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¿Qué estamos haciendo?

Valores

 

En el monte, un lugar cualquiera, un día cualquiera. Caminamos por un bello entorno. La pradera, aún verde, ofrece un agradable contraste con el cielo, limpio de nubes. En ambas laderas, un denso bosque de pino albar, soberbios fustes rectilíneos, escolta al paseante y, ocasionalmente, da cobertura al cansino deambular de centenares de ovejas, morro casi adherido a la fresca hierba. A pesar de la temprana hora, el calor comienza a hacerse notar y las avecillas no salen de la espesura, ni tampoco exhiben sus habilidades musicales. Un depósito cilíndrico de agua rebosa a la espera de que los servicios de extinción se vean en la necesidad de utilizar su contenido verdoso. Ojalá no llegue ese momento. No lejos de allí, una pequeña balsa de agua estancada deja ver el fondo lleno de todo aquello que algunos han lanzado en una singular demostración de insensatez: un contenedor de basura y plásticos de todo tipo comparten espacio con unas cuantas ranas y renacuajos a punto de pasar a la fase adulta. Es imposible que estos animales puedan escapar de semejante trampa de estupidez, pues la superficie del agua está a más de un metro del borde de cemento. ¿Qué estamos haciendo?

 

 

En el exterior de este siniestro agujero, un bebedero para el ganado vierte su escaso caudal en una pequeña zanja excavada en la pradera. Observando la balsa y el posible destino de sus desafortunados habitantes, pensamos en alguna solución. Un tronco que yace a varios metros sobre la hierba puede servir de rampa de acceso. Y continuamos nuestro camino lamentando la inconsciencia que ha provocado tal situación y la ausencia de medidas proactivas de quien debió adoptarlas en su momento. Pasamos por un merendero situado en la ladera izquierda, a la sombra de arrogantes pinos, con varias mesas de madera y piedra, algunas barbacoas y una zona de columpios en uno de sus extremos. Una preciosa fuente instalada en la base de un magnífico ejemplar de pino silvestre ofrece refrescante consuelo al paseante. El espacio, completamente vallado, parece reservado para uso humano, pero la puerta está abierta y permite el paso del ganado que eventualmente transite por allí. ¿Nadie ha pensado en las consecuencias que eso puede tener para la salud de las personas? ¿Habrán oído hablar de la brucelosis o las garrapatas, por ejemplo? ¿Los mismos que han colocado un cartel prohibiendo arrojar basuras no pudieron cerrar la puerta y pedir a los usuarios que hicieran lo propio? ¿Qué estamos haciendo?

 

 

Tras colocar la puerta en su sitio, aun de forma precaria, continuamos camino. Quiere el azar que lleguemos hasta las ruinas de lo que debió ser un antiguo castro, posiblemente celtibérico. Sin señalización alguna, pensamos que se trata de uno de tantos recursos del patrimonio histórico y cultural que andan perdiéndose en los océanos de la ignorancia. Tal vez alguna institución pública debería reaccionar y promover tareas de recuperación, rehabilitación y consolidación de estos espacios que se encuentran en los cimientos de nuestra civilización. Los desperfectos que el tiempo y el olvido han provocado son muchos, pero no sería nada descabellada la reconstrucción de murallas e incluso la construcción de alguna vivienda de estos castros. Es posible que, con un poco de atención, se recuperen restos cerámicos, utensilios de trabajo, armas utilizadas por los pobladores, objetos de arte…, todo aquello que nos permita conocer cómo era el estilo de vida de aquellas gentes que pasaron y vivieron por aquí antes que nosotros. Quizá recordemos el expolio que han sufrido importantes yacimientos antes de alcanzar una categoría por todos reconocida. ¿Qué estamos haciendo?

 

 

La gestión del patrimonio cultural es competencia de las comunidades autónomas desde 1985, y en la reforma que se pretende abordar ahora se incluyen conceptos como patrimonio cultural y se avanza en la protección de bienes de interés cultural. El problema de la conservación del patrimonio histórico y cultural, sin embargo, no se resuelve solo con normativa, a veces redactada sin contar con asesoramiento técnico. Teniendo en cuenta el escaso desarrollo que han tenido algunos espacios con categoría de patrimonio mundial, más parece que sea preciso un mayor nivel de implicación por parte de las regidores locales, provinciales, autonómicos y nacionales, así como de la sociedad en su conjunto, y para ello hace falta un compromiso que no tenemos en su justa medida. ¿Qué estamos haciendo?

A veces no resulta fácil el acceso a la naturaleza que nos merecemos y necesitamos, así como al conocimiento de nuestro patrimonio histórico, sobre todo cuando parece que alguien está interesado en fomentar la desconexión con los entornos naturales, la incultura y el caos ambiental. Conviene descartar la idea de que preocuparse por el estado de la naturaleza —que es como decir por nuestra salud— es patrimonio exclusivo de unos cuantos. Cualesquiera que sean nuestras circunstancias personales, la conexión con la naturaleza es —o debería ser— un derecho humano fundamental, y su conservación ha de implicar a toda la sociedad.

La altitud de los montes y la sombra que se derrama del pinar que nos rodea han suavizado algo los rigores del verano. Para las cigarras es tiempo de exponer sus argumentos y para nosotros ha sido una jornada bien aprovechada, que nos ha dejado la sensación de no haber perdido la oportunidad de participar, con sencillos gestos, en la tarea de reforzar el básico derecho de acceso a un entorno natural bien cuidado y a un patrimonio cultural que ha vivido mejores momentos. Si nosotros hemos podido hacerlo, seguro que otros también pueden.