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Observando la vida
La senda serpea acompañando al río, ambos al abrigo de una espesa vegetación. Tras varias semanas de reconfortantes aguaceros, la primavera se muestra benigna y se deja admirar en todo su verdor. La profusión de especies hace las delicias de cualquier amante de la botánica. El silencio, apenas quebrado por la musicalidad del río y los trinos de algunas avecillas, y la belleza del solitario entorno se han asociado para proporcionar una sensación de total libertad al caminante. En momentos y lugares como este, uno se siente más miembro de la comunidad natural que de la propia sociedad. Tal vez en esto consista el secreto de caminar por una trocha medio salvaje, sentirse como en casa.
En mi lento deambular llego a una zona poblada de extrañas formaciones herbáceas, a modo de haces de mies verde. Un letrero informa que se trata de pajonal, que otros llaman molinia, una gramínea de tallos erectos que gusta de terrenos húmedos. Bien mirado, no podía haber elegido mejor lugar para vivir, en la ladera umbría al fondo de un cañón rocoso. Vive esta fina hierba en compañía de cola de caballo, fresas silvestres y verónicas, bajo la protección del dosel arbóreo que pinos y álamos temblones conforman. Conviene de vez en cuando levantar la mirada del suelo y prestar atención al discurso de pequeñas aves inquietas. Las estaciones de escucha son imprescindibles si no queremos perdernos el espectáculo que ofrecen. De regreso, observo movimiento alrededor de un árbol y descubro que tiene una caseta de madera. Hay otras no lejos de allí, apacibles habitáculos colgantes en varios pinos. Decido establecer mi puesto de observación sobre la pinocha que tapiza la ladera, a unos 12 a 15 metros de distancia, y el resultado no tarda en llegar.
En efecto, un pequeño carbonero garrapinos entra y sale de una de las casetas a breves intervalos. Debe tratarse de la pareja, macho y hembra, en plena tarea de sustento de algunos polluelos, a quienes seguramente hayan encarecido silencio con el fin de no llamar la atención de nadie. De hecho, ellos, los padres, son tan precavidos que antes de llegar a su nido de madera se posan en una rama, luego en otra, suben y bajan, miran y se deciden, acercándose poco a poco. Seguramente han debido detectar mi presencia. Y, de pronto, casi sin darme tiempo para reaccionar, cuando ya están a 4 o 5 metros, se cuelan por el agujero, alternativamente, no ambos a la vez. Allí permanecen unos segundos y siempre salen, igualmente veloces, con algo prendido en su diminuto pico: el excremento de uno de los polluelos. ¡Qué delicadeza, qué extremo cuidado por la limpieza de su hogar, del entorno que van a dejar en herencia a su pollada! ¿Por qué nos cuesta tanto tomar ejemplo de otras especies?
No viste espectaculares libreas el carbonero garrapinos, es más bien discreto, aunque se deja escuchar fácilmente. Si percibimos un agudo silbido musical —¡twi-tiii, twi-tiii, twi-tiii!— podremos tener la seguridad de que por allí anda. Lo más probable es que no lo veamos, pero él nos estará vigilando atentamente. Cuando nos encontramos observando la vida que pulula a nuestro alrededor, es un error pensar que somos nosotros quienes controlamos la situación. Es mejor convencerse de que nosotros también estamos siendo espiados. Y con más frecuencia de lo que pensamos. Lo interesante de la observación de animales, en general, y de aves en particular, no es solo lo mucho que se aprende de sus hábitos, reacciones y conductas, cosas que a menudo no se reflejan en los libros y guías de naturaleza. Es muy importante aprender a exprimir el momento de reflexión que proporciona ese tiempo de observación, aunque para ello sea necesario abstraerse de posibles interferencias de personas o tráfico capaces de perturbar tanto la observación como la meditación. No siempre es posible hacerlo, en especial si, además, hemos de soslayar inquietudes personales, asuntos pendientes y proyectos para centrarnos en la reveladora experiencia que nos ocupa en estos momentos, la contemplación de otras formas de vida que comparten nuestro mismo entorno —tal vez habría que decir que nos permiten invadir su espacio—.
Huir del apresuramiento y observar. No es tan complicado lograrlo. Cuanta más atención prestamos, más detectamos. Y más se nos revela de nosotros mismos. Analizar los movimientos y evoluciones de otros seres vivos quizá nos permita comprender mejor nuestras reacciones mentales y físicas a determinados estímulos, descubriendo de este modo que también aprendemos a conocernos. Podemos elegir cualquier elemento del entorno, un color, unas hojas, un aroma, un movimiento, un sonido, un objeto grande o pequeño, cosas que se convierten en otras cosas. Siempre hay algo nuevo que buscar, en lo que fijarse. Lo importante es no perder la conexión con el mundo natural al que pertenecemos. No se trata de pasar más tiempo al aire libre, ni de buscar experiencias especiales, sino de abarcar mejor la realidad que nos circunda, darse cuenta de la Naturaleza. Y, de paso, sentir que somos dueños de nuestro destino, que no hemos perdido por completo la capacidad de decisión, que sabemos lo que queremos saber, que queremos saber lo que debemos advertir, no lo que otros esperan que sepamos. Una buena manera de integrarnos en la comunidad de seres vivos a la que pertenecemos.