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La hierba "maratón"
Una de las hierbas más conocidas y extendidas por nuestros campos es el hinojo (Foeniculum vulgare Mill.), no solo por el aroma que desprende (parecido al anís), sino por sus múltiples usos, culinarios y medicinales. Con su característico color verde azulado, esta hierba de la familia de las apiáceas (Apiaceae) —antes conocida como umbelíferas (Umbeliferae)— llega a superar fácilmente los 2 metros de altura. De su tallo erecto surgen abundantes ramas finamente estriadas y de rabillo dilatado en una amplia vaina más clara, con hojas de perfil triangular y foliolos con forma de hilos. En el extremo de las ramas se desarrollan unas pequeñas flores amarillentas ricas en néctar formando umbelas de 12 a 40 radios.
El nombre genérico Foeniculum es el que los latinos daban al hinojo, y significa hilo pequeño. Según otra versión, deriva de fenum, heno, en alusión a su aroma. El específico vulgare procede del latín vulgus, vulgar, despreciable, común, frecuente, extendido. Su largo periodo de floración permite entender que el hinojo sea una hierba que se adapta fácilmente al verano. En invierno pierde su parte aérea, pero conserva latente su raíz. En la Serranía Alta suele faltar porque esta comarca cuenta con mayores precipitaciones y temperaturas más bajas.
El tenue color verde destaca sobre el amarillo y ocre de los campos en pleno verano, aunque eso no significa que no requiera suelos bien drenados y fértiles. Y esta resistencia al calor tiene que ver con el aroma que desprenden sus hojas y tallos. Se trata de una estrategia de supervivencia por la que determinadas sustancias impiden la pérdida de agua, limitando la transpiración excesiva. A su vez, las hojas filamentosas no ofrecen al sol una gran superficie de exposición, con lo que contribuyen a limitar la deshidratación. De este modo, el agua y las sustancias nutritivas se acumulan en el tallo, las ramas y las raíces.
Ese mismo aroma del hinojo es también una forma de disuadir de su consumo a los herbívoros, avisándoles de su amargo sabor, pero también es el responsable de su uso en cocina, un uso que parece estar documentado desde hace miles de años. Egipcios y romanos ya lo hacían. Los griegos lo llamaban "maratón", pues era muy abundante en esta región del mismo nombre. Lo consumían para disminuir el apetito de cara a perder peso para la batalla o para hacer más fácil el ayuno si era necesario. En la Edad Media se encargaron de su difusión los monjes benedictinos, que lo llevaron a Europa central, donde era desconocido. Y los españoles hicieron otro tanto en América. En los países mediterráneos es un habitual componente de los platos basados en la carne y el pescado y se ha utilizado en pastelería. Asimismo, forma parte del aliño de las aceitunas, embutidos y adobos. Sus hojas tiernas se recogen en primavera para consumirse crudas y en ensalada. Unas ramas de hinojo añadidas al aguardiente dan como resultado un anisado caldo digestivo. También servía de alimento para los conejos, de los que se decía que "cambiaban de lustre" cuando lo consumían.
El hinojo cuenta con importantes propiedades medicinales: es diurética y se aplica en el tratamiento de afecciones renales; es analgésica, antiinflamatoria, emenagoga (combate los trastornos menstruales), expectorante, relajante y laxante; su infusión se aplica en el tratamiento de afecciones oculares leves; los frutos son digestivos y ayudan a eliminar gases (carminativos); las semillas se pueden masticar para refrescar el aliento; reduce el nivel de colesterol en la sangre, previniendo el riesgo de enfermedades coronarias; aumenta la potencia y el deseo sexual. Pero su abuso, como siempre, puede causar problemas: efectos narcóticos, fotosensibilización o dermatitis, entre otros.
Las supersticiones populares no son ajenas al hinojo: en la Edad Media se taponaban las cerraduras con esta hierba o se colgaban ramas en los dinteles de las puertas para evitar la entrada de los malos espíritus en las casas (así combatían el mal de ojo, no solo para las personas, sino también para los animales). Durante la lactancia, y para combatir el dolor de los pechos (conocido popularmente como "pelos"), se tomaba infusión de hinojo. Lo que hacía, en realidad, era aumentar la secreción de leche. Se creía que el hinojo recogido cerca de los cementerios era malo, pues en ellos anidaban las almas de los muertos.