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Senderismo de riesgo

Senderismo

El caminante busca la soledad del camino tratando de no romper el silencio que le rodea. De vez en cuando se detiene para escuchar ese silencio, un bálsamo para sus maltratados oídos, y los leves sonidos de la vida que seguramente le observa. A veces solo capta el rumor del viento removiendo las hojas de los árboles, lo que también viene a ser una prueba de vida. El caminante sabe que si emplea ropas que se confunden con el entorno, tendrá más posibilidades de observar las evoluciones de la fauna silvestre.

Todo esto, que aparentemente se cuenta revestido de absoluta sencillez, puede quedar relegado al olvido con la nueva ley de caza en Castilla-La Mancha. Aprobada casi a escondidas, a base de engaños y con alevosía, esta caciquil norma no solo prima la actividad cinegética, sino que la potencia y la subvenciona, atacando a quien se atreva a interferir en su práctica. Si al caminante se le ocurre practicar su actividad favorita acompañado de un perro, deberá saber que el animal podrá recibir un disparo en cualquier momento, y el causante quedará impune. Y si quiere evitar servir de blanco, tal vez le convenga vestir alguna prenda reflectante para ser visto a varios cientos de metros, con lo cual ya puede ir olvidándose de ver animales o de disfrutar sencillamente del entorno, pues la zozobra será su acompañante.

Para más inri, no será difícil que el caminante vea cortado su recorrido por algún vallado cinegético o que se tope con un agente medioambiental que le multe por haber distorsionado la caza de los señoritos de turno. La escopeta nacional, ese cocedero de tejemanejes y chanchullos propio de épocas casposas, se queda corta al lado de este anacrónico bochorno perpetrado contra nuestro entorno y nuestro derecho a disfrutarlo, una vergüenza que mantiene en plena actualidad la historia de Los santos inocentes.

Por cierto, Miguel Delibes, gran cazador y mejor escritor y persona, no estaría de acuerdo con esta ley. En su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, decía: “La Naturaleza ya está hecha, es así. Esto, en una era de constantes mutaciones, puede parecer una afirmación retrógrada. Mas, si bien se mira, únicamente es retrógrada en la apariencia. En mi obra El libro de la caza menor, hago notar que toda pretensión de mudar la Naturaleza es asentar en ella el artificio, y por tanto, desnaturalizarla, hacerla regresar. En la Naturaleza, apenas cabe el progreso. Todo cuanto sea conservar el medio es progresar; todo lo que signifique alterarlo esencialmente, es retroceder.”

El autor que tantas veces denunció el abuso del hombre sobre la Naturaleza, que dijo  en su famoso discurso estar preocupado por lo que llamaba la “injusticia y la prostitución de la Naturaleza”, terminaba haciéndose eco de una conocida canción americana en la que se proclamaba «¡Que paren la Tierra, quiero apearme!». No hace mucho fui testigo de una conversación en la que un cazador demostraba un conocimiento de la sostenibilidad que ya quisieran para sí quienes profanan este concepto desde las poltronas del poder. Decía este cazador que en su pueblo tenían establecida una norma que consistía en cazar solo los domingos, hasta las dos de la tarde y un máximo de tres piezas (hablaba de caza menor). ¿Tan difícil es arbitrar medidas que permitan a cada uno disfrutar del medio natural según sus intereses?

“¡Aquello eran vientos!”, dice Delibes, por boca de Lorenzo, el bedel, en su Diario de un cazador —un libro que recomiendo encarecidamente— cuando echa de menos los tiempos de la caza sostenible, tiempos en que la caza era más una forma de entrar en contacto con la Naturaleza que una competición. “Salir al campo a las seis de la mañana en un día de agosto no puede compararse con nada. Huelen los pinos y parece que uno estuviera estrenando el mundo”, dice Lorenzo en el Diario. Si aquello eran vientos, lo de ahora tiene toda la pinta de traer tempestades. “Hay que acabar con esa canalla”, dice el bueno de Lorenzo.

Tal vez alguien haya pensado que Castilla-La Mancha ya tiene suficiente con sus numerosas industrias, sus puertos de mar y sus largas y amplias playas para asegurarse un futuro prometedor, de modo que bien podemos permitirnos el lujo de tratar con cierto desdén el entorno y la vida que alberga. Ninguno de estos caciques desaprensivos del siglo XXI se habrá preocupado por que se acabe la gallina de los huevos de oro que podría suponer el turismo rural. Creo que es a esos que quieren hacer del senderismo y el disfrute de la Naturaleza una actividad de riesgo a quienes hay que apear entre todos de este mundo. Solo tenemos que querer hacerlo.