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Natural o antinatural
Cometemos con frecuencia el error de observar lo que nos rodea desde una óptica excesivamente humana y, por tanto, simplista. En realidad, no es algo que se nos deba reprochar, pues humanos somos. Pero esta práctica nos lleva a demasiados engaños que conviene, cuando menos, conocer y reconocer. Pongamos algunos ejemplos para entender esto cabalmente.
Hablamos de la belleza de las flores, aunque no todas, desde nuestro humano punto de vista, posean ese don. O contemplamos con estupor la violencia que hay detrás de una escena de caza en la que el depredador persigue, derriba y devora a su presa. Y año tras año nos llama la atención ver cómo el ciervo macho reúne en torno a sí a un harén de hembras para cubrirlas hasta la extenuación. Todo esto nos admira o lo censuramos porque no somos capaces de apreciarlo desde una óptica no humana. Al fin y al cabo, llevamos demasiado tiempo sintiéndonos los dueños de este cortijo que llamamos Tierra, tanto que hemos creado en torno a nosotros unas culturas que prohíben lo que la Naturaleza permite o posibilita. La Naturaleza ha establecido que sea la hembra la encargada de dar fruto o tener hijos, es lo natural, pero algunas culturas han impuesto esa obligación a las mujeres porque no hacerlo sería antinatural.
Arriba, inflorescencias de sabina albar (Juniperus thurifera L.), un árbol milenario. Abajo, la humilde amapola (Papaver rhoeas L.). ¿Con qué criterio podemos decir que una es fea y la otra es preciosa?
Hemos llegado a un punto en que nos cuesta entender que lo que para la Naturaleza es posible no puede en modo alguno ser antinatural, y nos anclamos en la idea de que lo que va contra las leyes de la Naturaleza es antinatural, y por eso debe ser prohibido. Nos pasa esto porque llevamos ya dos milenios influenciados por la perspectiva impuesta por una determinada visión teológica, que determina que lo natural no es lo posible en la Naturaleza, sino lo que está de acuerdo con los objetivos del supremo ser que creó la Naturaleza. Si un hombre y una mujer viven una relación, es algo natural, pero si la pareja está formada por dos hombres o dos mujeres, sería antinatural. Desde esta óptica —que por fortuna está en recesión—, cada ser vivo debe ajustarse al papel que le ha sido asignado y debe utilizar sus órganos y todo su cuerpo para desempeñar las funciones programadas por su creador. Y esto rige también para cualquier astro que deambule por el universo. La Luna debe dar vueltas alrededor de la Tierra, y no al revés. Ya costó admitir que era la Tierra la que giraba en torno al Sol, pero en todo caso era una cuestión de matices.
Desde nuestro humano punto de vista diremos que la hembra de gamo fue cruel al abandonar a su gamezno recién nacido, pero conocer los secretos de la Naturaleza nos serviría para entender que se trataba de una estrategia de supervivencia. Algo de lo más natural, vamos.
Hasta que llegaron Newton y Darwin. El primero para decir que eso ocurría porque existe una fuerza de atracción entre los cuerpos celestes, de modo que había que irse olvidando de una mano divina en este asunto. El segundo hablaba de que los seres vivos se van adaptando a su entorno y evolucionan para sobrevivir. La teología cristiana puso el grito en el cielo —nunca mejor dicho— contra la mínima posibilidad de que el ser humano fuera el resultado de una evolución desde seres inferiores. Pero nunca se cuestionó por qué las ballenas o los delfines utilizaron como aletas lo que antes fueron manos y pies. O por qué muchos insectos utilizan como alas lo que inicialmente eran unas estructuras que les permitían captar más radiación solar y así mantenerse más calientes. ¿Acaso tendríamos que decir que ballenas, delfines e insectos son antinaturales por usar sus cuerpos para lo que no estaba previsto?
De modo que la cultura debe hacer un enorme esfuerzo por contemplar el entorno desde una perspectiva no tan reduccionista como hasta ahora, perspectiva que no conduce sino al error, el estereotipo, la discriminación y la represión. ¿O es que los dictados de la cultura son superiores a los de la Naturaleza? ¿De verdad el hombre es más fuerte que la mujer? ¿De verdad la mujer no puede asumir funciones intelectuales tradicionalmente reservadas al hombre? Quizá para entender esto sería conveniente empezar por colocar al ser humano en un plano de igualdad con el resto de lo vivo. De momento, empecemos por reflexionar sobre lo dicho por la escritora Pearl S. Buck: “La mujer es la raíz y el hombre es el árbol. Los árboles sólo medran si la raíz es fuerte.” Natural.