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Un paseo de otoño

Relación con la Naturaleza

Tiempo de frutos maduros y de celo para algunos, tiempo en que muchas hojas se ruborizan antes de enriquecer la tierra, de viajes con retorno y sueños de serenidad y silencio, de contemplación al otro lado del cristal.  Las mañanas se vuelven más frías, los días se acortan, signos inconfundibles de la estación. Es buen momento para conocer algunas de las especies más interesantes, capaces de presentarnos un aspecto diferente al estío, u otras que no parecen estar interesadas en cambios. Pasear en otoño es reforzar conexiones con la Naturaleza. Si cualquier entorno es bueno para empezar, ¿por qué no hacerlo junto a las rocas que tanto definen nuestro paisaje? En paredes y rincones húmedos y umbríos encontraremos varios tipos de helechos. Cabellera de Venus, culantrillo blanco menor, culantrillo menor, doradilla, helecho común... todos ellos destinados a servir de adorno verde en laderas pedregosas y roquedos, y bien habituados a la vida en la sombra.

En estos días de otoño podemos acercarnos delicadamente a estas plantas, que durante mucho tiempo recibieron el apelativo de inferiores, y tratar de descubrir las intimidades ocultas en el envés de sus frondes. Allí se hallan los soros, unos pequeños bultos o protuberancias que fabrican las esporas. Este pequeño gran descubrimiento nos permite realizar un sencillo experimento. Se trata de cultivar helechos: este proceso se iniciará a partir de sus esporas, que retiraremos de los soros cuando estos estén completamente maduros; esto lo sabremos porque adquieren un color marrón oscuro o negro. Raspamos cuidadosamente los soros sobre una hoja de papel blanco, cuidando de no dañar los frondes. Una vez obtenidas las esporas, debemos sembrarlas inmediatamente.

 

Soros de culantrillo blanco menor (Asplenium fontanum)

 

En una bandeja, que puede ser plástica, colocamos turba bien abonada mezclada con arena. Regamos bien y esperamos que el agua drene y no haya encharcamientos. Una vez realizada esta tarea, esparcimos de manera uniforme las esporas que hemos obtenido de otros helechos. No debemos cubrir las esporas con tierra, simplemente tapamos la bandeja con una tapa de plástico o acrílico transparente. La bandeja debe ser colocada en un lugar bien cálido y con abundante luz solar. Periódicamente hay que comprobar que el sustrato se mantenga con los niveles adecuados de humedad, para lo cual utilizaremos, a ser posible, agua destilada. Al cabo de unos días comenzarán a nacer pequeñas plántulas, que irán formando matas. Cuando estas plantas han adquirido un tamaño cercano a los 3 a 5 centímetros, se separan en porciones y se colocan en macetas individuales, siempre manteniendo una buena humedad en el sustrato.

Una curiosidad más de los helechos. Posiblemente muchos recuerden que antiguamente nos presentaban el pescado en las pescaderías sobre enormes frondes de helechos, y tal vez pensábamos que era para adornar el mostrador. La verdad es que los helechos tienen propiedades que inhiben la germinación, de modo que su uso impedía el desarrollo de larvas. También se usaba para cubrir el techo de tinadas y dar abrigo a los animales.

 

Terreno cubierto de helechos (Pteridium aquilinum)

 

Continuando con nuestro paseo de otoño, recordemos lo escrito por Henry David Thoreau sobre estos meses del color: “Octubre es el mes de las hojas pintadas. Su opulento resplandor destella alrededor del mundo. Mientras los frutos, las hojas y el día en sí adquieren un matiz brillante justo antes de su caída, el año también está a punto de ponerse. Octubre es el cielo del atardecer; noviembre, la última luz crepuscular” (1). No son pocas las plantas que se conjuran para llenar el paisaje de color, pero propongo la contemplación de una de las que más se deja querer, el serbal de cazadores, un arbolillo caducifolio que, visto de lejos sin flor ni fruto, puede parecernos una acacia falsa, pero a medida que nos acercamos vamos observando importantes diferencias. En primer lugar, las hojas, que, aunque también son compuestas, se desarrollan con hojuelas o foliolos de borde aserrado. También guardan un gran parecido con las del fresno común, por lo que a este serbal se le conoce como fresno silvestre. En segundo lugar, las flores, que aparecen de mayo a julio; no tienen un olor agradable como las de la robinia, y aparecen reunidas en ramilletes terminales y con cinco pétalos blancos. Por último, los frutos o serbas, globosos (el de la falsa acacia es una vaina), de color rojo intenso al madurar de septiembre a octubre, del tamaño de un guisante y formando ramilletes colgantes muy llamativos que destacan sobre el verde de las hojas.

 

Serbal de cazadores (Sorbus aucuparia)

 

El nombre sorbus es el que los antiguos latinos daban a los frutos de este árbol, mientras que aucuparia procede del latín aucupor, que significa coger pájaros, y hace referencia también a sus frutos y su capacidad de atraer a los pájaros. Son comestibles, aunque tienen un sabor ligeramente amargo debido a su contenido en taninos. Persisten durante mucho tiempo en el árbol. Se utilizan para la elaboración de mermeladas, compotas, licores y vinos aromáticos. Antiguamente se empleaban para combatir el escorbuto, ya que son ricos en vitamina C. El aguardiente de estos frutos sirve para fabricar los buenos vodkas. Las serbas son la principal fuente productora de sorbitol, que es un producto alimenticio importante para los diabéticos.

Cuando se colorea el campo a nuestro alrededor de la manera en que lo hace en otoño, es señal de que pronto llegará el momento de las vacaciones para muchas especies, botánicas y zoológicas, y que las nuestras de verano quedaron atrás. Pero sigue siendo una invitación para pasear.

 

(1) Thoreau, H. D. (2011). Colores de otoño. José J. de Olañeta, Palma de Mallorca