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El árbol de oro

Botánica

“Cuando Nilo, el viejo, cumplió los setenta, cesó de apalear los árboles ajenos y únicamente, de vez en cuando, le llamaban para escucar nueces.

Sus manos, a pesar de los años, seguían precisas y rápidas. En pocos minutos, docenas de nueces, mondas como pequeños cráneos, se apilaban a su derecha, y un montón de conchos, apenas magullados, a su izquierda. El concho se empleaba luego para abonar las berzas y los espárragos. Mas Nilo, el viejo, continuaba trepando, al caer octubre, a sus seis nogales y los apaleaba con método y pulcritud, procurando vaciarlos sin herirlos.”

Miguel Delibes
Los nogales, en Siestas con viento sur

 

Las circunstancias han hecho que esta entrada tenga su salida en el mismo día de San Juan, una jornada de magia, encanto y superstición. Como cada año por San Juan, según manda la tradición castellana, cuando la cáscara verde puede ser penetrada por un mondadientes, llega el momento de recoger el fruto del nogal (Juglans regia L.) para macerar en aguardiente. Por si a alguien le interesa hacer la prueba, el experimento es tan sencillo como tomar cuatro o cinco nueces, introducirlas en medio litro de aguardiente con azúcar al gusto y esperar unas siete u ocho semanas. El resultado es rico y sorprendente, tanto como el hecho de comprobar cómo el verde pasa al negro con el paso del tiempo. Sin embargo, esta temporada es atípicamente lenta, pues las nueces aún no están en sazón, acaso debido a un invierno que ha tardado en dar paso a la primavera, o a una primavera que aspiraba a ser invierno, quién sabe.

Juglans es el antiguo nombre del nogal, nogal europeo o nogal español, conocido en nuestras latitudes como noguera, aunque el nombre es tomado del catalán (anoguer, anouera, noguer, nouera). Procede del latín y significa “nuez de Júpiter” o “bellota de Júpiter” (Jovis glans), nombre utilizado ya por Cicerón. Regia quiere decir “real”.

Este árbol parece más propio de las huertas que de los parques y jardines. Cuando se encuentra aislado logra un buen desarrollo, extiende su copa a lo alto y a lo ancho a partir de un tronco grueso y no muy elevado, pudiendo rebasar los 25 metros y ofreciendo una generosa sombra y una aspecto espléndido, haciendo honor a su apellido. Sin embargo, sus ramas inferiores mueren a menudo por falta de luz y escasa renovación del aire. Visto de lejos, el follaje presente un cierto matiz dorado que le otorga el apelativo que titula esta entrada.

El nogal puede ser fácilmente varias veces centenario y, en algunos casos, milenario, lo que facilita la existencia de curiosas tradiciones. En algunos locales públicos de los pueblos de nuestra geografía podemos encontrar ramas de nogal colgando de techos y paredes debido, al parecer, a su extraña capacidad para ahuyentar a moscas y mosquitos. Otra creencia afirma que dormir bajo la sombra de un nogal provoca dolor de cabeza. Pero se ignora la base científica de estas peculiares afirmaciones.

Originario de los Balcanes, se extiende sin embargo hacia Asia Central y en estos lugares puede formar bosques naturales. Desde hace siglos fue introducido en nuestras latitudes, preferentemente en suelos profundos, ricos en humus, calcáreos y con abastecimiento regular de agua. Actualmente es cultivado en lugares con inviernos templados, bien como árbol ornamental, bien para aprovechar su madera, una de las más cotizadas en el mercado, y sus frutos, las nueces, aunque un botánico riguroso diría que son más bien drupas endocárpicas. La nuez, en realidad, es el hueso del fruto y ocupa casi todo el espacio interior. Estos frutos se cogen en otoño, se les quita la cubierta carnosa que los envuelve y se ponen a secar. La manipulación de los frutos puede costarnos algún disgusto puesto que las manchas son muy difíciles de eliminar. De hecho, la cáscara, seca y ennegrecida, se utilizaba para teñir las lanas de color marrón o las canas de color castaño. De la cáscara verde se obtiene el barniz conocido como nogalina, utilizado para dar color a la madera. Dice el refrán: “Por San Justo y San Pastor, entran las nueces en sabor, y las mozas, en amor, y las viejas, en dolor.” Esta festividad se celebra el 6 de agosto, pero el fruto madura en otoño. El tratamiento de las nueces forma parte de una ancestral cultura que Miguel Delibes supo recoger con su magistral pluma en obras como Los nogales, en Siestas con viento sur, uno de cuyos fragmentos encabezan estas líneas.

Su semilla, lo que nos comemos, contiene un aceite graso que, una vez prensado, es utilizado también como aceite comestible, con fama de expulsar la solitaria. Tanto las hojas frescas como las nueces inmaduras son astringentes y ricas en vitamina C, pero ésta se pierde rápidamente por desecación. La nuez es tan alimenticia como el queso, pero tiene una difícil digestión. Esta semilla sirve para la multiplicación de la especie, aunque las variedades se injertan. La siembra se realiza en otoño, que es cuando madura el fruto. Las nuevas plantas germinan en primavera. Si se quiere realizar la siembra en primavera, se han de estratificar las semillas para romper el letargo. Es una especie indiferente al suelo, siempre que sea profundo y drene bien.

Posiblemente tendremos que esperar un par de semanas, pero una vez más tomaremos prestadas unas cuantas nueces para tintar el licor, aunque sean julianas.