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La frondosidad que podríamos tener
Hace poco recordamos su nombre. Debía tener menos de treinta años cuando recorrió nuestros montes, cuaderno de campo en mano. Conocer su diversidad botánica le dio para publicar entre los años sesenta y setenta del siglo XIX su Prodromus Florae Hispanicae (“Historia de la Flora Hispánica”), lo mejor —según quien de esto entiende— en botánica ibérica. Cuentan que este alemán, conocido como Heinrich Moritz Willkomm (1821-1895), no tuvo una infancia muy saludable, era algo retraído, poco dado a frecuentar las reuniones sociales, y esto le llevó a buscar la solitaria compañía de la naturaleza, mostrando un especial interés por la Botánica. Uno de sus profesores le asignó la herborización de varias regiones de Europa, tarea que incluyó España, cuya flora era escasamente conocida. Y algo encontró en esta tierra que atrapó su atención y se convirtió en su principal empeño.
Heinrich Moritz Willkomm
Hacia 1850 vuelve a España y recorre el centro y norte de la península —aún realizó un tercer viaje a la península—. Debió ser entonces cuando, teniendo ya la intención de publicar una Flora de España, descubrió «los famosos bosques de la Serranía» de Cuenca. Se dirigía a Madrid desde Valencia, y su situación económica no era muy boyante. Y lo que encuentra no le entusiasma demasiado. Willkomm escribió:
«Los pinares y hondonadas arenosas de la mitad occidental de la Serranía de Cuenca, por donde pasé a finales de agosto, ofrecen en esta estación un aspecto muy árido. Un par de meses antes estos bosques, y más aún las zonas deforestadas o con bosque aclarado, mostrarían un aspecto muy diferente, debido a la gran cantidad de labiadas, leguminosas, cistáceas, etc. que allí crecen». (1)
Pero no pasó desapercibida la presencia del haya en algunas de estas sierras (2). Tal vez podríamos tomar este dato como un vestigio de glorias pasadas, pero más allá de estériles añoranzas, sería interesante conocer qué circunstancias hicieron posible que este magnífico árbol viviera en latitudes de ámbito mediterráneo tan meridionales. Y esto nos ayudará a hacernos una idea de cómo debía ser el suelo y el clima de la Serranía hace unos ciento cincuenta años.
El hayedo es denso, generador de una gran sombra y, por tanto, culpable de que no exista en el suelo que ocupa un verdadero sotobosque. Por cierto, este suelo es profundo y rico en nutrientes, justo lo que no es ahora la tierra serrana, más bien reseca, pedregosa, descarnada. No obstante, al haya no parece importarle, pues sabe adaptarse a suelos pobres. Y es que las raíces del haya se extienden en superficie, no en profundidad, lo que le permite reciclar el alimento fabricado por la hojarasca y absorber el agua superficial. Mucho debemos aprender aún para aprovechar los recursos de forma tan eficaz como el haya, una especie bastante exclusiva, pues no consiente que otros árboles le hagan la competencia, aunque podemos verla en compañía de robles, serbales o mostajos.
Si observamos de cerca las hojas descubriremos algunos detalles sorprendentes. Por ejemplo, su delgadez o la presencia de pequeños pelos en el borde. Esto les permite hacer frente a las heladas tardías e incrementar la transpiración, convirtiendo al haya en una de las especies europeas más generadoras de agua. Claro, para producir tanta agua es necesario haberla tomado antes, ya sea de las abundantes precipitaciones, de la niebla o de lo que conocemos como precipitación oculta. El régimen hídrico que necesita un hayedo ha de contar, por tanto, con valores elevados, cosa que tampoco tenemos ahora por estos lares. Un dato bastante clarificador: un solo árbol pierde en su periodo vegetativo entre 8.000 y 10.000 litros de agua, o sea, unos 4 o 5 millones de litros por hectárea y año. Se entenderá fácilmente que tal capacidad de generación hídrica debe influir en las condiciones de humedad que tiene un hayedo. Y otra curiosidad de las hojas es su disposición horizontal, especialmente las de la parte inferior del árbol, lo que les permite aprovechar la luz aun en días poco soleados. Tal orientación provoca una mayor capacidad para generar sombra, otra de las razones para la escasez de sotobosque y para que el cortejo floral se apresure a desarrollarse antes de la foliación del haya.
Así pues, un suelo profundo, bien drenado y rico en nutrientes, más un clima húmedo con diferencias termales poco acusadas, son condiciones necesarias para el buen desarrollo de un hayedo. Tales condiciones debieron existir en la Serranía de Cuenca —al menos en ciertos parajes— hasta mediados del siglo XIX, y fueron las que permitieron la presencia de hayas en nuestros montes tal como observó el botánico Willkomm. Son las mismas condiciones que aún se dan al norte de Guadalajara o entre las provincias de Tarragona y Castellón, donde perduran notables hayedos. Me pregunto si no sería posible recupear esta especie en determinadas laderas umbrías de la Serranía, en cañones y hoces o en cauces fluviales. Esto no es ciencia ficción. Basta analizar la cuestión: ¿es la humedad la que seduce al haya o es el haya la que atrae la humedad? Seguramente no tardaríamos en volver a percibir los cuantiosos beneficios que este magnífico árbol es capaz de aportar a nuestro entorno.
(1) Devesa Alcaraz, J.A.-Viera Benítez, M.C. (2001). Viajes de un botánico sajón por la Península Ibérica. Heinrich Moritz Willkomm (1821-1895). Servicio de Publicaciones de la Universidad de Extremadura, Cáceres
(2) Gómez Manzaneque, F. (coord.). (2005). Los bosques ibéricos. Una interpretación geobotánica, Planeta, Barcelona