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El arte de contemplar

Relación con la Naturaleza

No somos conscientes los humanos de nuestra fortuna al contar con los cinco sentidos que conocemos y recitamos como papagayos desde la más tierna infancia. Pero el tiempo, cuyo valor se ha ido perdiendo poco a poco, nos ha mostrado el camino más rápido para desaprender su uso. No sabemos usar los sentidos, se nos están atrofiando. Miramos, pero no vemos; oímos, pero no escuchamos; olemos, pero no olfateamos; catamos, pero no saboreamos; tocamos, pero no palpamos, y eso de abrazar y acariciar ya nos parece algo pedante.

Ver, escuchar, olfatear, saborear y palpar suponen un paso por encima de mirar, oír, oler, catar o tocar, porque exigen un acto de voluntad, poner especial atención en lo que queremos percibir con alguno de ellos, desmenuzarlo, considerarlo hasta en sus más nimios detalles. Y si fuéramos capaces de combinar los cinco sentidos en ese momento, tal vez alcanzaríamos a rozar el arte de la contemplación, y que quien esto lea no disfrace el acto de contemplar con ningún matiz religioso. El poeta Gabriel Miró lo define como “despedirse de lo que ya no será como es”, algo así como internarse en el paisaje hasta el punto de echarlo de menos al alejarnos de él.

Cómplices valiosos en el arte de contemplar son el silencio y la soledad, junto con el sosiego que son capaces de regalar, todos ellos creadores de una magia difícil de describir, algo complejo de igualar. Hay momentos y circunstancias que rompen bruscamente esa magia, como cuando se acercan dos o más personas hablando en voz alta, si es que a eso se le puede llamar hablar. En alguna ocasión he intentado grabar un sonido en algún camino, y he tenido que interrumpir la tarea porque a algo más de 200 metros se escuchaban voces. Carlos de Hita, especialista como nadie en captar los sonidos de la Naturaleza lo expresa diciendo que “el ruido se ha expandido por los campos como un telón de fondo que todo lo tapa. Cada vez más carreteras, maquinaria agrícola, vías aéreas ensucian  el paisaje sonoro; los enclaves más limpios suenan más lejos, en lugares más escondidos, a horas más intempestivas”. Parece que nuestro sentido común y el respeto por los demás adelgazan en la misma medida que crece nuestra bulimia de ruido. Añoro la lejanía de tanta indiferencia, de tanto desprecio hacia la Naturaleza. Estamos tan habituados al ruido y al ajetreo de la vida diaria que el silencio nos inquieta. Tal vez sea por la aureola de misterio con que lo rodeamos, lo cual nos debería llamar a conocerlo mejor, a aprender a escucharlo, a deleitarnos con su compañía.

Mira que la Naturaleza es dócil y se deja contemplar, por poco que sea lo que sabemos de ella. “A la contemplación del árbol se puede dedicar la vida entera”, decía Francisco Giner de los Ríos. Y no es difícil entender lo que quería señalar con ese sencillo acto de admiración hacia lo bello. Como también se comprende a Ralph Waldo Emerson cuando afirma que “la belleza de la naturaleza se recrea a sí misma en la mente”, solo después de una contemplación fértil y detenida. El ejercicio de la contemplación ofrece solo beneficios para quien lo practica. “Aquellos que contemplan la belleza de la Tierra encuentran reservas de fuerza que durarán hasta que mueran”, escribió la bióloga Rachel Carson. Beneficios para la salud física, mental y social, porque mejora sensiblemente nuestra forma de ser y de vivir. Joaquín Araújo lo formula sin duda mejor que yo:

 

“Estar solo en plena Naturaleza desactiva la competición, el narcisismo, el orgullo y la lucha por el poder. No hay más fin que fluir con la vida, el paisaje y el tiempo. Con la belleza posible, pues. No conozco, y por tanto seguiré proponiéndolo, mejor medicina contra la codicia, la competitividad, el destructivismo y la violencia que el disolverte a ti mismo en un paisaje lo más entero posible. De ahí que me atreva a proponer ir a la escuela de la contemplación a aprender ética.”

 

La contemplación nos educa, nos hace más respetuosos con lo que nos rodea, aplaca iras, mantiene nuestra agenda en blanco, es amiga de la lentitud y enemiga de la arrogancia, nos hace mejores porque nos da coherencia —algo de lo que andamos muy al cabo—, favorece la comunión con la Naturaleza y la paz con uno mismo. Me temo, sin embargo, que la falta de contemplación está de moda, pero merece la pena insistir: ser un artista en este delicado arte de contemplar —o al menos, intentarlo— es un primer paso para no perderse el espectáculo de las bellezas naturales, de la vida. Si nos perdemos eso, ¿qué nos queda?