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Un gran Chico
El río Chico no nace con este nombre. Las laderas de la Muela Pinilla, al este de Masegosa, vierten sus primeras aguas, que en su más tierna infancia se dirigen hacia el oeste formando una pequeña hoz. Tal vez por ello reciba este regato el nombre de río de la Hoz. Grandes aspiraciones no le faltan, pues buena parte del año ofrece al caminante escaso caudal. Sin embargo, la orientación que ha elegido le permite surcar la tierra camuflado por el bosque y la roca, entregando un paisaje inusualmente bello, acogedor, casi misterioso. Más adelante une sus fuerzas cinceladoras al Arroyo de la Fuente de la Abuela. Aquí ya es el río Chico, y deja de serlo al derramarse en el río Cuervo a su paso por Santa María del Val.
Una ola de color marca el comienzo de los meses más oscuros del año. El bosque adopta su carácter más escandalosamente exhibicionista, con ánimo de parecer una asombrosa hoguera llena de matices. Nos proponemos captar toda la gama antes de que el fuego se apague. Podríamos utilizar la cámara, pero solo lograríamos atrapar una escena de las miles que nos ofrece el entorno. El húmedo camino aporta un encanto especial a pesar de la umbría —o gracias a ella—. Los buscadores de hongos están por todas partes. La inmensa minoría saben lo que buscan y lo que hacen; una arrolladora mayoría arrasan, destruyen, cortan con desenfreno por el mero afán de llenar la bolsa. La desnudez de los árboles revela secretos refugios de aves en la enramada, a la vez que dibuja esqueléticas sombras sobre mullidas alfombras de hojas y abre paso a una tibia y fugaz luz antes de que la escarcha extienda su albo manto. Las texturas del cambio son palpables. Los verdes pasan el relevo a los ocres. El musgo parece recobrar nuevos bríos. La luz, cada vez más cercana al horizonte, prolonga las siluetas espectrales. Una pausada mezcla de silencios y murmullos se conserva inalterable, aunque ha de racionar sus tiempos Cuervos y urracas llenan el aire con sus chanzas y griteríos. Alcanzamos a verlos como extraños signos de puntuación en las ramas; sonidos que perforan el leve rumor que vive en la arboleda. Están poniendo al día sus singulares y escasamente comprendidas redes sociales, pero así dominan el escenario.
Las laderas del reguero Chico se muestran pletóricas de rarezas botánicas, algunas de las cuales están sabiamente protegidas por vallas metálicas. La riqueza vegetal es especialmente abundante en la umbría, donde abundan los helechos macho y hembra. Es fácil que, desde la otra orilla, se confundan con el helecho común, pero su bajo y robusto porte y sus largas frondas son claros distintivos. Salpicando el sombrío entorno con brillantes dorados se presentan avellanos y serbales de cazadores, incorporando estos la peculiar nota sanguínea de sus diminutas bayas. Y más arriba, como anhelando preservar su intimidad entre la espesura de pinos, uno de los tesoros más pintorescos y sorprendentes para el admirado observador, el roble cantábrico, un pequeño árbol que parece haber escapado de su hábitat natural en el norte de la península.
Serbal de cazadores
El camino serpea dibujando una línea ondulada paralela al barranco, que en algunos tramos parece recobrar ciertos bríos. La oscura cuarcita nos habla de lejanos tiempos en que se fueron depositando arenas en lagunas someras, allí donde lenta, muy lentamente se cementaron las capas de sedimentos, fácilmente distinguibles por su color, estratos que fueron sometidos a brutales fuerzas orogénicas, torcidos en inverosímiles arcos plegados con la fragilidad del papel. Es lo que podemos observar en un anticlinal en el mismo borde del camino. Habrá quien cuestione la formación de un pliegue como este, y que sostenga que tal estructura tan regular y equilibrada debió tener su origen cuando los materiales eran recientes y elásticos. Un geólogo nos diría que hasta las rocas más rígidas, como estas cuarcitas, pueden doblarse sin fracturarse, como si de plástico se tratara, algo que no es fácil de asimilar viendo el inquebrantable aspecto que ahora tienen. Si a esto añadimos que tal plegamiento se ha producido en las entrañas de la tierra, veremos cómo la Naturaleza somete nuestra capacidad de asombro a una prueba difícil de superar.
El recorrido de este riachuelo apenas ronda los nueve kilómetros, pero al bosque le da tiempo para envolvernos hablando calladamente del silencio del agua, de esos tiempos en que la nieve abatió a algunos de sus pinos más nobles, ahora caídos por doquier en ambas laderas de nuestro paseo, de secretos relatados por el viento y solo escuchados por quienes desean escuchar. No cabe duda, hemos de volver a andar la trocha en diferentes momentos del año. Estamos convencidos de que el bosque continuará narrando singularidades asombrosas.