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Rupícolas
Conocemos el sentido de términos como rupestre o terrícola. Cuando utilizamos el primero, enseguida pensamos en las pinturas que aquellos antepasados primitivos hacían en las paredes de sus refugios rocosos. Y cuando nos referimos al segundo, sabemos que hablamos de un ser que habita el planeta Tierra. Pues bien, para entender el término rupícola debemos unir los conceptos anteriores para concluir que se trata de un ser vivo que habita los paredones rocosos. Así, podemos hablar de flora rupícola y fauna rupícola, y por extensión, de hábitat rupícola.
Nos centraremos en la flora rupícola, multitud de formas de vida que de modo casi incomprensible ocupan oportunamente los cientos, miles de refugios rocosos en forma de cuencas más o menos grandes o pequeñas, o de grietas abiertas sobre la piel encallecida de la tierra. La mayoría de estos vegetales son hierbas, adaptadas para aprovechar la escasez de recursos que proporciona la roca en esas heridas que el tiempo les ha infligido. Acaso el viento haya tenido algo que ver en esta aventura de la precariedad, acarreando y llenando esas grietas con tierra nutritiva. Las plantas abarrotan esos espacios efímeros y proporcionan al abismo un aspecto diferente, una inusual sensación de vida, de naturaleza indómita. Aquí la vida salvaje ha encontrado la manera de corregir unas suaves imperfecciones al convertirlas en minúsculos espacios revestidos de verdor.
Ahí están el musgo y los líquenes, que tapizan la piedra y la llenan de color;
la grasilla (Pinguicula mundi), embaucadora de pequeños insectos a los que atrapa en su adherente piel;
la turra (Thammus pumilus), un pequeño arbusto rastrero que se agarra con fuerza a la roca y la coloniza como si quisiera parecerse a la hiedra;
el geranio lúcido (Geranium lucidum), ávido por izar su rosado estandarte floral y poner una nota de color al entorno;
algunos tipos de helechos, como el culantrillo de pozo o cabellera de Venus (Adiantum capillus-veneris), el culantrillo menor (Asplenium trichomanes) o la doradilla (Ceterach officinarum), que cubren la piedra de una vanidosa cabellera;
Cabellera de Venus
Culantrillo menor
Doradilla
el conocido té de roca; la hierba de muro (Parietaria officinalis), pariente de la ortiga y amiga de viejos edificios abandonados y otras ruinas;
el ombligo de Venus (Umbiculus rupestris), de hojas carnosas y sugerentes que abotonan las grietas;
la uña y las uvas de gato (Sedum sediforme, S. album, S. dasyphyllum), de pequeñas hojas carnosas, discretas y a la vez llamativas…
Sedum sediforme
Sedum album
Son tantas que sería prolijo hacer una relación de todas ellas, pero todas ellas visten a la roca y evitan su desnudez. También algunos animales han querido contribuir al espectáculo, llevando semillas seguramente para esconderlas de otros competidores o simplemente para guardarlas en espera de mejor ocasión. Así llegaron al refugio rocoso pinos, robles, enebros o tejos de retorcidos troncos y que algún día serán capaces de fragmentar su cuna.