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Blog

Al amor de la luna

Relación con la Naturaleza

 

Un rayo de sol sorprende a la arboleda y deja que pequeños pájaros se muevan a través de las copas de ceniza relucientes. El rayo de sol se curva en un arco iris sobre los árboles, los campos y los caminos, contra la luz oscura de las nubes. El arco pasa alto por encima de la tierra, pero sus pies se sumergen en la mitad oscura, colina abajo, donde las sombras se superponen a las sombras. Se apaga el hervor de la puesta de sol. El anochecer llega temprano, mientras la tarde retrocede hasta la cuarentena. Aún queda una capa residual de melocotón en el horizonte que se difunde en tonos rosados. El viento sopla de oeste a este. Suaves llamadas de una pareja de cuervos anuncian a los habitantes del bosque la llegada del cambio de guardia. Posados en las ramas, sus contornos se hacen aún más oscuros en contraste con las últimas luces del cielo. Parecen sombras chinescas.

Una grajilla reclama detrás de la lluvia, los mirlos se enfurecen antes de posarse en la profundidad de la fronda. Un cernícalo vuela por encima del carril para posarse en un poste de telégrafo. Ahora forma parte de él. La tierra se oscurece al tiempo que el sol poniente se hunde. El resplandor rosado se pierde gradualmente. La luna se despierta por encima del horizonte. Es lo que viene haciendo desde hace millones de años, algo que siempre ha provocado la reflexión del ser humano. Acaso todavía no lo comprenda. En el lado opuesto acude Venus puntual a la cita sobre la sierra oscura. Las colinas sirven de manta a la luna, que resalta la silueta de los árboles y proyecta una luz poderosa en medio de la oscuridad, bañando el entorno como si fuera un sol de medianoche. El monte se hace visible, sus curvas, sus rocas, sus arbustos. Ya no quedan secretos para la luna, curiosa, de mirada escrutadora y sonrisa sugerente. El cielo se viste de negro como boca de lobo. Lejos de la influencia lunar, las estrellas se empiezan a percibir con tal nitidez que tenemos la sensación de poder cogerlas con la mano. Los murciélagos se amontonan alrededor de los chopos, apareciendo y desapareciendo contra parches más claros de cielo sobre el seto. El cárabo estremece el silencio al otro lado de la oscuridad.

 

 

Los meses fríos traen consigo una especie de encierro, en el calor del hogar, en el interior de uno mismo, un retiro que no suele ser una invitación a mantener vivos los vínculos con la naturaleza. Es un error. El solsticio depara una sorpresa de la que apenas somos conscientes: la luz solar comienza a ser paulatinamente más duradera. Los silencios, además, perduran y resuenan en nuestros oídos, nos reconfortan. Cerramos los ojos y vemos lo que la oscuridad está velando. Los escasos sonidos que nos llegan cuentan que nada está quieto, no hay reposo en la naturaleza, el mutismo es una ilusión. Fresnos y sauces agitan levemente sus ramas, desnudas, más negras que la misma noche. Se enredan y abanican mirando al cielo sutilmente aclarado por el disco lunar.

Hace frío, pero sentimos el calor de la vida nocturna. Atravesamos el pliegue del tiempo entre el día y la noche. En momentos así es cuando más conscientes somos de nuestros pies porque no podemos verlos. Aún los sentimos, a pesar de la helada, tras habernos detenido a observar. De algún lugar entre los arbustos llega un siseo de ramas y luego un agudo gruñido. Tal vez un zorro ha tenido algún encuentro inesperado con un competidor. Podemos imaginarlo mirándonos, ignorándonos, quién sabe si preguntándose qué hace ese extraño bípedo sin alas, que no entiende nada. Un nuevo siseo de ramas. Regresa la oscura nada. Retomamos la marcha de regreso y tan solo oímos cada golpe de talón, cada balanceo de las suelas, cada chapoteo en los charcos. Ya ni los cuervos arrastran sus lamentos. El reloj de la plaza da las ocho.

Hemos abandonado la comodidad del hogar, el amor de la lumbre, para introducirnos en el paisaje de la noche. Tal vez tenga razón el zorro. No entendemos por qué no lo hacemos más a menudo, por qué no nos dejamos llevar por la magia de la naturaleza al amor de la luna.