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Pensar como una montaña
“Un grito ronco y profundo retumba de risco en risco, desciende rodando de la montaña, y se desvanece en la lejana oscuridad de la noche. Es un estallido de pena salvaje e insolente, y un cántico de desprecio por todas las adversidades de este mundo.” Así comienza uno de los capítulos que forman parte de la obra más destacada del naturalista norteamericano Aldo Leopold (1887-1948), A sand county almanac, Almanaque del condado arenoso, una recopilación de ensayos de una notable sensibilidad que en España se publicó como Una ética de la Tierra (Los Libros de la Catarata, 2005).
Considerado por muchos como el padre de la ecología y el sistema de vida silvestre de Estados Unidos, Aldo Leopold fue conservacionista, ingeniero de montes, filósofo, educador, escritor y entusiasta del aire libre. Entre sus ideas más conocidas está la “ética de la tierra”, que exige una relación ética y afectuosa entre las personas y la naturaleza. En esencia, la idea de una ética de la tierra es sencillamente preocupante: sobre las personas, sobre la tierra y sobre el fortalecimiento de las relaciones entre ellos. La ética ordena a todos los miembros de una comunidad que se traten unos a otros con respeto por el beneficio mutuo de todos. Una ética de la tierra expande la definición de “comunidad” para incluir no solo a los humanos, sino también a los demás componentes de la Tierra: suelos, aguas, plantas y animales, o lo que Leopold llamó “la tierra”.
Pero volvamos al capítulo que sirve para titular este artículo. En el párrafo inicial, Leopold revela la vasta y trascendental criatura que significa tanto para el venado, el coyote, el vaquero, el cazador, el pino y la montaña: el lobo. La confianza de Leopold en este animal cambió para siempre cuando, siendo joven, vio morir a una loba. Él y un amigo salieron en busca de lobos, sin querer dejar pasar la oportunidad de matar uno en esos días. Cuando sus rifles estaban vacíos, la vieja loba estaba abatida. Llegaron hasta ella a tiempo de ver “ese fuego verde y feroz que moría en sus ojos. Me di cuenta entonces —escribió Leopold— y lo he sabido desde entonces, que había algo nuevo para mí en esos ojos, algo conocido solo para ella y la montaña”. Vio morir el fuego verde en los ojos de la loba, y desde entonces reconoció su brutal error.
Leopold escribió que, desde ese día, ha visto a los lobos conducidos al borde de la extinción y las montañas sin lobos defoliadas por manadas de ciervos en expansión. Y sospechaba que, del mismo modo que la manada de ciervos vivía con un miedo mortal a sus lobos, la montaña también vive con miedo mortal a sus ciervos. Y tal vez con mayor motivo, ya que, si bien el número de ciervos abatidos por los lobos puede ser reemplazado en dos o tres años, la cantidad de vegetación consumida por demasiados venados difícilmente podrá ser repuesta. En esencia, parafraseando a Thoreau, la vida salvaje que cazamos es la salvación del mundo. No debe ser destruida.
En el último párrafo del ensayo Pensar como una montaña, Leopold señala cómo “todos nos afanamos en pos de la seguridad, la prosperidad, la comodidad, una vida lo más larga e insípida posible. (…) Cierto grado de éxito en lograr este objetivo está bien, y quizá constituya un requisito previo para el pensamiento desapasionado, pero demasiada seguridad parece no acarrear más que peligro a la larga”. Y vuelve a citar a Thoreau: “La naturaleza virgen es lo que preserva el mundo”.
“Quizá este sea el sentido oculto del aullido del lobo, conocido desde siempre por las montañas, pero raras veces percibido por los seres humanos”, dice Leopold. Del mismo modo que él se dio cuenta cuando vio morir aquel animal, nosotros también debemos hacerlo: que la fauna es parte de un panorama más amplio y que no importa qué leyes nuevas se aprueben, las poblaciones de vida silvestre no mejorarán hasta que mejore la capacidad de carga de la tierra que la sustenta.
Sin llegar a saber que su manuscrito había sido aceptado para su publicación, Aldo Leopold murió de un ataque al corazón mientras intentaba apagar un incendio en una finca vecina, fuego que amenazaba sus propias repoblaciones forestales. Algo más de un año después se publicó la colección de ensayos de Aldo Leopold bajo el título A sand county almanac, consagrado desde entonces como una de las obras maestras del medio ambiente del mundo.