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Fúnebres por tradición

Botánica

De porte normalmente columnar y estrecho, parece que quiera dibujar su delgada sombra sobre caminos, paseos y viandantes. Este árbol procede del Mediterráneo oriental (Irán, Siria, Chipre), Grecia y Creta, en cuyas montañas aún pueden encontrarse bosques de cipreses. Uno se los puede imaginar como lanzas, “chorro que a las estrellas casi alcanza”, que así lo expresaba Gerardo Diego en su poema dedicado al ciprés de Silos. Algunos autores suponen que el nombre deriva de Cyprus (Chipre). Se trata de una especie cultivada desde la más remota antigüedad en toda la cuenca mediterránea. Los antiguos persas conferían al ciprés el carácter de sagrado por su forma de llama.

A menudo su presencia destaca en regiones de escasa vegetación y de forma particular en caminos y cementerios. Según la tradición, la copa apuntando al cielo más de 20 metros por encima de nosotros señalaba el camino que debían seguir las almas tras la muerte. Por todo ello no resulta extraño constatar que los ingleses den a esta especie los nombres de ciprés italiano y ciprés funerario. Y, no obstante, uno de los aspectos que le caracteriza es su longevidad. De ahí el nombre específico sempervirens, que en latín significa “siempre verde”. O “siempre vivo”, ya que puede vivir más de 2.000 años.

 

Ciprés común (Cupressus sempervirens)

 

Y no es esta la única especie que guarda cierta relación con el más allá. En todo caso, las que mencionaremos, que tampoco serán todas por cuestiones de espacio, tienen algo en común: mantienen su color siempre verde, tal vez como respuesta a la fugacidad temporal de todos los seres vivos, nosotros en particular, o porque tal color sabe asociarse al interminable ciclo de la vida. La tradición popular ha dotado a estas plantas de propiedades, acaso poderes, que han tratado de convencer a la población sobre la existencia de un más allá, una eternidad que no permite percibir la vida caduca.

El tejo, por ejemplo, aunque su dificultad para germinar no le hacen muy apropiado para adornar paseos. La tradición, no obstante, lo consagra al culto de los muertos. Cuenta la leyenda que las raíces de los tejos, llegan a las bocas de los cadáveres, simbolizando la vida en la boca de la muerte. No en vano, el tejo fue considerado ya por los celtas como árbol sagrado y mágico (los druidas con sus ramas hacían bastones “mágicos” y con palillos de tejo adivinaban el futuro). Este árbol puede alcanzar los 20 metros de altura (aunque no suele pasar de 10 metros) y una gran longevidad, por encima incluso de los 1.500 años. En la Sierra de Cazorla hay un ejemplar que tiene más de 2.000 años. Todas las partes de la planta son fuertemente venenosas, excepto el arilo rojo y carnoso que envuelve la semilla en la madurez (baccata procede del latín baccatus-a-um, que significa con frutos en baya o parecidos a bayas); ello es debido a la presencia de una sustancia llamada taxina (de ahí el nombre Taxus), un veneno extremadamente peligroso para el sistema nervioso y para el corazón, al que acaba paralizando. ¿Quizá por ello reciba también el nombre de “árbol de la muerte” que ya le dieran griegos y latinos? Basta una infusión con 12 centigramos para matar un perro, y las hojas son dañinas para el ganado caballar, mular y asnal, así como para nosotros, aunque el ganado cabrío, los rumiantes, los gatos, los conejos y las liebres son singularmente resistentes. Al parecer, las vacas que comen sus hojas, más activas cuando están secas, abortan.

 

Tejo (Taxus baccata)

 

Esta toxicidad es conocida desde tiempos inmemoriales: se sabe de un episodio sucedido en los últimos momentos de la conquista de Hispania por los romanos, en que estos cercaron a los astures con un foso de unos 24 kilómetros de largo, y cuando los sitiados vieron que no tenían salida, se dieron muerte unos a otros en un banquete con el fuego y con un veneno que sacaban del tejo. Según Plinio, toda esta maldad se eliminaría hincando un clavo de cobre en el tronco. Pero, lejos de hacerle caso, tal vez sea mejor conformarse con no consumir tejo, que a estas alturas nuestra dieta mediterránea nos proporciona otros productos más digestivos. En algunas comunidades —Castilla-La Mancha entre ellas— está protegido el tejo. Sabia decisión, si tenemos en cuenta que una sustancia parecida a la taxina o taxol, y que se encuentra en las hojas, tiene importantes propiedades para hacer frente a varios tipos de cáncer. Los avances científicos, como vemos, pueden quitarle al tejo ese apelativo de árbol de la muerte. ¡Qué bueno sería conocer mejor al tejo y aprender a respetarlo por si algún día nos tiene que salvar la vida!

No resultará fácil encontrar en ningún campo santo al enebro común, pero no será porque la creencia popular no lo haya intentado. Muy usado en el Tibet con fines religiosos y medicinales, los franceses empleaban el enebro quemado para desinfectar las habitaciones con enfermos. Antiguamente se utilizaba para fumigar las casas y expulsar a las brujas, malos espíritus y demonios. Esto se hacía la noche del primero de mayo, la llamada “noche de Walpurgis”. Los cristianos también hicieron uso del enebro para sustituir al incienso con objeto de purificar los templos y librarlos de las fuerzas del mal.

Tampoco es habitual el álamo blanco, tal vez porque su poderoso sistema radical hace peligrosa la colocación de este árbol muy próximo a las casas, los conductos de agua y otras estructuras, por los daños que puede ocasionar. El álamo blanco es protagonista en muchas leyendas, especialmente de la mitología griega, en la que está dedicado a Hades, dios del reino de los muertos. Hades amaba a Leuca, hija de Océanos, dios del mar. Tras la muerte de esta, y para honrarla, hizo crecer un álamo blanco en los Campos Elíseos, donde habitaban las almas de los difuntos, y lo consideró sagrado. Por ello, hubo un tiempo en que se cultivó mucho en cementerios y monumentos. Según otra leyenda, las Helíades, hijas del dios Sol Helios, se quedaron petrificadas por la muerte de su hermano Faetón a manos de Zeus, y se convirtieron en álamos. También Dionisio, dios del vino y de la fuerza engendradora de la naturaleza, tiene relación con el álamo blanco. Los que se consagraban en su culto eran cubiertos con hojas de este árbol, que, como vemos, tiene que ver con la vida y con la muerte.

 

Álamo blanco (Populus alba)

 

Lejos de parecer macabras, la intención de estas líneas no fue otra que ofrecer una perspectiva diferente a la que podemos encontrar en las guías botánicas al uso. De paso, admítase una sugerencia: puesto que en determinadas épocas del año se llenan los cementerios de flores como efímera representación del color y la vida, tal vez sería bueno prodigar más el uso de plantas aromáticas o setos de brezo, aligustre, adelfa… que aportarían un elemento más perdurable de color y aroma.

 

Más información:

  • AAS, G.; RIEDMILLER, A. (1990). Árboles. Everest, León
  • BALASCH, E.; RUIZ, Y. (2001). Diccionario de plantas curativas de la Península Ibérica. Óptima, Madrid
  • FONT QUER, P. (1999). Plantas medicinales. El Dioscórides renovado. Península, Barcelona
  • KREMER, Bruno P. (1986). Árboles. Blume, Barcelona