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El bosque mediterráneo (1)
Un clima templado, con lluvias moderadas, veranos cálidos y bastante secos, e inviernos suaves. Esto es lo que tenemos en torno al Mediterráneo, nos guste o no, y esto es lo que configura un ecosistema rico y variado, el más diverso de la zona templada, solo comparable a los bosques tropicales, algo que justifica sobradamente que dediquemos unas líneas a conocer mejor lo que acaso, tal vez erróneamente, creemos conocer.
Eso que entendemos como “clima mediterráneo” y “bosque mediterráneo” no se circunscribe exclusivamente al entorno del Mar Mediterráneo, pues hay otras zonas del planeta donde podemos encontrarlo, con sus peculiaridades y endemismos. Estas zonas son California, Chile, El Cabo (Sudáfrica) y sur de Australia. Pero por razones evidentes de proximidad, nos centraremos en nuestro monte mediterráneo, nacido al abrigo de un mar cuyo antepasado era el Tethys, aquel que separaba Laurasia de Gondwana hace 150 millones de años. Cien millones de años después, la cuenca mediterránea se encontraba en latitudes subtropicales, caracterizada por temperaturas muy cálidas y elevada humedad, lo cual favoreció el desarrollo de una vegetación de hojas anchas, lustrosas y siempre verdes.
Hojas de nogal (Juglans regia)
Pero hace unos 12-15 millones de años la sequía cobra protagonismo, Europa se une a África por la Península Ibérica, desciende el nivel de las aguas por la gran evaporación y se produce una migración de especies vegetales entre ambos continentes. La vegetación comienza a adaptarse a las nuevas condiciones de aridez, intercalada con periodos de fuerte glaciación, y la cuenca mediterránea se ve enriquecida por especies capaces de superar los cambios. Una de las estrategias utilizadas por las plantas para sobrevivir es la esclerofilia, por la que las hojas adquieren una estructura que les permite soportar la sequía y la variabilidad térmica. La vegetación mediterránea queda representada por especies como el pino y la encina.
Encina (Quercus liex)
Pasa el tiempo y, procedente de África y el Creciente Fértil, entra en escena una de las especies mejor adaptadas al entorno, el ser humano. La influencia de los primeros pobladores nómadas, dedicados a la caza, la pesca y la recolección, es casi inexistente hasta que aprenden a utilizar el fuego y observan que los ungulados que persiguen con tanto ahínco buscan los espacios abiertos. Su tendencia entonces es quemar bosques para generar pastos, y las plantas también aprenden a sobrevivir a los efectos del fuego.
Desde el momento en que los asentamientos humanos se hacen estables y su población comienza a crecer, el destino del bosque esclerófilo depende fundamentalmente del uso y las modificaciones que el hombre introduce en el medio. Durante el Neolítico, el nacimiento de la agricultura y la domesticación de algunos animales conducen a la intensificación de la roza y quema para crear pastos y zonas cultivables. Crece el impacto sobre el entorno, aunque tiene carácter local, y la mayor parte del territorio aún sigue dominado por el bosque.
Escena del Neolítico
Griegos y romanos extienden su dominio por la cuenca mediterránea, y ambas civilizaciones colapsan por no entender ni tener una relación equilibrada con la Naturaleza. Llegamos así a la Edad Media, época en la que surge el feudalismo y aumenta la concentración de la población en las ciudades. Las tierras de labor están destinadas a los cultivos básicos, mientras que los terrenos incultos quedan para el pastoreo, la extracción de recursos y la caza. El impacto humano se incrementa de forma considerable, situación que se mantiene en siglos posteriores. La necesidad de más tierras cultivables y las guerras favorecen la deforestación.
Segadores en la Edad Media
El Renacimiento marca una nueva forma de ver al hombre como centro del Universo, y lo entiende capaz de imitar y corregir la Naturaleza. La Revolución Científica del siglo XVII relega a la Tierra y al hombre del centro de la creación dando paso a una visión puramente objetiva del mundo. La ciencia no es la mera contemplación de la Naturaleza, sino su dominio. En el siglo XVIII, el de la Ilustración, el hombre se erige en juez de sí mismo y en árbitro de los fenómenos naturales. Con el siglo XX el bosque mediterráneo pierde gran parte de su extensión original, y en su mayoría se ha convertido en dehesas, espacios que poco a poco van desapareciendo. La degradación adquiere tintes de alarma en la segunda mitad del siglo provocada por una mayor demanda de suelo, el aumento de la población y una mala política forestal. En la actualidad, solo el 10-15% de la España mediterránea está ocupada por bosques autóctonos.
(Continuará)