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Comprometidos con la vida (1)

Valores

La primera campaña de liquidación se produjo hace 435 millones de años. Una prolongada glaciación acaba con la fauna marina, aunque algunos peces escogidos logran sobrevivir. Los invertebrados son los grandes perjudicados por el frío. Tras 68 millones de años tiene lugar la segunda eliminación de la vida. Los peces vuelven a sufrir las consecuencias y cerca del 70 % de los invertebrados marinos desaparecen del mapa. La tercera extinción llega hace 245 millones de años, cuando el 90 % de todas las especies terrestres y marinas se esfuman; es la peor catástrofe vital de todos los tiempos. 35 millones de años después —un suspiro geológico— cae el 75 % de los invertebrados marinos, mientras los últimos reptiles mamiferianos —emparentados con los mamíferos— dejan paso a los dinosaurios. Y hace 65 millones de años se produce la extinción más mediática: dinosaurios, ammonites y gran cantidad de otras especies son eliminadas supuestamente por un enorme meteorito, dando paso a los mamíferos y los peces. Y ahora nos encontramos en pleno proceso de lo que se conoce como la sexta extinción, operación eficazmente desarrollada por la especie humana.

 

“Arrogante, insensato, predispuesto letalmente para favorecerse a sí mismo y a su tribu en situaciones a corto plazo. Servil ante seres superiores imaginarios, desdeñoso con otras formas de vida inferiores”. Cualquiera podría decir que esto es el retrato de un monstruo, pero Edward O. Wilson se refiere así a la especie humana (1), incapaz de hacer frente a una población demasiado numerosa, con escasez de agua dulce, la atmósfera y los mares cada vez más contaminados, un clima cambiante adverso para la vida… ¡Vaya panorama! Estos problemas y más son causados por ese ser arrogante, el gran diseñador de la nueva era de efectos que están repercutiendo en todas las formas de vida, el Antropoceno.

 

Y, sin embargo, este sabio científico y gran divulgador, este gigante sobre cuyos hombros hemos de encaramarnos para observar y entender mejor nuestro entorno, se reviste de optimismo —veremos que no es oro todo lo que reluce— para plantear que, destinando a la Naturaleza solo la mitad de la superficie de la Tierra, podríamos mantener la esperanza de salvar la inmensidad de formas de vida que la componen. Describe cómo la combinación de instinto animal y nuestra habilidad social y cultural no ha llevado a toda la biosfera por un camino potencialmente desastroso. Pero con un mejor conocimiento de nosotros mismos y de la vida, y abandonando dogmatismos e ineptitudes, seremos capaces de salvar la biodiversidad y lograr nuestra propia supervivencia. Lo dicho, un optimista donde los haya que sostinene que “luchar contra las dificultades en nombre de la vida representa el aspecto más noble de la humanidad”. Sigamos su estela, no vaya a tener razón.

 

La biodiversidad, en la que estamos incluidos, forma un escudo protector para protegerse a sí misma. Pero cuando las especies desaparecen, aumenta la tasa de extinción de las superivivientes, y el equilibrio de los ecosistemas se desploma. La especie humana, que debería proteger al resto de la vida, tiene la indolente tendencia a destruir una gran parte de ella porque solo le importa satisfacer sus propias necesidades inmediatas, sin considerar que la biodiversidad no es un pozo sin fondo. El Antropoceno, sin freno ni marcha atrás, dando paso a lo que Wilson llama Eremoceno, la era de la soledad.

 

Pero lejos de sucumbir ante lo que podríamos reconocer como un apocalipsis de biodiversidad, lejos de considerarnos como dioses, como propietarios de la biosfera más que unos de sus componentes, lejos de pensar que lo estamos haciendo todo estupendamente y que nuestros objetivos no tienen límites, Wilson propone que dejemos de ser tan codiciosos y miopes, que reaccionemos con vergüenza y seamos capaces de tomar decisiones a largo plazo —me pregunto si los gobernantes del mundo conocerán a este científico y leerán sus libros—, que dejemos de ser la especie más destructiva de la Historia, la fuerza motriz de la sexta extinción.

Las actividades de conservación en todo el mundo han logrado reducir la extinción de un notable número de especies, pero aún son insuficientes para salvar el mundo natural porque la pérdida de hábitats incrementa la tasa de extinción de otras muchas. Tal vez convendría recordar aquí el significado del acrónimo HIPPO.

 

(1) Wilson, Edward O. (2017). Medio planeta. Errata Naturae. Madrid.

(Continuará)