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Indignados

Valores

 

No es necesario que nadie venga a reclamar que nos indignemos contra lo que está pasando. Ya lo estamos. Indignados por el escaso interés que despiertan en nuestras conciencias los asuntos de la Naturaleza. Indignados por lo mucho que la maltratamos. Indignados por ponernos de perfil ante el sufrimiento de otros. Es probable que algunas encuestas desmientan estas palabras, no si nos ajustamos a lo que vemos en nuestras escapadas por el monte, el bosque, un río o una pradera.

¿Cuánto va a durar esto? ¿Cuándo seremos sensibles a la injusticia de nuestra actitud hacia lo que nos envuelve? ¿Seremos capaces de detenernos en algún momento para reflexionar? ¿Realmente es tan insensata y estúpida nuestra especie como aparenta? ¿Hemos olvidado el significado del término empatía o es que únicamente lo conocemos y exigimos cuando se trata de algo que nos afecta a nosotros?

 

 

Salimos al monte como cada vez que nos presionan los malos momentos o simplemente porque deseamos solazarnos en su envoltura. Ojalá el bosque nos diera la respuesta a tantas preguntas. Los buitres nos contemplan desde arriba con aire distinguido, inquisitivo. Intuyen que no somos quienes les vamos a conducir hasta la comida de este día, si es que tienen la suerte de que exista. Continúan dando infinitas vueltas en su imaginaria e interminable noria aérea y nos ignoran.

Hace hablar el viento a la enramada con delicados susurros, y comprendemos la sugerencia: hemos de tomar las cosas con tranquilidad, de nada sirve enervar los ánimos si cumplimos con nuestra parte en esa alianza que establecimos con la Naturaleza. Carece el bosque de ornamentación superflua. No la requiere para darlo todo. Porque eso es lo que hace, darlo todo. Se expresa sin adornos, sencillamente, por más que haya quien no acierte a entenderlo. No resulta tan complicado entablar una charla con el bosque, contarle y que nos cuente, en silencio, calladamente, sirviéndose de las emociones para hacerse entender. Si él lo consigue, ¿qué trabajo nos cuesta a nosotros hacer lo mismo, expresarnos con la razón, con el corazón? Solo así puede verse todo, sentir todo con más claridad.

 

 

Cuando el camino se torna pedregoso, tratamos de pisar despacio, sobre hierba, en la tierna orilla, para no ahuyentar la magia creada en el intercambio de impresiones. El colosal silencio del bosque nos permite volver la mente hacia las cosas que realmente importan, la tierra que pisamos, el aire que inspiramos, el verdor que contemplamos, los sonidos que escuchamos y que tanto nos inspiran. Todo lo que nos liga a la Naturaleza. Así alcanzó a expresarlo Henry David Thoreau en sus Diarios:

 

“En las calles o en la sociedad, me disipo y me vuelvo casi invariablemente vulgar; mi vida es indeciblemente pobre (…). Pero cuando estoy solo, en los bosques o en los campos, en un modesto sembrado o en los pastos horadados por los conejos, incluso en días tan crudos y para la mayoría tristes como hoy, cuando los vecinos del pueblo deciden quedarse en casa, vuelvo a mi verdadero ser, recupero la grandiosa sensación de estar relacionado con lo que me rodea, y el frío y la soledad son mis amigos. Regreso a mi solitario deambular por los bosques como regresa el hombre al hogar añorado. Puedo así prescindir de lo superfluo y ver las cosas tal como son”.

 

Una vez de vuelta, caemos en la cuenta. El bosque habló y dio respuesta a nuestras inquietudes. Y ya no estamos tan indignados.