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Blog

Ser naturalista

Relación con la Naturaleza

Me invitaron en cierta ocasión a participar en unas charlas sobre la caza sostenible, y debía hacerlo en calidad de naturalista. Mi intención primera fue la de rechazar ese amable ofrecimiento pues me costaba —y me cuesta— incluirme en tal grupo de estudiosos de la Naturaleza. El caso es que alguien logró convencerme de emprender semejante aventura, pero debo decir que en todo momento me sentí incómodo.

Luis Miguel Domínguez (1) menciona a ilustres personajes de la antigüedad como Aristóteles o Plinio el Viejo, que “observaban la naturaleza, la estudiaban a fondo, le ponían nombre y la loaban a los cuatro vientos como auténticos naturalistas”. Y luego nos recuerda que en las grandes expediciones de la Edad Moderna no podía faltar nunca el concurso de los naturalistas. “Ellos eran los encargados de reconocer el patrimonio natural que iban a encontrarse allende los mares, de ponerle nombre y de darle sentido científico a la aventura”, dice Domínguez. Esto me permite recordar el papel desempeñado por Carl von Linneo, que dedicó su vida a bautizar a todos los seres vivos que caían en sus manos, o por Charles Darwin en el Beagle, máxime teniendo en cuenta que no viajaba como naturalista. Y con la llegada de la televisión es imposible pasar por alto la contribución de gente como Jean-Jacques Cousteau, David Attenborough o Félix Rodríguez de la Fuente, entre tantos otros.

Vemos cómo se van incorporando algunas cualidades que debe reunir un naturalista: capacidad de observación, avidez por el estudio, intensa dedicación, espíritu aventurero. Añadamos otros atributos como integridad, pasión, entusiasmo, entrega, constancia, compromiso o, sobre todo, amor por la Naturaleza. El mosaico se completa con coherencia, fuerza de trabajo, claridad de ideas y capacidad para transmitirlas a los demás. Y todo ello sin esperar el reconocimiento y apoyo de otros, mucho menos de las instituciones. Joaquín Araújo (2) nos aporta algunas ideas cuando dice que los naturalistas no discriminan parte alguna de lo que nos rodea. También evocan afiliación, oficio o tendencia pero cuando llegamos a lo que nombra nuestro título podemos estar seguros de que ser naturalista es algo que además permite quitarle a la palabra su sufijo. Se llega a ser naturalista cuando se es natural. Más todavía cuando se amplía hasta aquello que tantas veces he usado de ser natural de la naturaleza. Y más adelante añade: “Somos del todo imposibles sin el manantial —la NATURALEZA— del que brotó y brota todo lo que vive. Acordarse y reconocer el origen ya es tener mucho ganado para acallar la descabellada arrogancia de pretender vivir segregados de lo viviente”.

El naturalista no nace, se hace, tal vez pasando por la típica fase infantil en la que el niño observa con curiosidad todo lo que le rodea, incluso los pequeños animalitos que comparten con él su espacio en el parque. Es posible que el naturalista, lejos de haber superado esa fase, la prolongue en el tiempo y vuelque su interés en experiencias nuevas que tienen algo que ver con la historia natural. Es entonces cuando construye una barrera que le impide verse afectado por las cosas mundanas y se sumerge en un mundo de fantasía, de generosidad, de infinita variedad botánica, zoológica, geológica… Su interés por el conocimiento y estudio de la biodiversidad va en aumento, y poco a poco despierta el espíritu explorador que lleva dentro. Los espacios abiertos le atraen más y más.

La vida del naturalista es con frecuencia solitaria, pero encontrar y saber convivir con la soledad en ambientes de gran belleza es un buen sistema para Edward O. Wilson (3), porque en su opinión “los seres humanos significan comodidades, pero para un biólogo de campo significan también pérdidas de tiempo, rupturas de la concentración y, si eres forastero en tierras desconocidas, un cierto grado de peligro personal”. Sería fácil en este punto acusar al naturalista de ser poco sociable, pero haríamos una imputación falsa. El naturalista no huye del contacto con otras personas, sino de la incomprensión, de la falta de implicación, del compromiso cero, de la sensibilidad desertora. Lo que ocurre con machacona insistencia es que demasiadas personas no saben escuchar, y el naturalista se empecina en hacerlo. Esta ausencia de intereses concurrentes le alientan a buscar la amable compañía de la soledad, mucho más gratificante.

Alguien que aspire a ser naturalista debe estar dotado de la necesaria vocación y un espíritu indomable que le permita hacer frente a las innumerables adversidades que se van cruzando en su camino. El naturalista, más allá de lo que sea capaz de observar y divulgar sobre la Naturaleza, valora por encima de todo lo que aprende de ella y la estrecha unión que llega a sentir con ella. Por cierto, la transmisión de sus conocimientos es un argumento más a favor de la satisfacción que siente por trabajar para los demás. El naturalista no es un bicho raro, aunque otros lo vean así.

Asumir riesgos y compartirlos con momentos de alegría forma parte del pedigrí de un naturalista. Muchos profesionales son capaces de arriesgar su vida en el empeño de conseguir una imagen insólita, la muestra de una especie en peligro de extinción o la película de una conducta asombrosa. El naturalista de andar por casa no suele llegar a tales extremos, pero sea cual sea la circunstancia de cada uno, no merece la pena seguir adelante si no goza con su actividad de conocimiento y divulgación de la Naturaleza. El naturalista vive la Naturaleza, la estudia, se alía con ella y defiende sus valores, y todo ello le permite entender mejor la vida y el mundo en que vivimos.

Tal vez pueda sostener que poseo algunas de las cualidades necesarias para ser naturalista, que trato de conocer la Naturaleza cada día un poco más, de amarla con pasión y entusiasmo, de desvelar sus misterios hasta darme cuenta de lo poco que sé comparado con lo que me queda por saber. Pero sigo pensando que el apelativo naturalista no me corresponde.

 

(1) DOMÍNGUEZ, Luis Miguel: ¿Quieres ser… naturalista?, Edebé, Barcelona, 2007

(2) El mundo, Suplemento Tierra (17 de enero de 2013)

(3) WILSON, Edward O.: El naturalista, Debate, Madrid, 1995