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Rocío del sol

Botánica

Aunque solo sea por la dificultad que ha entrañado su hallazgo, merece la pena conocer mejor a esta pequeña planta que desarrolla sus encantos oculta entre el esfagno, un tipo de musgo que crece en presencia de agua convirtiéndose en una auténtica esponja verde. Escribo sobre la drósera (Drosera rotundifolia), conocida también como atrapamoscas, hierba de la gota, hierba del rocío, rosolí o rocío del diablo. Luego veremos por qué, pero antes descubramos algo más de su entorno.

El esfagno es un tipo de musgo con una alta porosidad, por lo que tiene gran capacidad para absorber y retener agua, llegando a almacenar hasta 20 veces su peso seco en agua. Lo mejor es que no aumenta ni pierde su volumen en el tiempo. No obstante, es altamente tolerante a la desecación, lo que le ha permitido resistir períodos más largos de estrés hídrico que las plantas vasculares y que se recupere rápidamente a través de la rehidratación. Un aspecto peculiar de este musgo es la baja tasa de descomposición del material muerto, por lo que las plantas que han terminado su ciclo vital se acumulan como turba. Ello es debido a la baja concentración de nitrógeno, por las condiciones ácidas del terreno donde habitan y por el ambiente permanentemente húmedo de dicho terreno.

La turbera, por tanto, es un verdadero lago mullido y verde por el que se hace difícil transitar. El hallazgo de la drósera en esta espesura casi líquida exige una gran dosis de paciencia y acercarse mucho al objetivo. Y aun así el éxito no está asegurado. Pero ahí está, levantando sus hojas cabezonas sobre delgados peciolos, rodeadas de docenas de minúsculas perlas brillantes a modo de corona. Con un poco de suerte hasta podremos encontrar a la esquiva drósera en plena floración hacia el mes de agosto, y esas flores, pequeñas como toda la planta, se yerguen sobre finísimos pedúnculos que nacen del centro, del que parten varios radios recostados sobre el mullido musgo y acabados en las hojas coronadas.

El conjunto apenas se consolida en el sustrato. De hecho, si no manipulamos la planta con la suficiente precaución, nos podemos quedar con ella en la mano. ¿De qué se alimenta la drósera si, como hemos adelantado, el esfagno se limita a acumular agua? Sigamos acercándonos, observemos con atención, utilicemos la lupa si es necesario, y descubriremos su secreto. Aquí y allí detectamos la presencia de pequeños insectos adheridos en las hojas, que es por donde la drósera toma el alimento. Dípteros, hemípteros, coleópteros, ortópteros… yacen inmóviles en el centro de las hojas atrapados por alguna misteriosa sustancia pegajosa, como les habría pasado si hubieran caído en un cuenco de miel o sobre la resina de un pino.

Atando cabos caemos en la cuenta de que esas brillantes perlas que orlas las hojas son en realidad un eficaz pegamento que tal vez se hizo pasar por dulce néctar y atrajo la atención de los incautos insectos. Cuando llegaron a la hoja, se quedaron pegados a ella y los tentáculos se fueron cerrando a su alrededor como una macabra trampa haciendo imposible su huida. El admirado David Attenborough nos ilustra la escena con un documental: 

 

 

Es la forma que tiene la planta de suplir la carencia de nitrógeno que hay en la turbera, reduciendo al insecto atrapado en una jugosa papilla que absorbe con fruición durante horas. Terminada la pitanza, la hoja vuelve a abrirse mostrando el exoesqueleto quitinoso como único resto, el cual se secará al sol y será arrancado por el viento.

La drósera ejercía una especial atracción sobre las brujas, que en la Edad Media la recogían en la mágica noche de San Juan y regresaban a casa caminando hacia atrás para evitar ser perseguidas por el diablo. Tal vez aquí esté el origen de uno de sus nombres comunes. Hay otro, rosolí, con un extraño parecido a nuestro licor típico conquense. Pero no hay relación alguna. La razón estriba en otro nombre con el que la ciencia conoce a esta plantita, Rossolis rotundifolia. Y es que el genérico procede del latín ros solis, que significa precisamente rocío del sol. Tradicionalmente se ha utilizado la planta para combatir el asma, la tos o las verrugas. Pero su escasez y la extrema dificultad para ser cultivada han llevado con buen juicio a la necesidad de su protección como de interés especial. Conviene, por tanto, evitar actividades forestales en el entorno de las turberas, y nuestros movimientos deben estar revestidos de la máxima cautela.