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Sordos y amodorrados

Valores

Confieso que me ha costado tomar una decisión, pero finalmente la voy a hacer. El cuerpo me decía que sí, mientras la cabeza me decía que no. La apatía de mi entorno me decía que no, pero el ataque frontal que están preparando para los que nos siguen me empuja decididamente al sí. En la anterior convocatoria de huelga me movieron unos criterios de solidaridad tal vez mal entendida, porque eché en falta precisamente a algunos de los que podían considerarse más afectados. Al menos eso creía yo, pero las pruebas muestran que van más sobrados de lo que parece. ¿O es que nos conformamos con lo que nos vayan echando?

Defensores y detractores de la huelga rivalizan por exponer sus argumentos, como si no tuviéramos ya suficientes dudas. Pero por lo que no puedo pasar es por el negro futuro que la reforma laboral prepara a nuestros hijos. Me cuentan que las condiciones de trabajo que les esperan a los afortunados que lo encuentren les dibujarán un panorama en el que poco menos que no podrán ni ponerse enfermos, a riesgo de perder su empleo de una patada.

Hace mucho tiempo alguien escribió un artículo de rabiosa actualidad centrado en el entorno educativo, que es el que aspiro a conocer alguna vez. Decía entre otras cosas: “Mientras que los maestros no emprendamos una intensa divulgación educadora que se propague y remueva los espíritus más adormecidos, lo que se nos conceda será a regañadientes y de mala gana. Se necesita ser todo lo incautos, todo lo cándidos y hasta lo mentecatos que son muchos maestros que creen que nuestras reivindicaciones económicas las hemos de conseguir con estridencias, violencias y empleando términos extremos.” Y decía esto como argumento contra una huelga que se planteaba en aquellos días, añadiendo más adelante: “Muy poco perspicaces hay que ser para no comprender que el cierre de las escuelas preocuparía a pocos españoles.”

Estas líneas aparecieron en 1919 en El Día de Cuenca y su autor era un tal Isidoro Pardo, maestro en Masegosa. Poco se imaginaba el compañero que casi cien años después su puesto de trabajo habría estado en peligro, no por la despoblación, sino por la incomprensión de lo que es y supone la escuela rural para tantos niños y niñas. El problema no es solo que no lo entienda la administración, que también, sino que no seamos capaces de verlo los propios maestros. Qué bien traídos estarían ahora los versos de Martin Niemöller, héroe de la resistencia alemana (1892-1984):

Primero vinieron por los comunistas,
pero como yo no era comunista
no alcé la voz.

Luego vinieron por los socialistas y los sindicalistas,
pero como yo no era ninguna de las dos cosas,
tampoco alcé la voz.

Después vinieron por los judíos,
y como yo no soy judío,
tampoco alcé la voz.

Y cuando vinieron por mí,
ya no quedaba nadie que alzara la voz
para defenderme.

Las palabras del maestro Isidoro Pardo vienen a mostrar de alguna forma que el desprestigio docente ya es centenario, pero lo mismo puede decirse de nuestro conformismo y apatía. Su artículo finaliza diciendo que “aunque otra cosa arguyan los que nos miran por encima del hombro, no se les oculta que somos un factor importantísimo en la sociedad; lo que quieren es que sigamos tan sordos y tan amodorrados”.

Y así seguimos.