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Blog

Egoísmo

Relación con la Naturaleza

Conocí hace unos días a alguien fuertemente implicado en la lucha contra el abandono del mundo rural. Loable misión escasa o nulamente reconocida. En el fragor de la interesante conversación que mantuvimos yo sostenía mi inexistente confianza en contar con el apoyo de las instituciones. No es necesario cruzar el charco en busca de ejemplos paradigmáticos de estupidez humana, de ignorancia, de arrogancia. Opino desde hace mucho tiempo que hay aquí ciertos proyectos y declaraciones que vienen grandes a quienes gastan la talla mínima de cerebro, que no saben qué hacer con ellas, y contamos por desgracia con varias muestras bastante cercanas: Patrimonio de la Humanidad, Ciudad Educadora, Parque Natural… Destacadas personalidades y muchos particulares han luchado lo indecible por conseguir tales títulos que luego otros han heredado sin conocer siquiera su trascendencia para la población. Por no hablar de otros asuntos como la cultura, la educación, las energías renovables o el bienestar social, materias en las que la ignorancia institucional es formidable, un atentado a la sensibilidad. “Y a pesar de todo —afirmé—, si eres alguien que de vez en cuando busca la soledad del campo, vivir en Cuenca es un privilegio porque a cinco minutos del centro encuentras tu objetivo”. Mi interlocutor trató de emplear su mejor tono para decirme que tal actitud era egoísta porque me alejaba del contacto con los demás, que no demostraba implicación alguna con el logro de objetivos comunes.

Está claro que no me supe expresar bien o no se entendió bien lo que quise decir. Varios argumentos se agolpaban desordenados en mi mente por salir en contra de esa injusta idea, sin caer en la tentación de traer a colación lo mucho que muchos son —somos— capaces de hacer pensando en el beneficio ajeno y teniendo a la compañía de la biodiversidad como motor. El simple hecho de mantener activa esta ventana de divulgación exige una entrega y una ilusión de las que mi interlocutor no era consciente, pero no es momento de exhibir supuestos méritos. En todo caso, ¿qué hay de malo en buscar la adhesión de la soledad en medio de la concurrida Naturaleza? ¿Qué hay de egoísta en rechazar la urbe de humo, cemento y ruido? Sin duda ese buen hombre no conoce el libro CamiNATURAndo, donde trato de desplegar la idea de la soledad como uno de los pilares básicos de mi relación con la Naturaleza.  En sus páginas se recoge una canción popular de esta tierra:

 

Al campo voy de mañana
Y le cuento lo que me pasa,
Porque en el pueblo no hay,
No hay personas de confianza.

 

Siento cierta impotencia por no ser capaz de contrarrestar en los momentos importantes injustificables premisas carentes de fundamento alguno. Y con una indeseable frecuencia la palabra escrita tampoco responde a las expectativas. Por eso me veo obligado a echar mano de lo escrito por otros más capacitados. Como Joaquín Araújo, que recientemente se expresó de esta manera: “La vivencia del paisaje ciertamente es antídoto contra el azacaneamiento que define a esta civilización, pero no menos necesario resulta considerar que alejarse no debe suponer la renuncia a la participación en el activismo a favor precisamente de lo que sana”. Como ignoro el significado de la palabra azacaneamiento, recurro al Diccionario de la Real Academia y encuentro azacanear: “Azacanarse, trabajar con afán”. Tal parece que la frase de Araújo no se ajusta a la definición académica, algo no funciona. No puede ser que la vivencia del paisaje sea un revulsivo contra el afanoso trabajo de esta civilización. O que si esta trabaja con tanto afán, deba curarse de tal espanto sumergiéndose en el paisaje. Sin embargo, la propia RAE nos da una pista al derivar el vocablo azacanear de azacán, que, a su vez procede del árabe hispánico assaqqá, término que se refiere a alguien que realiza trabajos humildes y penosos. Las piezas parecen encajar. Si entendemos que esta civilización se encuentra tan castigada con tales trabajos duros e ingratos —algo ciertamente discutible salvo que a uno no le guste el trabajo que realiza—, no cuesta interpretar que tenga en la admiración de la Naturaleza un eficaz remedio a semejantes males.

Joaquín Araújo sacaba a relucir el concepto del azacaneamiento a cuenta del lema escogido el pasado Día Mundial del Medio Ambiente: conectar a las personas con la naturaleza. Mi interlocutor de hace unos días no tenía la menor idea de hasta qué punto puedo estar conectado con el mundo rural y lo natural gracias a la constante búsqueda de la soledad. Pero tal vez en aquel momento no fui capaz de hablar de la necesidad de “vivir sin tensión, mentiras o amontonamientos”, de cómo refugiarse “desparramando tus sentidos por lo alejado”, como escribe Araújo. “Porque allí, en los campos —continúa—, se vive, se siente y se comprende fundamentalmente en primera persona, se debate con uno mismo”. Cada día es perfectamente adecuado para que salgamos al aire libre y nos adentremos en la naturaleza, apreciar su belleza y reflexionar acerca de cómo somos parte integrante de un todo, valorar lo mucho que de ella dependemos. Cada día nos reta a descubrir formas emocionantes de experimentar y promover esa interrelación. Si mi interlocutor lee estas líneas, puede estar bien seguro que mi implicación con el entorno que me rodea es absoluta.

Henry David Thoreau, a cuyo pensamiento también recurro con cierta frecuencia, escribió en sus Diarios:

“No hay nada tan saludable y tan poético como un paseo por el bosque y los campos, incluso ahora en que no veo a nadie que haya salido por placer. Nada me inspira tanto ni estimula tan sereno y fértil pensamiento. Los objetos son edificantes. En la calle y en sociedad me siento casi siempre mal y disperso, mi vida es inexplicablemente mísera. No hay cantidad de oro ni respetabilidad que la rediman lo más mínimo; solamente en los bosques y en los campos apartados (…) me siento una vez más parte de una inmensa familia, y el frío y la soledad son mis amigos. (…) Yo acudo a mi paseo solitario por el bosque lo mismo que el que siente añoranza vuelve al hogar. Así me desprendo de lo superfluo y veo las cosas como son en su espléndida belleza (…). Deseo olvidar durante buena parte de todos los días a todos los hombres triviales, intolerantes y mezquinos (y eso normalmente requiere olvidar también todas las relaciones personales); y por eso vengo a estos lugares solitarios, donde el problema de la existencia se simplifica.”

Y Araújo añade esta idea: “Estar solo en plena Natura, insisto, desactiva la competición, el narcisismo, el orgullo y la lucha por el poder”. Sí, hace falta conectarse a la Naturaleza, “donde cabe no escuchar ruidos”, ni ser testigo de tantas injusticias y estupideces, actitud que se obstina en marcar tendencia.