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Déficit de naturaleza
Estrés, ansiedad, falta de relaciones significativas con los demás y con el mundo, y numerosos desequilibrios psicofísicos como las adicciones o la llamada hiperactividad infantil. Estos son los síntomas de síndrome acuñado por Richard Louv en su libro Last child in the woods (2005), algo así como “el último niño del bosque”. El término nació sin pretensiones clínicas, sino como una forma de describir la creciente distancia que separa a los niños de la Naturaleza. El libro, sin traducción al castellano, expone cómo los niños de la sociedad estadounidense pasan cada vez menos tiempo en contacto con la Naturaleza, provocando ese trastorno que les impide ejercitar la mayor parte de sus sentidos y dificulta su desarrollo integral como persona. Al contrario, los niños, y no solo los de Estados Unidos, pasan encerrados la mayor parte de su tiempo, de lo que se deriva un amplio espectro de problemas físicos —como la obesidad y el sobrepeso— y de conducta —falta de atención, ansiedad, depresión—. Lamentablemente, este síndrome no ha sido reconocido hasta la fecha en ningún manual de psiquiatría.
En el año 2012 Richard Louv publicó un segundo libro sobre el tema que tituló The nature principle (El principio de la naturaleza), y que lleva un clarificador subtítulo: Human restoration and the end of Nature-Deficit disorder (La restauración humana y el final del déficit de naturaleza). Nosotros lo podemos leer traducido bajo el título de Volver a la Naturaleza (RBA Libros, 2015). Louv defiende en él este principio como una reconexión con el mundo natural fundamental para la salud, el bienestar, el espíritu y la supervivencia de los humanos, una especie de antídoto contra la creciente sensación de urgencia que vivimos en la actualidad, tanto niños como adultos, inmersos en la todopoderosa tecnología. Estamos yendo demasiado lejos demostrando una excesiva fe en la tecnología, y no nos paramos a pensar en las inmensas posibilidades de mejora que encierra la Naturaleza.
“El Principio de la Naturaleza afirma que, en una época de rápidas transformaciones medioambientales, económicas y sociales, el futuro pertenecerá a los que se comporten de acuerdo con la naturaleza: a aquellos individuos, familias, empresarios y líderes políticos que adquieran un conocimiento más profundo de la naturaleza y que equilibren lo virtual con lo real”, dice Louv, para añadir más adelante que el trastorno de déficit de naturaleza es “una atrofia de la conciencia, una disminución de la capacidad para encontrar sentido a la vida que nos rodea, tome la forma que tome”.
¿Cuál es el origen de este trastorno? Al parecer, los padres mantienen a sus hijos entre cuatro paredes ante el temor de que les ocurra algo, y eso altera la capacidad de los niños para conectar con la Naturaleza. Este temor ante el desconocido peligro que acecha en los espacios abiertos puede estar alimentado por la monumental oferta desplegada por centros comerciales y pantallas digitales de todo pelaje —el ordenador, los videojuegos, la televisión—. Para los padres, por tanto, es más fácil controlar las vidas de sus hijos mientras los tengan a buen recaudo y entretenidos. Se está sustituyendo el intercambio sensorial con la Naturaleza por la fascinación provocada por la tecnología y el sedentarismo.
No voy a cansar a nadie con el relato de los múltiples efectos negativos que este síndrome tiene sobre la salud física, psíquica y social de quien lo padece. Pero sí recordaré los innumerables estímulos positivos que ofrecen los espacios naturales y su impacto a nivel emocional. Si al mero hecho de pasear por el campo le añadimos la observación de la fauna y la flora, el disfrute del silencio o la admiración que causa un amanecer o una puesta de sol, los beneficios alcanzan un valor incalculable. Y si entre todos conocemos, respetamos y conservamos esos espacios naturales, los beneficios se multiplican exponencialmente. Solo la mejora del ánimo y la autoestima de un rato en contacto con la Naturaleza justificarían lo dicho. Sentir la vida a nuestro alrededor nos ayuda a sentirnos vivos.
Volver a la Naturaleza es un libro para leer despacio, dejándose llevar mansamente hacia nuestros orígenes, aquellos tiempos en que nuestra relación con la Naturaleza era más estrecha y cordial. Todas las propuestas de Richard Louv para ese retorno son posibles desde el momento en que somos conscientes de que algo va mal en la vorágine en que nos hemos instalado. Sin duda, una oportunidad para cambiar de vida.