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Compensar la inmovilidad
Por asombroso que parezca, no resulta fácil la tarea de profundizar en el conocimiento de las plantas y los animales. Unas y otros sienten, suelen mostrarse esquivos y se resisten a desvelar sus secretos, de modo que comprender su existencia, su forma de vida, sus maneras de relacionarse, de perpetuarse, de subsistir… requiere no solo de arduos estudios y estrategias de acercamiento, sino también de una sensibilidad de la que no todos los humanos están dotados.
Para empezar, parece que tengamos en nuestro material genético la extraña habilidad de sentir una mayor cercanía por los animales. Al fin y al cabo, animales somos, y los contemplamos como semejantes, dejando a las plantas relegadas en un segundo plano. Son las cosas del antropocentrismo, que invita a muchos a dudar si realmente las plantas son seres vivos, pues no se mueven como nosotros. Son los mismos que se preguntan si los corales o las esponjas son plantas o animales, centrados como están en ese dudoso criterio de la movilidad.
Ejercicio de agudeza visual. ¿Qué seres de la imagen son plantas y cuáles son animales? (Fuente: www.vistaalmar.es)
No, eso de que una planta se comporte como una insensible estatua no es cierto. ¿Por qué, si no, es capaz de dirigir su crecimiento hacia la luz? ¿No se desarrollan las raíces hacia donde se encuentra el agua? Es cierto que los animales contamos con la ventaja de la movilidad cuando se trata de buscar alimento o de esquivar el ataque de los depredadores, pero las plantas tienen sus propias estrategias para contrarrestar los inconvenientes de su inmovilidad. Hace entre cuatrocientos y mil millones de años las plantas decidieron no desplazarse y obtener del sol todo lo necesario para sobrevivir, para lo cual su cuerpo debió adaptarse a los depredadores y a las numerosas restricciones derivadas del hecho de vivir arraigadas en el suelo (1). Por eso son diferentes a los animales. Ellas son lentas y ellos rápidos. Ellas producen y ellos consumen. Ellas fijan CO2 y ellos lo generan… Y así encontraron soluciones diferentes para afrontar la depredación: espinas, sustancias repelentes o tóxicas, desarrollo en lugares inaccesibles, mimetismo…
Acebo (Ilex aquifolium L.)
Las plantas cuentan con sustancias químicas que les informan de la duración del fotoperiodo. Hacia el final del verano saben que los días son notablemente más cortos que las noches. Aunque todavía hace calor, se están preparando para el otoño y la llegada del frío invernal. Algunos animales deciden recorrer miles de kilómetros en busca de un clima más benigno y mejores oportunidades, pero las plantas no tienen tarjeta de embarque. En su lugar, deben adaptarse a las nuevas condiciones y ralentizan su crecimiento. Ya en otoño recogen todo lo que aún puede servirles, como los últimos restos de clorofila de las hojas, dejan caer los frutos y las hojas —algunas adoptan llamativos colores antes de caer— y se detiene la circulación de la savia. La planta queda así preparada para el invierno.
Serbal de cazadores (Sorbus aucuparia L.)
¿Y cómo se evita la incómoda competencia de los vecinos? Los animales lo tienen fácil — claro que, dicho por un animal, no tiene mérito—. Solo tienen que atacar o buscar otro territorio, emitir sonidos, desprender olores o dejar otras marcas para señalizar sus dominios. Las plantas, en cambio, se basan en la química. Para comprenderlo, basta con observar qué plantas crecen alrededor de un nogal o una sabina albar, por ejemplo: ninguna. Numerosas plantas como estas producen sustancias que impiden la germinación de semillas de otras especies, quedándose con la exclusiva del suelo que hay bajo sus ramas. No se trata de demostrar que poseen más derecho que otras para disfrutar de tales recursos, o que son mejores que otras. Simplemente es una forma de decir “este suelo es mío, y punto”. ¿Para qué se van a molestar en exponer sus cualidades como hacen los animales?
Sabina (Juniperus thurifera L.)
Por tanto, mientras el animal consigue su territorio gracias al movimiento o los sentidos, las plantas conquistan los recursos a base de química. Es lo que los biólogos llaman alelopatía (2). De algún modo, ciertos animales humanos han aprendido a comportarse como estas plantas. En lugar de invertir su energía en beneficio de los demás, prefieren la calumnia, la mentira y el “y tú más” para superar la competencia del adversario. Lo mismo podría decirse en lo que se refiere a la lucha contra los depredadores. Un animal se hace el muerto, se esconde, se disfraza, huye o ataca. Pero las plantas vuelven a recurrir a la alquimia y producen sustancias que las hacen tóxicas, venenosas o indigestas. No solo eso, sino que, además, son capaces de advertir a las demás de su entorno próximo para que hagan lo propio ante la presencia de un herbívoro.
Adelfa (Nerium oleander L.). Se cuenta que en el año 1808, unas ramas de adelfa recién cortadas para ensartar la carne sobre el fuego costaron la vida a 8 soldados del ejército de Napoleón.
La movilidad de las plantas, en ciertos casos, llega hasta el punto de influir en su nombre común. Quizá recordemos al cardo setero (Eryngium campestre L.), que se conoce también como cardo corredor por su forma de dispersar las semillas. Curiosamente, muchas plantas mantienen una estrecha relación con los animales cuando se trata de perpetuarse como especie. Coníferas, algas o helechos, por ejemplo, prefieren establecer alianzas con el viento. Pero las plantas con flores necesitan la movilidad animal porque sin ella no se pueden arreglar. Como si fueran conscientes de lo mucho que pueden ofrecer, utilizan ingeniosas estrategias para llamar su atención o para “cambiar de piso” a lomos de animales sin que estos sepan que lo están haciendo. ¿Hace falta recordar a la planta velcro? Para la polinización, por ejemplo, despliegan sus encantos cromáticos, olorosos, nutritivos o anatómicos más seductores si quieren atraerlos. A cambio, los animales transportan el polen o las semillas y con ello culminan la reproducción vegetal. Como diría Gila, alguien ha engañado a alguien… Aunque este sistema de cooperación es algo que no ha venido mal a ninguno de los dos reinos, porque lleva funcionando con éxito unos cuantos millones de años.
(1) Mancuso, S. (2017). El futuro es vegetal. Galaxia Gutenberg, Barcelona.
(2) Hallé, F. (2016). Elogio de la planta. Por una nueva biología. Los Libros del Jata, Bilbao.