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Collado Manchego

Senderismo

No es la primera vez que mis pasos recorren cañadas ancestrales en recuerdo de aquellos tiempos en que la ganadería proporcionó tanta riqueza a la provincia de Cuenca, tiempos en los que era algo en el concierto nacional. Caminar por esta autopista boscosa en la que cuidar el ganado era lo mismo que cuidar la vida silvestre, me ayuda a recordar la necesidad de renovar esfuerzos en la conservación de estas añosas rutas de la trashumancia. Quienes se digan defensores de la Naturaleza están obligados a reconocer lo mucho que el medio natural debe a vías pecuarias como la que ahora recorro.

Cañada de las Tablas

 

Ni es la primera vez que esos pasos dejan su leve huella en la Cañada de las Tablas. La última vez hice sus primeros 10 km en coche hasta llegar al Collado del Escorial, pasando de largo por el Collado Manchego. Ahora me propongo saldar esa cuenta pendiente que tenía con este paraje y reencontrarme con el bosque, al que ya he dedicado mi atención en otro momento, y espero que no sea la última vez que lo haga.

Es posible que a veces abusemos de aquellos espacios que nos ofrecen hermosas imágenes de sorprendente rareza: una cascada, una garganta, una hoz, una montaña, un precipicio… Pero ¿cuántas veces buscamos el simple contacto —si es que se puede llamar así— con el bosque por el mero hecho de dar un descanso a nuestra ocupada mente? Al fin y al cabo, como dice Carl Sagan en Cosmos, “los hombres crecieron en los bosques y nosotros les tenemos una afinidad natural”. O la buscamos. Porque, en cierta medida, nos hemos separado de él, a pesar de que sigue siendo parte importante de nosotros.

El caso es que camino de nuevo por la Cañada de las Tablas partiendo de otra cañada, la Real de Rodrigo Ardaz, que alguien decidió convertir en carretera C-2106 pisoteando los antiguos derechos de estas vías pecuarias. La ocasión me permite parar para observar de cerca acebos y tejos que hay en las laderas, pero hay algo que los tiempos que corren y el estilo de vida que nos hemos diseñado no nos dejan hacer con la frecuencia deseable y que viene perfectamente indicado en el bosque. Se trata sencillamente de escuchar, detener nuestros pasos de vez en cuando para prestar atención a lo que se vive en el bosque. Es lo que se llama estación de escucha, y puedo asegurar que es una actividad muy gratificante, una eficaz manera de observar y aprender la Naturaleza a través del oído.

Carlos de Hita es un maestro en esto de captar la banda sonora de la Naturaleza y en contarlo con un lenguaje sencillo y evocador. Alguna vez se le ha visto en televisión con su complejo equipo de sonido, pero el caminante aficionado tal vez pueda utilizar su móvil o una sencilla grabadora para empezar a sentir la emoción de haber estado más cerca que nunca de los habitantes del bosque. Me propongo insistir en esto de las estaciones de escucha, pero aquí dejo un adelanto de lo que el bosque nos ofrece, un carbonero común.

Collado Manchego

 

Al llegar al Collado Manchego tomo un camino que parte hacia el Norte. Desde aquí no se alcanza a ver el fondo del profundo valle excavado por el río Tajo, pero es fácil percibir su grandeza contemplando los escarpes que ya nos observan desde la provincia vecina de Teruel. Dedico unos segundos para otra estación de escucha y aprecio en la lejanía el rumor de las aguas.

Valle del Tajo

 

Me dirijo hacia el Cerro Moreno dejando a la derecha un camino que desciende por la ladera izquierda del Tajo. Todo parece indicar que esta trocha se encontrará con el Arroyo de Valmelero antes de desaguar en el Tajo, y que siguiendo el arroyo aguas arriba volverá al Cerro Moreno. Desde aquí, mis pasos vuelven al Sur para cruzar el arroyo, ahora helado, y girar luego, otra vez al amparo del bosque, hacia el Oeste, donde se volverán a encontrar con la Cañada de las Tablas.

Arroyo de Valmelero