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Comunión imperfecta
La búsqueda de la complicidad con la Naturaleza se ha convertido en motor vital para un número creciente de personas. Esta forma de vida exploradora de equilibrios no debe llevarnos, sin embargo, al error de creer en la perfección de lo que nos rodea. Solemos decir aquello de que “la Naturaleza es sabia”, o “La Naturaleza es perfecta”. Y por incómodo que resulte reconocerlo, no es así.
Está feo que alguien que dedica parte de su tiempo y esfuerzo a conocer y dar a conocer la Naturaleza diga de ella que es imperfecta. Y por suerte debemos admitir que así es. La Naturaleza es el resultado de un proceso inacabado, miles de millones de años de cambios y errores, algo a lo que un tipo curioso, inspirado y atrevido dio en llamar "evolución" allá por el siglo XIX. Nada es inmutable, nada está acabado.
Entre la extensa obra de Charles Darwin figura Sobre los diversos mecanismos por los que las orquídeas británicas y extranjeras son fertilizadas por los insectos, una recopilación de los extraños cambios que han experimentado estas bonitas flores para lograr "engañar" a los insectos en su tarea de perpetuación. Cada uno de esos cambios ha supuesto un error de programación, algo no previsto que a la larga se ha comprobado como beneficioso para la especie. Darwin pudo comprobar a lo largo de sus estudios que las orquídeas utilizaban diferentes partes de su anatomía en la realización de funciones para las que no estaban programadas.
Durante su estancia en el Archipiélago de Galápagos, Darwin también descubrió una especie de cormorán con las alas atrofiadas, un animal aparentemente defectuoso que carecía de la gracilidad natural y la capacidad de vuelo de otros semejantes —esto le valió el nombre de cormorán no volador o cormorán de las Galápagos—. Sin embargo, su constancia y observaciones llevaron a Darwin a concluir que, en realidad, las alas no eran necesarias para alguien que no las utilizaba ni siquiera para nadar, pues se desplaza impulsándose con las patas. Este cormorán había evolucionado, se había adaptado a un entorno carente de depredadores, probablemente porque ese entorno era reducido y estaba aislado.
Cormorán de las Galápagos (Fuente: www.darwinfoundation.org)
La Naturaleza, por tanto, fue realizando una serie de ajustes necesarios para la correcta adaptación al medio. Esto, en definitiva, viene a ser la evolución, y ejemplos hay incontables, uno por especie. Llegados aquí, podríamos preguntarnos por qué las cebras tienen rayas, por qué hay reptiles venenosos, peces que se confunden con piedras e insectos que parecen hojas o ramas. ¿Quién puede afirmar que la trompa del elefante haya adquirido la forma que tiene para sus actuales usos? ¿No podría ser que en anteriores versiones de este mamífero hubiese servido para otros fines, o que incluso no existiera? ¿Podría sostener el hombre que habría llegado a ser lo que es sin el aumento de su masa encefálica, la disposición del pulgar oponible al resto de los dedos de la mano o la remodelación que experimentó el diseño de su pelvis? Y la pregunta del millón: La especie humana, autoproclamada como única en los altares de la perfección, ¿no deberá seguir evolucionando? Más aún: ¿Habrá tiempo suficiente para que siga evolucionando?
Si lo que afirmó Darwin es cierto, y las evidencias se empecinan en confirmarlo, no existe el diseño perfecto porque, entre otras cosas, eso sería negar la evolución y dar la razón a la sinrazón creacionista. La evolución se escribe en renglones torcidos y con faltas de ortografía, pero siempre adelante, sin retroceso. La Naturaleza ni es sabia ni perfecta. Es más, no escribe al dictado de nadie, sino que todo se desarrolla en una especie de desorden organizado, que no caprichoso, y ahí reside su éxito. Las formas de vida que hoy conocemos y creemos perfectas —incluida la nuestra— se han configurado a través de la sucesión de individuos que accidentalmente se han adaptado mejor a su medio.
Ahora bien, este éxito no es posible sin el concurso de todos porque, ya lo sabemos, todos formamos parte de una cadena que con demasiada frecuencia insistimos en romper. Con mejores palabras de las que yo pueda escribir lo dijo el antropólogo Bernard G. Campbell: “No hay manera de evitar nuestra interdependencia con la naturaleza; estamos entrelazados en una estrechísima relación con la tierra, los mares, el aire, las estaciones, los animales y todos los frutos que da la tierra. Lo que afecta a uno nos afecta a todos, ya que somos parte de un todo, el cuerpo del planeta. Debemos respetar, conservar y amar esta relación con el planeta si queremos sobrevivir.” Esta suerte de orden caótico o caos ordenado, es el mundo que nos ha tocado vivir, nos guste o no. Y a pesar de sus (nuestras) numerosas imperfecciones y torpezas, el sistema funciona. ¿No es maravilloso?
Viajero contemplando un mar de nubes, Caspar David Friedrich
Surgen varias cuestiones llegados a este punto: ¿Se puede lograr la perfección? ¿Puede el ser humano hacer algo al respecto? ¿Merece la pena intentarlo? La práctica de un estilo de vida que busca el equilibrio con la Naturaleza es una propuesta que no pierde un ápice de su interés, a pesar de las dificultades que cada día se oponen a ello. El disfrute de un paisaje, el deseo de conocer y aprender de todo aquello que nos rodea, el dejarse conmover por su belleza, la aspiración de experimentar vivencias absolutamente increíbles y mágicas… Son situaciones que nos asaltan cada día, pero a duras penas estamos preparados para saborear en su plenitud. Tal plenitud es difícil, imposible de lograr porque somos seres imperfectos en un mundo imperfecto.
No obstante, no cabe duda, la búsqueda del máximo nivel posible de complicidad con el entorno es sumamente gratificante, no solo para nosotros mismos, sino para aquellos con quienes compartimos esas placenteras vivencias. Esta es otra cadena que no debemos romper. En cierta ocasión circuló por las redes sociales la experiencia de un ciudadano que observó lo sucio que estaba su camino desde casa hasta el trabajo. Un buen día tomó la decisión de limpiar un poco cada día ese recorrido, y poco a poco fue contando con el apoyo de sus amigos y vecinos porque supo compartir su inquietud y su idea. Al cabo de un tiempo logró su objetivo y recogió docenas de bolsas de basura con los desperdicios que habían tirado otros, y confesó su satisfacción por ello y por haber encontrado la colaboración necesaria.
Esta es la otra cadena a la que me refiero, a la cooperación hacia el logro de un objetivo que nos interesa a todos. Pero la primera y fundamental es la que debe existir entre nosotros y la Naturaleza. Si se rompe ese mágico vínculo, todo pierde sentido y deja de funcionar. Y cuando se encuentra esa relación, tiende a mantenerse por sí sola, a pesar de las imperfecciones.