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No perder el norte

Senderismo

 

Orgullosos como andamos por el mundo pensamos que somos superiores al resto de especies animales, hemos de reconocer que en muchos sentidos ellas sobresalen, y en cuestiones de orientación solemos dejar bastante que desear. Es posible que hayamos perdido la costumbre de observar el entorno como hacían nuestros antepasados cazadores-recolectores, que no sepamos dónde estamos y adónde vamos. Por eso dejamos nuestro destino en manos de la electrónica, como el GPS, olvidando que las baterías se acaban, que los satélites no emiten señal en todo momento o que tal señal no es del todo fiable. Circulaba en cierta ocasión una autocaravana por el casco antiguo de Cuenca cuando, a la altura de la calle del Peso se vio obligado el conductor a detenerse y llamar a la policía local para retroceder. Preguntado por lo que había sucedido, respondió que se dirigía a la Ciudad Encantada y su GPS le había indicado este como el mejor camino.

No es demasiado recomendable a veces utilizar estos sistemas de navegación en nuestros desplazamientos por el monte. Es frecuente perder la señal cuando caminamos inmersos en un bosque. Para orientarnos en el campo necesitamos dos elementos básicos, un mapa topográfico y una brújula —asumiremos que ya contamos con algo tan imprescindible como la prudencia y el sentido común—. Podríamos dar por hecho que sabemos interpretar un mapa, pero no está de más recordar algunas nociones elementales. El mapa es la representación sobre el papel de la superficie terrestre. Esto supone, por tanto, que hemos de pasar de un espacio en tres dimensiones a un dibujo en dos dimensiones. Las curvas de nivel unen los puntos que están a la misma altitud y nos permiten leer el relieve del terreno: unas curvas muy juntas entre sí reflejan un relieve abrupto, escarpado —por ejemplo, un barranco, una hoz, un monte…—, pero si las curvas se encuentran separadas, hemos de entender que nos encontramos en un espacio más bien llano o con escasa inclinación.

 

 

En una esquina del mapa veremos su escala, que nos permitirá calcular distancias entre dos puntos. Para la práctica del senderismo utilizamos mapas de escala 1:50.000 (1 cm en el mapa son 500 metros en la realidad) o, mejor aún, 1:25.000 (1 cm equivale a 250 metros sobre el terreno). El mapa topográfico cuenta también con unas líneas verticales y horizontales que sirven para medir la longitud y latitud de un punto, dividiendo el terreno en cuadrículas. Las líneas de longitud están orientadas en sentido norte-sur. En un mapa 1:25.000 la distancia entre dos líneas consecutivas, tanto horizontales como verticales, es de 1 km, por lo que cada cuadrícula recoge una superficie de 1 km2.

En cuanto a la brújula, utilizaremos la cartográfica o de montaña, formada por una base plana de plástico que permite trabajar fácilmente sobre un mapa. Conozcamos sus partes:

 

 

  • El limbo es la parte móvil de la brújula.
  • La aguja magnética se orienta siempre al norte magnético. No lo confundamos con el norte geográfico, del que dista unos 2.000 km. La diferencia entre ambos es la declinación magnética, que en España es muy baja.
  • La base es el cuerpo de la brújula, donde encontramos una regla y, en algunos casos, una escala.
  • La flecha de dirección indica el rumbo a seguir una vez que lo hemos determinado sobre el mapa.
  • La flecha de norte señala el lugar donde debe estar la parte roja de la aguja magnética cuando orientamos la brújula en la dirección deseada.

Vamos a ver cómo se orienta el mapa:

 

 

Ahora veamos cómo se determina la dirección de ruta:

 

 

Siguiendo estas nociones básicas de orientación no deberíamos tener problema alguno en nuestras caminatas. De lo contrario, es fácil transformarlas en desagradables experiencias. Dice David Barrie (1), “nos estamos convirtiendo en idiotas de la navegación. Para evitar este destino, necesitamos dejar a un lado nuestros móviles y sistemas electrónicos de navegación siempre que podamos. En lugar de dejarnos llevar de manera automática por un GPS, incluso cuando seguimos una ruta que conocemos a la perfección, deberíamos abrir los ojos y ejercitar el cerebro. Salvo que queramos perder del todo nuestros talentos para la navegación, tendremos que aprender a hablar de nuevo el lenguaje de la Tierra”.

 

(1) Barrie, D. (2020). Los viajes más increíbles. Crítica, Barcelona.