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HIPPO

Relación con la Naturaleza

No, no es el nombre de una mascota doméstica, ni hay que darle un susto a nadie para evitar esa convulsión que interrumpe bruscamente la respiración. Tampoco se trata del prefijo que indica que algo se encuentra por debajo de su nivel habitual —aunque tantas cosas como la preocupación de algunos por la biodiversidad estén bajo mínimos—. No, para entender el significado de este enigmático término hay que recurrir una vez más a la lengua de Shakespeare.

Recordemos algunos antecedentes. A finales del año 2014 se hablaba del comienzo de una nueva era, el Antropoceno, en la que el hombre se erige en influyente director de la casi totalidad de las formas de vida que aún quedan sobre la Tierra, de lo que se deriva un significativo impacto de su actividad sobre la biodiversidad del planeta. En aquella época el destino hizo llegar a mis manos un libro donde Richard Leakey y Roger Lewin (2) exponen las graves consecuencias de la actividad humana sobre todo lo vivo.

Diez años después otro gigante de la divulgación científica, Edward O. Wilson (1), señala que la degradación de la biodiversidad terrestre es una consecuencia secundaria de múltiples factores acentuados por la actividad humana. Estamos de lleno en todo. Aquí es donde Wilson hace referencia a las siglas H.I.P.P.O., y explica que cada letra responde a un grado de destructividad:

  • H (Habitat loss), pérdida del hábitat;
  • I (Invasive species), especies invasoras, organismos que causan enfermedades y desplazan a las autóctonas;
  • P (Pollution), contaminación;
  • P (human over Population), superpoblación;
  • O (Overhaversting), explotación excesiva de los recursos naturales.

Edward O. Wilson sostiene que, cuando una especie camina hacia la extinción, hay dos o más factores implicados en el proceso. Por ejemplo, la pesca masiva con redes de arrastre (O) arrasa el hábitat del fondo marino (H) del que dependen otras especies. O también, la destrucción del hábitat (H) reduce una o varias especies a una menguada población vulnerable a las enfermedades y al ataque de depredadores (I), a los efectos de la contaminación (P) y a la explotación masiva (O).

No es esto algo nacido de la ociosa mente de un científico que no tiene otra cosa que hacer más allá de inventar conceptos nuevos. No es el estilo de Edward O. Wilson. Sabemos ahora que España no será capaz de frenar la pérdida de biodiversidad para 2020. Nos lo cuentan organizaciones como SEO/Birdlife y WWF España, que han participado en la cumbre sobre biodiversidad celebrada en Cancún entre el 4 y el 17 de diciembre de 2016. Este objetivo fue un compromiso de España cuando ratificó las Metas de Aichi, un convenio que nació para “vivir en armonía con la naturaleza” en 2050. Una vez más, donde dije digo…

Según el informe de la Cumbre de Cancún, España solo aprueba en cuatro de las veinte metas establecidas en Aichi. Los indicadores son bien visibles, por ejemplo, en la reducción de poblaciones de aves, especialmente en aquellos espacios ocupados por el ser humano, que cada vez son más. Podríamos centrar nuestra atención en reducir la presión humana sobre la biodiversidad o en promover un uso sostenible de los recursos naturales o en destinar más fondos al desarrollo de energías renovables o... Seguro a todos se nos ocurren más centros de interés. Pero la ambición y la inquietud por poner freno a esta problemática dejan bastante que desear, y esto solo conduce a la decepción. Aunque ya deberíamos estar familiarizados con ello. El propio Wilson se muestra determinado a garantizar que para proteger la biodiversidad del planeta no hay otra solución a nuestro alcance que preservar los ambientes naturales, creando reservas de tamaño suficiente para sustentar poblaciones silvestres. Yo me atrevería a añadir que tal medida serviría también para retener a la población humana en el medio rural, pero esto es algo que con demasiada frecuencia demuestra que las administraciones se quedan cortas en la creación de espacios naturales protegidos, y que estos, una vez creados, les vienen grandes. Y no hace falta recorrer muchos kilómetros para comprobarlo.

Wilson vaticina que, si no es posible detener las pérdidas ininterrumpidas de biodiversidad, a finales de este siglo entraremos en un nuevo periodo que sustituirá al efímero Antropoceno y que tendremos que bautizar como Eremozoico, la Era de la Soledad. Por su parte, Leakey y Lewin nos ofrecen multitud de argumentos para reforzar esta idea. De todos ellos selecciono este: “No podemos atribuir una cantidad segura a la diversidad de especies actuales. No por falta de conocimientos, sino de dedicación. Los gobiernos han invertido cientos de millones de dólares en la observación sistemática de las estrellas, pero solo una ínfima fracción de esa cantidad en la observación sistemática de la naturaleza de nuestra Tierra.”

Parece claro que gozar de unos ecosistemas saludables para el bienestar de todos no es una prioridad en España, a pesar de la galopante pérdida de biodiversidad contra la que no se toman medidas. Ni aquí ni en otros países, que no somos los únicos. Sacar a la luz estos datos no es solo por el grado de preocupación que nos mueve a ello, sino por la necesidad de desentrañar una información que suele pasar desapercibida, de desenmascarar a quienes albergan el menor interés por su ocultación, de destacar su importancia para combatir el problema entre todos.

 

(1) WILSON, Edward O.: La creación. Salvemos la vida en la Tierra, Katz, Madrid, 2007

(2) LEAKEY, Richard; LEWIN, Roger: La sexta extinción. El futuro de la vida y de la humanidad, Tusquets, Barcelona, 1997