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Caminos de leyenda

Valores

Acaso por repetida debiera haberse ganado ya el derecho a alcanzar la categoría de historia aquella leyenda del noble musulmán que se enamoró de una campesina cristiana. Su delito, el de ambos, fue haberlo hecho en una época en que tamaña desfachatez era una grave afrenta contra el buen gusto y los dictados de la religión. Como tales amores no estaban bien vistos, el moro alejó a su amada de la incomprensión popular, que la consideraba poco menos que una sucia ramera, y la ocultó en las entrañas de la tierra, en una apartada gruta, lejos de las miradas indiscretas y torpes de la gente y de la iniquidad de sus lenguas. Y para que pudiera continuar con sus rezos cristianos, mandó esculpir una pequeña talla de la Virgen en un de las numerosas estalagmitas de la cueva. Así fue como la fría y húmeda oscuridad caliza se convirtió en el único testigo de un amor imposible.

Varios siglos después, Amin Maalouf escribió estas líneas en su pequeño-gran libro Identidades asesinas:

“Mientras el sitio de una persona en una sociedad continúe dependiendo de su pertenencia a esta o aquella comunidad, se seguirá perpetuando un sistema perverso que inevitablemente hará más profundas las divisiones; si se pretende reducir las desigualdades, las injusticias, las tensiones raciales, étnicas, religiosas o de otro tipo, el único objetivo razonable, el único objetivo honorable, es que cada ciudadano sea tratado como un ciudadano de pleno derecho, cualesquiera que sean sus pertenencias. Ese horizonte no puede alcanzarse de la noche a la mañana, por supuesto, pero ello no justifica que se tire del carro en la dirección contraria.”

Sobran los comentarios. Solo queda revisitar el escenario de aquella historia hecha leyenda en el corazón de la Hoz de Beteta, la Cueva de la Ramera.