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En la Huerta de Marojales
En cierta ocasión recorría la Muela de Marojales, en el extremo norte del Parque Natural de la Serranía. Asomado al borde de la muela, tratando de disfrutar del paisaje, acerté a ver algunas de las casas que forman la aldea de Huerta de Marojales y sus leves campos de labor en perfecta sintonía con el pinar. Fue entonces cuando me propuse volver a este lugar y ahora se ha hecho realidad.
Poyatos, erguido orgulloso en la ladera derecha del Escabas, la que da al sur, me abre la puerta para llegar hasta Huerta. Desde su balcón el pueblo divisa y vigila el bosque que aún le queda, y es mucho, tras el pavoroso incendio de 2009. Otros vendrán que puedan ver el monte como antes del fuego, aunque para ello hayan de pasar más de cien años. Es obligado hacer un alto en su fuente romana —o medieval, que no hay acuerdo al respecto—, de caño tallado en piedra y a buen recaudo tras una puerta forjada. En su alargado y estrecho pilón pueden apreciarse las huellas del paso y el peso de tantos cántaros que fueron a la fuente.
La curvilínea cinta gris del asfalto que conduce a Santa María del Val tiene un camino que nace a dos kilómetros de Poyatos, en las faldas del Cuerno, un monte con una gran mordida blanquecina que destaca en todo el valle. El camino va hacia el este y se viste de aliaga y boj a medida que desciende pedregoso al encuentro del Arroyo de la Dehesa. Un pequeño y coqueto puente de piedra me permite cruzar el arroyo, que poco después se envalentona para atravesar la profunda y angosta garganta que con paciencia ha ido excavando. El agua se descuelga vertiginosamente hacia el Escabas. El camino se hace senda y asciende la abrupta ladera a medida que se apaga el rumor del agua, hasta su encuentro con el Manantial de la Toba, con parideras en ruinas, como mandan los cánones serranos.
El camino continúa al otro lado del arroyo. Al ganar la máxima altura, poco a poco se va ocultando el Puntal del Cuerno al tiempo que se deja ver la Muela de Marojales. De pronto surge entre las copas de los pinos la aldea, nada más entrar en su término municipal. Desciendo la ladera y atravieso los primeros campos de labor sobre terreno arenoso. A la derecha nos observan lomas y laderas arrasadas por el fuego. Debió ser espantoso, terrible y doloroso ver cómo se acercaban las llamas a los cultivos y las casas, cómo se iba a chorros tanta vida.
La aldea recibe su nombre de una planta, un árbol, para ser más exactos, el roble melojo (Quercus pyrenaica), llamado marojo por estos lares, aunque no abunda ya en esta parte del valle. Así pues, un lugar poblado de melojos o marojos se llama melojar o marojal. Está emparentado este árbol con la encina y el quejigo, pero tiene un carácter menos mediterráneo. A buen seguro que su dura madera ha calentado no pocos hogares de estos contornos. Llaman la atención sus hojas lobuladas que aguantan en las ramas casi todo el invierno. Cuando caen son capaces de crear una peculiar alfombra ocre de gran riqueza para el suelo, al tiempo que lo protegen de la fuerte lluvia.
En las solitarias calles de Huerta reina el silencio, solo roto por el bullicio de gorriones y las cabriolas de los colirrojos tizones, que están de amores cuando llego y se persiguen entre los arbustos y por los tejados. Unos y otros animan con sus juegos y carreras las estáticas calles de la aldea. Alguno se mete raudo en una nave que parece abandonada; quizá allí esté su nido. Decido dar un paseo aprovechando esta quietud. Se ven algunas casas bien arregladas, con señales de estar habitadas, pero otras ya están afectadas por el abandono. Me acerco a una de ellas y solo descubro ruinas donde antes debieron convivir las gentes con sus animales. La habitación de otra casa, que permanece abierta, hace ahora las veces de capilla.
Es curioso, pero, a pesar de su cercanía a Poyatos, cuyas gentes ocuparon la aldea allá por la Edad Media, Huerta de Marojales vivió un tiempo en que sus tierras, pastos y dehesas fueron codiciados por la mismísima ciudad de Cuenca, que luego arrendó y vendió a Cañizares, por lo que, en la actualidad, depende administrativamente de este pueblo. Así las cosas, el alargado término municipal de Huerta tiene límites con el de Poyatos y el de Cuenca, pero no con el de Cañizares. También resulta notable que la estirada Muela de Marojales queda fuera del término de La Huerta. Esta aldea llegó a tener escuela propia hasta que debió cerrarse en 1968 por falta de niños, y ello porque las gentes debieron sentir la llamada de otro tipo de vida menos dependiente de los cada vez más escasos recursos naturales.
El camino de regreso puede hacerse por la carretera o retrocediendo hasta recuperar la cima y continuar por una senda hacia el noroeste. Una docena de ovejas pasta plácidamente al abrigo de una chopera. En un momento dado empiezan a balar desaforadamente y se colocan en fila acercándose a mí. Es posible que me hayan confundido con el pastor y poco después se paran en un sembrado. Por suerte no llevan perro.
Cualquiera de las trochas que hayamos tomado muere en la carretera de Santa María del Val, donde tomaremos otro camino que se dirige hacia el sur, descendiendo por la falda del Puntal de la Torca, al encuentro nuevamente del Arroyo de la Dehesa. Una vez rebasado el cauce, el carril nos lleva otra vez a la carretera, a pocos metros del comienzo de la ruta.