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Blog

Un hotel en el jardín

Literatura de naturaleza

 

He visto imágenes hasta decir basta. Diseños más o menos sofisticados, tamaños variados y materiales diversos. Los hay con cañas huecas, trozos de ladrillos, troncos agujereados… La primera vez que pensé en una instalación de este tipo fue escuchando el cansino zumbido de un abejorro y observando su revoloteo en el dintel de la puerta de casa, donde había encontrado un diminuto orificio que, pacientemente, había ido ensanchando, día tras día. Regordete, peludo, negro, de alas casi invisibles, se desplazaba como un minúsculo dron, a un lado y otro, arriba y abajo, adelante y atrás; solo dejaba de zumbar cuando se posaba en su agujero, que era mío en realidad. Decidí prestárselo. Trataba de seguir sus erráticas trayectorias de vuelo, algo que llegó a relajarme bastante. Seguí su pista mientras se abría camino a través del jardín, hasta que se posó en una de las margaritas que desplegaban sus blancos estandartes al sol. Pronto regresó.

Al final, mi sorpresa fue encontrar cerrado el agujero, y comencé a extraer conclusiones. El abejorro utilizó aquella fugaz guarida para depositar un huevo, tras lo cual debió introducir algún tipo de alimento, acaso una larva nutricia para la suya, una vez eclosionara. Por instinto, la larva de abejorro se aferra a su comida, tal vez sin sospechar quién dejó tal manjar en su oscura caverna. Y se fue no sin antes ocultar su preciado tesoro con alguna sustancia elaborada a base de saliva y serrín o barro.

 

 

Abejorros y abejas, junto a otros polinizadores, son nuestros mejores ayudantes en las labores de conservación de las múltiples vidas en el campo y, por supuesto, en el jardín de casa. Estos pequeños hortelanos son responsables de la floración de la inmensa mayoría de las plantas. Son “culpables”, por tanto, del sostenimiento de los ecosistemas, y aún más de la producción de los cultivos que nos alimentan. Pero se encuentran gravemente amenazados por la contaminación atmosférica y por tantos productos químicos que terminan embadurnando la vegetación que les da sustento. Por eso decidí instalar en el jardín un sencillo hotel para polinizadores.

Pensé primero utilizar una caja de madera que encontré en el punto limpio. Le daría un aspecto rústico antes de rellenarla con esos materiales agujereados con el fin de que los insectos lo tuvieran fácil a la hora de encontrar un lugar donde llevar a cabo su propuesta de continuidad, como aquel abejorro que se convirtió en mi inquilino. Pero finalmente resolví que nada habría más agreste y natural que un viejo tronco destinado para una futura hoguera. Ya parcialmente carcomido, no resultó costoso practicar unos agujeros de unos 6 a 8 centímetros e instalarlo en un lugar estratégico del jardín, cerca de las aromáticas. Tras colocar una teja encima para proteger mi hotel de la lluvia, solo quedaba esperar la llegada de los primeros ocupantes.

 

 

Si los insectos supieran leer, pondría un bonito cartel que anunciase la gratuidad del alojamiento. No creo que sea fácil encontrar una oferta mejor, teniendo en cuenta, además, que van incluidos el desayuno, la comida y la cena. Tengo el convencimiento de que este proyecto de vida será bueno para mi jardín y, sobre todo, para los huertos cercanos y la vegetación que nos rodea. Al fin y al cabo, se trata de un trabajo colaborativo en el que todos salimos beneficiados.