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Tierra no tan muerta

Bosque

 

El agua llorada por las nubes mantiene la pertinaz tendencia a filtrarse en las entrañas de la tierra, negándose a formar charcas, lagunas o arroyos. Es lo que salen ganando los acuíferos, pero el suelo conserva una casi permanente sequedad pedregosa. No parece destinado el páramo para el cultivo. Tal vez por ello se ha ganado el acertado nombre de Tierra Muerta, tierra que, sin embargo, vive para el enebro, el piorno, la encina y la sabina. Decidió esta tierra no ayudar al hombre, salvo para poner a su alcance algo de caza. Una ruda tierra que exhibe una belleza singular, agreste. En los vastos claros abiertos al viento, el suelo se entrega a los elementos. El agua prefiere no quedarse y se filtra en busca de las entrañas de la tierra, paridora de manantiales. Así se forman terrenos yermos y pedregosos que las gentes del campo no pudieron labrar y conocen como calares.

La mirada agradece el intenso verde que prestan las sabinas albares durante todo el año, portentosos árboles que hace millones de años se acomodaron a las circunstancias de un entorno tan exigente. Este árbol es robusto, sereno, regular, magnífico. Una de nuestras preferencias. Andan por nuestras parameras grandiosos ejemplares como la Sabina de la Portera (Campillos-Sierra), la Sabina Gorda (Cuenca), la Sabina Retratá (La Cierva) o la Sabina de la Cerrá (Campillos-Paravientos). Esta reliquia del Terciario pone en juego valiosos recursos para soportar los dictados impuestos por la naturaleza, para resistir los inviernos más secos y duros. Quizá eso explique cómo sus diminutas hojas escamosas, imbricadas como tejas de un tejado, evitan la evaporación del agua. Pero no lo tiene fácil frente al pastoreo excesivo y los malos tratos. Aun así, ejemplares como la Sabina Gorda, con más de 500 años de edad, han sabido retorcer su tronco, de algo más de cuatro metros de perímetro, para ganar fuerza y soportar el empuje del viento. Sin duda, estos árboles singulares aspiran a la inmortalidad.

 

Sabina Gorda

 

Las sabinas son amantes recelosos. Cada pie tiene su propia flor y exige su cuota de independencia. Por eso se guardan distancias. El viento es la incansable celestina que va de árbol en árbol transportando posibilidades. Sin embargo, no tiene fácil la multiplicación. La regeneración es ardua y la germinación escasa. La sabina es incapaz de rebrotar a partir de cepa. Aunque para ello cuente con la intervención de aves como los mirlos. Ignoramos si es consciente de ello, pero la sabina posee una madera de una dureza casi diamantina, y una longevidad que roza lo eterno.

La sabina es una especie muy antigua y se considera una auténtica reliquia botánica, testimonio de los bosques que dominaron mucho antes de la aparición del hombre. Tiende a desaparecer debido a esa enorme dificultad de regeneración. Por eso está protegida en Castilla-La Mancha. En el Parque Natural de la Serranía de Cuenca hay lugares donde se forman masas forestales de gran valor ecológico. Su destacado papel en la conservación del suelo en zonas de extrema aridez es un eficaz seguro contra la desertización. Su sistema radical se desarrolla tanto que representa una tenaz competencia para otras especies. Por ello forma bosques muy aclarados.

 

 

Tierra Muerta huele a vida, a sabina. Ni más ni menos. Es necesario garantizar la conservación de estas despejadas arboledas, y no vendría mal pensar en el mantenimiento de la actividad ganadera y los usos forestales tradicionales. Aunque el agua no rezuma por los poros de esta tierra, contamos con la plenitud gratificante de la armonía, la serenidad y los silencios que habitan entre estas piedras y sabinas.