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Blog

Agua y niebla

Senderismo

La tierra muestra su mejor cara y se convierte en nuestra más fiel aliada cuando recibe en cantidad suficiente el regalo vivificante del agua. Satisfecha y de buen humor, proclama la abundancia en un concierto coral de arroyos y torrenteras hasta ahora dormidas. Son aguas en movimiento ágil que vienen lavando la tierra por donde pasan. Estas dos cosas, el movimiento —a veces impetuoso— y la abundancia de materia orgánica que arrastran, hace que por doquier se formen bardas de espuma. Las cumbres se ocultan tras algunos retales de niebla. El suelo rebosante responde a nuestros pasos con un peculiar chap-chap, unos pasos que esta vez iniciamos en El Cerviñuelo hacia el Balcón de Pilatos.

Los fustes erectos de los pinos negrales y albares se han oscurecido por el impacto de la lluvia sobre sus cortezas, lo que hace destacar más el verde grisáceo de los líquenes barbudos.

Los animales han estado ocupados: por aquí y por allá han dejado su escritura impresa en el barro. Encontramos otras muestras más escatológicas de su paso por estos lares, como los restos de muérdago dejados por algún zorro que sintió la necesidad de purgarse. Suaves alfombras de musgo salpican partes del sendero, perfectamente delimitado por bujes a punto de flor.

Encaramados al Balcón de Pilatos, debemos abandonar el camino señalizado si queremos encontrar el barranco que desciende hasta la Casa de los Olmos. La niebla no nos lo pone fácil, pero el rumor del renacido arroyo nos da la pista definitiva.

Por fortuna, tras un breve descenso ya podemos divisar en su plenitud el comienzo de la Hoz del Trabaque, hacia donde también se dirigen las aguas que ahora nos guían. Ya se contempla con claridad el Puntal del Perdigano, la dehesa y el arcedo, y a lo lejos, al abrigo de la bruma, el Puntal de Cachorros.

La Hoz del río Trabaque emociona y aviva los sentidos en cualquier época del año, pero cuando es el tiempo del agua tiene un encanto especial, acaso por ver cómo se deja caer al vacío e impone su autoridad frente al silencio.

Por mucho que lo intente, el caminante no encontrará un observatorio mejor que otro: todos son distintos e igualmente sobrecogedores. Quedan bien traídas, pienso yo, las palabras de Albert Camus: “Yo sitúo ante todo la contemplación del paisaje, porque no se salda con injusticia alguna, y mi corazón se siente libre.”

Emprendemos el regreso por el Camino de la Toba, que nada tiene que ver con el pantano, sino con un paraje y una fuente que así se llaman, antes de alcanzar el Camino de las Corralizas y la Fuente del Vaso, donde nacen las aguas que luego pasarán bajo las faldas del Fraile. No dejamos de escrutar con la mirada por ver si en algún momento se divisa la silueta de algún compañero de viaje difuminada por el gris brumoso que nos envuelve más y más. A punto de dar por terminado este viaje preñado de agua y niebla, interrumpimos el laborioso hozar de dos jabalíes, uno de los cuales se nos queda mirando de forma inquietante y hace un leve amago de arrancada. Afortunadamente salen corriendo tras unos segundos de contemplación desafiante. “¿Has visto cómo se le ha erizado el lomo?”.

Y una fina lluvia se derrama del espeso manto de nubes, una promesa de fertilidad para el nuevo ciclo de vida que comenzará en pocas semanas.

Aquí os dejo una composición en imágenes. Espero que os guste.