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Agua

Relación con la Naturaleza

A menudo subo a las fuentes del Júcar, en el paraje conocido como los Ojuelos de Valdeminguete, a los pies de San Felipe y a tiro de piedra del gran padre Tajo. Algo más arriba de las praderas donde un buen año se multiplican las alfaguaras y el agua que de ellas surge comienza a acariciar la tierra, encontramos un lugar que alberga una curiosidad geográfica. Allí, junto al Tormo de Cañaveras —que ni es tormo ni pertenece a esa localidad alcarreña—, se sitúa la divisoria de vertientes entre el Júcar y el Tajo. Una bola de nieve, colocada en equilibrio sobre esa imaginaria línea, se derretiría vertiendo la mitad de su contenido a cada río. Esas aguas, ahora divididas, viajarían centenares de kilómetros para terminar muriendo en mares diferentes. Y, a pesar de todo, solo podemos sostener con rotundidad que el agua es única, un todo indivisible y dinámico que continuamente nace, se mueve, crece, cambia y renace en el seno de un ciclo imperturbable desde hace unos cuatro mil millones de años.

El agua es una suma cabal y, junto al aire, lo más global y planetario que existe. Nada hay que nos impida pensar que el agua caída en la última tormenta ya nos visitó tiempo atrás. Pero esta idea, uno de los milagros de la naturaleza, rápidamente nos da pie a caer en el error de la infinitud: el agua está siempre ahí, es inagotable. Si bien es cierto que existe la misma cantidad de agua desde su formación, su reparto y distribución, sin embargo, no son constantes. En uno de los desiertos más áridos y extensos del planeta, el Libio, hay unas pinturas en las que observamos figuras humanas bailando en torno al agua. Allí, ahora, ni hay agua ni hay asentamientos humanos. Conclusión: donde ha desparecido el agua ha desparecido el hombre, una lección que olvidamos con frecuencia. No en vano, las grandes civilizaciones han surgido y se han desarrollado al amparo del agua como eje central.

El agua lo es todo, una inmensidad que ha sabido esculpir pacientemente, no solo el paisaje y las formas de vida más diversas, sino el pensamiento, las vivencias y las culturas, en el marco de una extraña y desigual complicidad con el ser humano. Pero de ahí a dar por sentado que el agua es un recurso repartido con total equilibrio hay un abismo. Cada vez que el mundo rico realiza el sencillo gesto de abrir el grifo, debería pensar en los tremendos esfuerzos que supone para buena parte de la humanidad el acceso al preciado líquido y cubrir sus mínimas necesidades vitales. Por equidad y justicia.

Tan menospreciada como imprescindible, tan escasa como malgastada, tan desconocida como maltratada, tan deseada como ignorada. Así es el agua, en una tierra acosada por el desierto. No existe un secreto para apreciarla, conocerla, cuidarla, mimarla, tratarla mejor. No hay tal secreto, salvo que cambiemos nuestro estilo de vida, que adoptemos una nueva cultura del agua, que mejoremos nuestra relación con ella. Solo así creceremos con ella; solo entonces podremos decir que nuestro futuro será.