la circunstancia para aguzar la escucha, solo interrumpida por mis pasos. De modo imprevisto me encuentro con otro corzo, a pocos metros, paciendo en la ribera, entre los arbustos, hasta que advierte que me he detenido para observarlo mejor.

 

 

El animal debe pesar unos 30 o 40 kilos, y mantiene en todo momento una actitud de alerta, atento a cualquier amenaza del entorno. En este momento quizá se encuentre en los últimos instantes de su jornada nocturna, antes de ocultarse en algún recóndito lugar del bosque. Para ello tendrá que cruzar la carretera y ascender la escarpada ladera, algo que en ocasiones resulta trágico por la cantidad de atropellos que se producen.

El corzo y yo intercambiamos una larga mirada. Al menos eso me parece. Me mira sin mover un músculo. Yo le miro sin pestañear. Es posible que nunca haya visto un corzo tan cerca, con tanto detalle. Su pelaje color nogal, su nariz azabache brillante, su cuello esbelto, sus orejas enhiestas, sus patas fuertes. Parece tan asombrado como yo. Nos miramos a los ojos, en un plano de igualdad. Nadie se siente superior a nadie. Ignoro si nuestros pensamientos también se entrelazan. Espero que no me esté identificando como voraz enemigo. Por mi parte, me gustaría transmitirle que no soy eso, pero me temo que no me entendería.

¿Cómo se dirá en su lengua “aquí, un amigo”? No sé, porque tampoco conozco su forma de pensar. Intuyo que el corzo estaría reflexionando en sus cosas mientras cortaba la hierba de la ribera, como también yo iba pensando en las mías al caminar. Imagino que él iría meditando sobre los días que faltaban para la época de celo, en si sería elegido esta temporada por una hembra. Tendría ya calculada la vía de escape en caso de llegar algún depredador, “aunque lo más parecido a un enemigo sea ese que me está mirando descaradamente desde el camino”. Supongo que se preocuparía por la mejor forma de vivir con la ayuda de sus instintos y sus sentidos, en dónde encontrar el mejor herbazal o cuándo bajar al río para calmar la sed. Tal vez se concentraría en lo innecesario, inútil o estúpido que es tener prejuicios. Es posible que me deje llevar por un exceso de antropocentrismo, pero me gustaría pensar como un corzo.

 

 

Todo esto en el breve instante que duró nuestro encuentro. Breve, porque breves son los momentos encantadores, fascinantes, mágicos. No sé cómo sucedió. Solo sé que no quise prolongar más su inquietud y eché a andar. Y entonces, casi inmediatamente, el corzo corrió sin rumbo definido como alma que lleva el diablo, pisoteando la hojarasca, rozando los arbustos, ladrando en una extraña mezcla de pánico y muestra de agresividad frente al invasor. Yo sonreía mientras me alejaba, y en la creciente distancia aún podía escuchar la ladra del corzo, un sonido que la estrechez de la hoz acrecentaba sosteniendo el eco en el aire. Sonreía, pero lamentaba no haber sido capaz de pensar como un corzo para hacerle saber que yo no era su mortal enemigo, sino un compañero más en el viaje de la vida. ¿Cómo se dirá en su lengua “aquí, un amigo”? Me temo que hoy no me lo va a decir.